Hacía tiempo que deseaba dar forma a una reflexión acerca de la repercusión axiológica inesperada del Capitalismo sobre la Producción, buscando una simetría que contrarrestarse, la muy recomendable en su género apologético liberal “Fábula de las abejas” de Bernard Mandeville, cuando el otro día, escuché a las musas hablando por boca del, a la azón, Presidente de la CEOE, Díaz Ferrán, quien ni corto ni perezoso, se avino a compartir fraternalmente su receta secreta para superar la crisis económica, actitud del todo sospechosa en un empresario acostumbrado a competir despiadadamente por la supervivencia en los Mercados contra sus más directos rivales y a sacar provecho del esfuerzo ajeno siempre que le sea posible…pues, como meditara Spinoza en su célebre “Tratado Teológico-Político” “Extraños bienes son esos ofrecidos al pueblo de parte de aquellos que acostumbran a amasar grandes fortunas y esconder tesoros a la vista de los demás” en abierta alusión a los Príncipes y Obispos que mientras llamaban de continuo a los feligreses a recibir la Santa Eucaristía, la Palabra de Dios y la Gracia Divina, corrían a guardar el oro de las ofrendas bien lejos de los fieles …¡Qué otra cosa puedo pensar! cuando recomienda a la pobre gente trabajar más y cobrar menos.
Es posible que esta feliz ocurrencia, encuentre merecido acomodo resolutivo entre los altos cargos políticos, especuladores bursátiles, ejecutivos de multinacionales, artistas subvencionados, médicos de la seguridad Social con consultas privadas, profesores de baja por depresión laboral, técnicos de los Misterios de Vivienda, Trabajo, u Organismos oficiales como el INEM. Pero me parece un despropósito presentarla como tabla de salvación al conjunto de la sociedad, cuando más de cuatro millones de personas no pueden trabajar ni más ni menos, y el resto, para cobrar menos, ya se quedarían en casa.
En cualquier caso, esta especie de desiderátum enunciado por el Jefe de los empresarios que bien podría despacharse sin mayores honores con su correspondiente paralelo “De la crisis sólo se sale recortando beneficios y aumentando la inversión”, me ha excitado suficiente las neuronas, como para desmenuzar las ideas contenidas en la reflexión que comentaba, ya que, ese llamamiento al ciudadano para que trabaje más y gane menos, contradice palmariamente los pilares fundamentales sobre los que se asientan los sacrosantos valores Neoliberales en los que hemos sido educados sin escapatoria desde la escuela, la política, la televisión y las aceras de nuestras calles, a saber: Cada cual ha de velar por su propio interés; La conjunción de intereses particulares al final beneficia la sociedad; El Mercado se regula solo; Hay que buscar el mayor beneficio al menor coste; cuyas consecuencias inintencionadas para la Producción y la sociedad, paso a esclarecer, en estas líneas, toda vez su discurso fue debidamente expuesto en mi ensayo “Las repentinas ocurrencias de un excelente comedor de pizza”:
De los cuatro Dogmas Neoliberales enunciados, ahora mismo sólo me interesa el último por mor de la claridad expositiva, el que hace referencia al máximo beneficio con el menor coste. Al inicio del proceso, se pudo satisfacer plenamente este Principio económico por cinco vías, no precisamente de Santo Tomás: la explotación de la mano de obra, el expolio de materias primas, el aumento del consumo, la disminución de cantidad o calidad del producto y por último, la especulación.
Mientras sea posible, el mejor modo de lograr el máximo beneficio al menor coste, indudablemente es robando a terceros, precisamente a lo que se dedican los altos ejecutivos cuando hablan de externalizar las cargas, gastos, débitos, etc, y lo que siempre se ha hecho cuando del trabajo ajeno otro se beneficia, cuando se apropian por la fuerza de los recursos naturales de todo un pueblo o cuando se le da gato por liebre al cliente. Incentivar el consumo por supuesto requiere más arte, tanto más, cuanto lo que se vende apenas tiene valor siquiera de uso. Pero lo que demanda todo el talento capitalista para rentabilizar el enorme potencial de este Dogma guía, es la especulación capaz de obtener todo el beneficio sin ningún coste.
Yo participo de la que denomino “Economía Emergentista” en la que el enriquecimiento o empobrecimiento de una sociedad o de sus individuos puede producirse sin una correlación opuesta como sucede en las “Economías de tipo cero” propias del Monopoly en las que si uno gana diez es porque otro pierde diez, o diez pierden uno…El Emergentismo Económico deviene del comercio cuya realidad en si misma es beneficiosa al margen del provecho particular de las partes implicadas. Es este beneficio social del Mercado, el que permite cierta regulación del Estado para preservar que dicho beneficio no se diluya en las partes singulares que lo entablan, por ello no soy mercantilista. Pues bien, la ventaja última social del Mercado, es permitir precisamente que haya tanto mercaderes como mercancías, no ciertamente en su origen lógico que indiscutiblemente yo sitúo en el esfuerzo personal y el excedente acumulado, pero si en su atractivo motivador para que aquellos aparezcan más allá de la satisfacción inmediata de las necesidades básicas animales. Es decir, en mi opinión, aunque parezca una paradoja, el Mercado es anterior a la mercancía como el cerebro es anterior a una emoción o experiencia mental concreta. Bajo esta perspectiva, buscar el máximo beneficio al menor coste, podría resultar factible si como sucede en la Naturaleza todos salen con saldo positivo, pero muy perjudicial cuando son pocos los beneficiados y muchos los perjudicados porque ello, sería el principio del fin del Mercado que es lo que viene sucediendo de cuando en cuando en las famosas crisis cíclicas del Capitalismo, cuando los más a penas tienen para subsistir y es de cajón que, para la subsistencia no hace falta comercio, ni Mercado, ni mercancía, basta el instinto, quedando patente entonces que un sistema que condena a la población a la subsistencia, condena al Mercado a su desaparición.
Un Sistema que permite que unas personas trabajen para otras, de entrada, es bastante raro cuando la Naturaleza no basta para justificar semejante desigualdad. El trabajo asalariado proviene de la paulatina sustitución de la Institución del esclavismo, que a su vez fue un gran avance moral al ver en el enemigo una fuerza de trabajo por lo que se le empezó a respetar la vida. Así, los primeros esclavos fueron grupales al servicio del “Bien común” vencedor, o del jefe vencedor, en cualquier caso sea directo o indirecto, todo el grupo se beneficiaba de esta institución aparecida a la zaga de la Guerra. Pero de este origen colectivo, pronto quedó únicamente que los esclavos tenían un Amo, recorrido parejo al de la posesión de la Tierra que empezó siendo Comunal para pasar a manos Privadas. Establecida la relación Amo-esclavo, tan natural como la de Marido-mujer, Adulto-niño…cuando vino la sustitución de términos, esta tuvo lugar a nivel singular y no social como le era propio, por lo que apareció el binomio Patrón-obrero, como luego surgirían Empresa-cliente, o Productor-consumidor. Pues bien, no hace falta estudiar Historia para constatar que los esclavos participan entusiastamente en la producción de bienes, pero no así en su disfrute, de modo que, siendo la mano esclava nuestro mayor motor del Mercado, de ninguna manera podríamos mantener que su demanda lo sustenta; el consumo de la mano esclava es de subsistencia; Para que haya comercio y Mercado próspero es necesario que exista una clase media sólida con poder adquisitivo suficiente para establecer una demanda de bienes superfluos y con tiempo de ocio para disfrutarlo, cosa de la que no disponen los esclavos a la antigua usanza, mas tampoco los de nuevo cuño denominados asalariados, como demostraré. Y ¡sí! Estoy a favor de la esclavitud abierta y declarada antes que de forma oculta o silenciada como la que pasa desapercibida ante nuestros ojos, siempre y cuando, se respete un mínimo de prerrogativas ya redactadas por el Rey Wamba allá por el siglo VIII dónde se recogía que se podía tener tantos esclavos como fuera posible mantener alimentados, vestidos y con salud tanto en épocas de bonanza como de penuria, quedando terminantemente prohibido ponerles en libertad a la primera mala cosecha o pertinaz sequía.
La optimización de resultados por medio del sometimiento a esclavitud de pueblos enteros y del expolio de sus materias primas sume en la miseria a sus numerosos miembros en beneficio de muy pocos explotadores; ¡No siempre fue así! Al principio, esta práctica hoy detestada, fue un acto de Amor hacia el Prójimo (Próximo) o si se prefiere un modo de garantizar la Paz Social cercana a costa de incrementar el esfuerzo bélico y mantener lontanas sus consecuencias. La institución de la Guerra, cuyos inicios Bernardo Souvirón data a comienzo de la edad de los metales en el extremo oriental de la cuenca mediterránea en su espléndida obra “Hijos de Homero” nació entonces de la necesidad de estabilidad entre los más próximos y espero que nadie disienta que es mejor moralmente matar al vecino que al hermano, y al extranjero que al vecino, al menos hasta que con las Religiones de proyección universal se jodió el asunto y de pronto el mundo se hizo demasiado pequeño para hacer distingos de este tipo. De este modo, mientras unos pueblos expoliaron y esclavizaron a otros, digamos que aparte remilgos morales, económicamente era factible que por ejemplo, lo robado por Inglaterra a los Indios Americanos fuera adecuado para el Mercado, pues en este caso, como en tantos otros, los más robaban a los menos que precisamente por ser menos y peor equipados para saberle sacar todo su provecho a sus riquezas materiales, fueron despojados en beneficio de aquellos que sí supieron sacarle adecuado rendimiento, argumento incluso válido en grupos parejos de población, pues tan injusto es que diferencias de cuna marquen de por vida el estatus de los individuos, como que los dones naturales geográficos premien y condenen azarosamente a las gentes de los lugares que en ellos viven. El problema sobreviene en toda su crudeza, cuando indistintamente del número de personas implicadas en el Universo del discurso Expoliado, el segmento de personas que se congratulan de dicho expolio decrece por momentos hasta quedar muy por debajo del grupo de individuos del que procede la riqueza, que es lo que sucede hoy en día.
Llamadme cruel, pero cuando cien iguales en miseria roban a diez distintos que sólo se diferencian por su riqueza material y de ello se benefician cien, noventa, ochenta e incluso veinte, de los anteriores… ¿que quieren que les diga? Por mi está bien. Que digo bien…¡está mejor! Por consiguiente, mientras la Historia de la especie Humana la hagan Hombres y no Ángeles, comprendo y justifico las Guerras, los Imperios, las Conquistas y cuantas formas hayan aparecido al respecto, lo que no es óbice para que me haga cargo de las implicaciones éticas que ello comporta en el padecimiento de la intrahistoria de los individuos que, por supuesto, condeno y procuro evitar con mi comportamiento. Ahora bien, lo que no dudo en condenar, es cuando el resultado de todo ello, no sólo es malo para la parte derrotada, sino también para la sociedad que en principio resulta triunfante y sin embargo, le somete, expolia y esclaviza a ella misma y a sus gentes, tanto como al pueblo en apariencia vencido. La cuestión entonces a resolver es, si estas fórmulas basadas en la Guerra, el esclavismo y el expolio, o lo que es lo mismo, la Institución del Imperio, lleva implícitamente el germen de estos nocivos desarrollos o por el contrario, puede evitarse que la ruina que provocamos a los demás acabe por alcanzarnos a nosotros mismos.
Sin entrar a discutir las distintas definiciones que de Imperio se han ofrecido en la extensa bibliografía, a mi modo de ver, el de Alejandro o el de Gengis Kan no fueron tales por no durar más que para construirse y disolverse, los de Egipto o China pese a su enormidad tampoco lo fueron por mantenerse estables dentro de sus límites geográficos y étnicos casi desde el inicio hasta hoy, mientras si lo serían el Romano, el Español, el Austro-Húngaro, el Inglés, el Francés, el Ruso…precisamente por ir más allá de sus fronteras con vocación de perdurar varias generaciones integrando en mayor o menor grado distintas culturas. Bajo esta óptica, sobraría atender las sabias enseñanzas recogidas en “La Guerra del Peloponeso” de cuyo análisis me ocupé en “Tucídides y la tragedia imperialista” para comprender dos cosas: Primero que la lucha de conquista está motivada casi exclusivamente por un empuje elitista fundamentado en alguna necesidad industrial que a su vez se sustenta en un excedente poblacional cuya atención y ocupación requiere enviarse a la acción antes de que se revuelva internamente y segundo, que el esfuerzo bélico continuado acaba por agotar tanto a vencedores como a vencidos haciendo pírricas las victorias e inútiles las resistencias, si bien estas últimas son inevitables para hacer desistir a los atacantes en su empeño. Así sucedió entonces y continuó hasta nosotros: mientras el Imperio Romano se expandía desde Bretaña hasta Judea, no eran pocos los campesinos romanos que padecieron hambre sometidos como estaban a altos impuestos para mantener la burocracia y las Legiones; Mientras la Corona de Castilla surcaba los siete mares en busca del Dorado, sus tierras quedaron despobladas, sin cultivar, sin industria, entrando la sociedad entera en franca decadencia; Francia e Inglaterra lo hicieron algo mejor pero ello no libró a tres cuartas partes de su población de vivir en la miseria como supieron denunciarlo Charles Dickens y Víctor Hugo en obras como “David Copperfield” y “Los miserables”. Hoy en día ya sabemos como le fue a la Gran Rusia y empezamos a tener noticia de cómo les va a los ciudadanos de los Estados Unidos tras los desastres del Catrina y el Golfo de Méjico.
Se mire por donde se mire, actualmente el consumismo generalizado que justifica la industria constante que da coartada al trabajo infame al tiempo que alimenta a la élite que nos lleva a la Guerra para salvaguardar su Modus Vivendi, ya no tiene validez alguna; De un lado, sabemos que nosotros, Occidente, somos los menos que expoliamos a los más sin visos de aumentar en un futuro inmediato, de hecho, a Europa ya se nos empieza a conocer como los menguantes; De otro lado, lo que robamos a otros pueblos, ya no se redistribuye entre todos los que integramos la parte atacante, sino que son también muy pocos quienes de entre nosotros se lucran con la Guerra que entre todos ayudamos a mantener. ¡Al contrario! Parece como si al hacer la Guerra a otros pueblos, el saqueo se cometiera aquí mismo: Han subido enormemente los impuestos, trabajamos lo mismo, los sueldos bajan, las condiciones salariales empeoran, los servicios sociales se recortan, es más difícil acceder a una vivienda, la comida cada vez es peor, las cosas no funcionan, nada dura como para poderlo heredar, la programación televisiva es un asco, etc. Estos dos hechos por si solos, deberían con holgura replantearnos si la Institución de la Guerra que tantos beneficios ha traído para la Humanidad mientras los miembros de la especie se vieron como distintos por motivos de geografía, raza, color, religión…ha dejado de ser útil y por ende, deberíamos renunciar a ella, en tanto en cuanto, no hallemos en el Universo otros seres inteligentes a los que combatir sin remordimientos de conciencia, Convenciones y Tribunales internacionales que entorpecen la labor decidida.
Cierto es que, en tanto en cuanto, los índices de consumo energético, de materias primas, de bienes y manufacturas, muestren que Occidente en sus macro cifras económicas, mantenga su colosal distancia respecto al resto del Mundo, en cierto modo, si que es verdad que la Guerra, todavía arroja un saldo favorable para la ciudadanía que la sustenta, y que el consumismo que hemos situado como causa, sea en verdad un mero efecto que retroalimenta la maquinaria operando en la psique social como refuerzo positivo inmediato de tan nefasta actuación a largo plazo. No obstante, el actual consumo enfermizo difícilmente puede ser un aliciente para unas personas que intelectualmente lo aborrecen porque su propia índole les incita a sentirse satisfechos si cuentan con las necesidades básicas cubiertas, de modo que, me inclino a pensar, que el consumismo Occidental es un síntoma de la insatisfacción generada por la incertidumbre percibida –a caso no justificada- del marco de referencia donde no se observa el prometido progreso social, consistente en trabajar menos y vivir mejor, cuyo efecto placebo sucedáneo suscita las tensiones antedichas, fruto de una estructura basada en aquellos sacrosantos principios Neoliberales descritos al inicio que generan frustración.
Nuestro consumo actual aporta a los Gobiernos Occidentales ingentes cantidades con las que emprender Guerras de expolio por dos conductos: Uno directo a través de los impuestos que pagamos al adquirir los productos o servicios como ya denunciara Bertrand Russell en su “Elogio de la ociosidad” y otro, apoyando con nuestras compras a las compañías y empresas cómplices en dichas Rapiñas internacionales con las que hacen negocio, primero en su realización por medio del engranaje Industria pesada-militar, avituallamiento, equipo….y después por su reconstrucción, infraestructuras, etc. Además, hemos de ser conscientes de que el propio consumo, espolea directamente la mano de obra esclava, sustracción de materias primas sin permiso de sus propietarios locales, y la explotación de la clase trabajadora cuya cadena causa-efecto fue magistralmente descrita por Naomi Klein en “No logo”.
Sea entonces entendido nuestro consumo como la vía más peligrosa de las cinco que ayudan a obtener el máximo beneficio con el menor coste, por no tener contacto directo entre quienes disfrutan de su realidad, con la sangre, el sufrimiento y miseria que requiere dicho disfrute. De cualquier manera, todas ellas pueden remitirse a una: ¡Robar! Pues se roba al pueblo que se le hace la Guerra apropiándonos de sus materias primas y convirtiéndoles en esclavos, se roba a las personas que desposeídas de tierra y medios de producción se ven obligadas a trabajar para terceros sus iguales, se roba a los clientes bajando la calidad del producto y manteniendo el precio, se roba el tiempo de madres y padres al cuidado de sus hijos cuando tienen que ir a trabajar más de cuatro horas al día innecesariamente, se roba el espacio colectivo para asentar empresas privadas, el espacio público para que circulen transportes privados, se roba la salud del ciudadanos permitiéndose hacer negocio con alimentos cancerígenos en el mercado de abastecimiento…haciendo casi indistinguible cuál de los pueblos es el derrotado y cuál el vencedor para quienes viven la historia y no se dedican a estudiarla.
Pero despojar de sus riquezas naturales a pueblos enteros reduciéndoles a esclavitud que tantos beneficios genera a la élites, a la larga, entorpece la expansión de los Mercados, condición sine qua non, para mantener en circulación el Capital en busca de beneficio, lo que tarde o temprano lleva al colapso del sistema, causa esta de la que no habla explícitamente J. Diamond en su obra “Colapso” pero que la da a entender, cosa que sucederá, pese a las imaginativas estratagemas ideadas para reciclar las mercancías del Primer Mundo al Segundo Mundo y de aquí al Tercer Mundo en ciclos cada vez más acelerados cuanto degradados para equiparar quién consume qué en cada momento, correspondiendo a los primeros la primacía en el disfrute de lo mejor, a los segundos acceder aunque tarde a los bienes obsoletos de aquellos y finalmente a los terceros les queda reutilizar tarde y mal lo que sobra y tiran los demás. ¡Eso si! a un buen precio que demuestra que la basura también genera beneficios. Este balón de oxígeno del reciclaje mercantil, en cambio, tuvo los días contados desde que los bienes del Primer Mundo dejaron de elaborarse para perdurar y empezaron a diseñarse para caducar por medio de los vicios ocultos y la caducidad programada por las propias empresas en las que se explotaba a los mismos clientes a los que luego se engañaría además con la obsolescencia programada, la obsolescencia percibida y de cuanto traté en mis artículo “De la obsolescencia a la innovarancia” y “Economía obsoleta”. De modo que, al final de la espiral, se hará evidente que el Mercado no tendrá por donde expandirse si en derredor suyo solo hay esclavos, despojados de riqueza y sumidos en la miseria. ¿Y qué sucede cuando los Mercados no pueden expandirse con facilidad? Que aparece la lucha de Mercados aplazada mientras se podían ensanchar por separado, como primero les ocurriera a los hombres, luego a los países y posteriormente a las empresas, amenazando la terrible canibalización sin cuartel donde solo sobrevivirán aquellas sociedades preparadas para la conflagración financiera global, dado que la Guerra tradicional total saldría del todo deficitaria, como ha quedado demostrado tras Irak y Afganistán, al menos para nosotros los ciudadanos que confiábamos en que al menos nos bajasen los carburantes y saliera más barata la tarifa del gas.
El horror a la canibalización de los Mercados es la que empuja a sus máximos beneficiarios a buscar fórmulas menos arriesgadas para obtener nuevos réditos; Y como quiera que estos ya no sean posibles sustrayéndolos de otros pueblos, ni explotando a la masa de la propia sociedad a la que dicen pertenecer, solo cabe dedicarse a la economía especulativa donde los bancos consiguen repartir los beneficios según intereses privados mientras cuentan con la colaboración de los Gobiernos títere para colectivizar las pérdidas, al tiempo que los empresarios que aborrecen el intervencionismo del Estado, no dejan de solicitar subvenciones públicas, en una farsa que sería bufa si no fuese porque genera más muertes y miseria que una Guerra convencional entre envenenamientos, muertes de tráfico camino del trabajo, accidentes laborales… motivo por el que me he convertido en defensor de la Pena de Muerte para delitos económicos o de corrupción política, cuya traducción en hechos no es otra que la miseria de sociedades enteras y de sus gentes. ¡Viva el camarada Arenas!
Los Principios morales Capitalistas han forjado en todo Occidente una sociedad que ha sabido rentabilizar económicamente la explotación de otros pueblos y de otras gentes, pero en las épocas en las cuales esta no ha podido aumentar sin generar una resistencia cuyo sofoco requiere de más inversión que los beneficios que pudiera aportar, no ha tenido ningún escrúpulo en fijar su mirada opresora hacia si misma, conducida por una élite que ha conseguido imponer progresivamente su pauta en todos los órdenes de la vida, los cuales mientras funcionaron para explotar a los trabajadores, enfrentar a hombres y mujeres para que estas abaratasen la mano de obra con su incorporación al Mercado de trabajo, a obreros con inmigrantes para que estos hicieran lo propio, manteniendo artificialmente el paro para domar a las masas, bajar los sueldos, rebajar la calidad de los productos sin por ello perder cuota de Mercado o ingresos, mantener altos los precios de las casas para evitar la libertad de acción ciudadana, etc, digamos que eran completamente válidos. Pero, ahora que empezamos a padecer su aplicación a la inversa, lo que he bautizado como Capitalismo Proletario, entonces, resulta que ya no es válido siendo catalogado el comportamiento general, como pérdida de las virtudes cívicas y síntoma de debilidad moral.
Las élites de las Sociedades Occidentales durante el siglo XX, supieron imponer como nunca antes se había conseguido, primero por la fuerza como ha demostrado Naomi Klein en “La doctrina del schock” y luego a través de la educación como denunciara Paulo Freire en “Pedagogía del oprimido”, los principios morales Neoliberales que han regido nuestra sociedad durante generaciones, al extremo de parecernos natural tener jefes, que haya tierra en Propiedad, trabajar de más, producir de más, consumir de más, pagar de más, comer de lata, respirar malos humos, vivir en ciudades grises, aburridas, tristes y somnolientas, votar cada cuatro años, ver la tele y a dormir, que mañana será otro día y que cada uno se las apañe como pueda. Por supuesto, empezamos a percibir las consecuencias, no únicamente en las otras sociedades a las que sometemos por ser subdesarrolladas y que se tienen merecidas todas las desgracias que proyecta adecuadamente el Telediario para que nos sintamos felices de vivir como vivimos, que también entre nosotros, no ya al modo marginal al que estábamos acostumbrados en forma de mendicidad, sino entre las clases trabajadoras asentadas y las clases medias, pues ni las unas son ya asentadas ni las otras son medias. Su descontento con la marcha de los acontecimientos, entiéndase, la infructuosa victoria pírrica que se nos vende, la no percepción de beneficios del expolio a terceros, la inutilidad de nuestro esfuerzo colectivo…ha prendido entre sus brutas gentes que resultadistas no entienden ahora para qué tantos impuestos y tanto trabajar si a ellos les da lo mismo ¡o lo que es peor! ya no les da lo mismo, sino muchísimo menos que antaño. Y les comprendo muy bien. Pero en lugar de rebelarse contra la inercia de los acontecimientos, el gentío derrotado desde la infancia desmoronado en su fuero interno por sentirse sin fuerza moral para enfrentarse a quienes considera sus cómplices necesarios en el Holocausto Universal al que hemos conducido al resto del Planeta, han optado por poner en práctica lo que se le ha enseñado, dando origen al Capitalismo Proletario que roe en sus cimientos al Gigante con pies de barro en que se ha convertido nuestra sociedad y al que muchos culpan de nuestro inevitable derrumbe ya barruntado por Spengler en “La decadencia de Occidente” y antes por Nietzsche.
El Capitalismo Proletario, es el resultado de aplicar los principios Neoliberales desde la óptica de la clase Trabajadora. Así, los ciudadanos sólo se preocupan de lo suyo convencidos de que de los problemas ajenos o comunes se ocupa el Estado, por lo que únicamente se interesan por su máximo beneficio al menor coste. Por ello, todo el mundo está a robar de todo a todos y por cualquier medio a cualquier precio.
Así, el primer modo de procurarse el máximo beneficio al menor coste, que tiene el proletariado, dentro del Mercado, es trabajando menos por el mismo salario en justa devolución a la reducción en la calidad de los productos que recibe por el mismo precio. Hay muchas formas de llevar a cabo este objetivo. El menos llamativo, supone ralentizar los ritmos de producción y tomarse la tarea con tranquilidad; Por supuesto, ello requiere de distintas complicidades desde los novatos que entran para que no se esfuercen demasiado, hasta de la Patronal cuando hacen negocios con las instituciones a las que corrompen para que paguen dos años de obra Pública, cuando bien podría terminarse en tres meses. Por descontado, arañar tiempo retrasando la entrada al curro y adelantando la salida, así como dilatando los descansos y tomas de café con todas las tretas conocidas por los funcionarios, es un modo algo más arriesgado, pero prepara para acometer el más osado y mejor medio de conseguir el máximo beneficio al menor coste por parte del asalariado, cuál es, percibir el sueldo sin trabajar lo más mínimo cogiéndose la baja, un modo distinto de entender el paro. El problema viene, cuando el Patrón en vez de reducir sus beneficios los mantiene a cargo bien, de desplazar el trabajo a sus compañeros, bien subiendo el precio o en caso del Estado de freírnos a impuestos a todos.
Un segundo modo consistiría en trabajar peor, apretando mal las tuercas del automóvil en el taller, haciendo mal el cemento en la obra, no corrigiendo los ejercicios al alumnado en la escuela, recetando cuatro pastillitas sin interesarse por el paciente en la consulta… Mas, la consecuencia directa de este comportamiento no repercute en el empresario o Patrón, sino en los conciudadanos que acabarán consumiendo dicha producción, cuando no él mismo. Los esclavos asalariados suelen invertir su sueldo en adquirir bienes y servicios producidos por ellos mismos, de modo que, si los facturan mal, son ellos los que habrán de vivir en ellas si se trata de casas, conducirlos si son automóviles, comerlos si se trata de víveres, vestirlos si era ropa lo producido, y así con todo. La consecuencia es evidente: si al robo industrial consistente en disminuir la calidad sin bajar el precio, se le ha de añadir la molicie obrera, su inhibición en la calidad, la dejadez en la fabricación, consecuencia de su descontento, el resultado es la degradación integral, transversal y global de toda la Producción, desde el mal funcionamiento de los electrodomésticos, hasta los múltiples defectos de una casa de reciente construcción, sin olvidarnos de las mala calidad de los tejidos, el sabor insípido de la leche, lo poco consistentes que son nuestros muebles y un largo etcétera que padecemos a diario.
El tercer modo que tiene el proletariado para obtener el máximo beneficio al menor coste, tiene que ver con no entregarse a su cometido, en coherencia a la flexibilidad laboral que se le exige, los contratos basura que se ve forzado a firmar y la brevedad de la duración del puesto de trabajo. ¿Para qué? ¿Para qué se va a esforzar en aprender un oficio, en hacer las cosas bien, en prestar atención en lo que hace, si nada de ello redunda en su provecho? De este modo, hacen esto y aquello sin la mínima preparación, sin experiencia, pero también sin la menor gana de adquirirla. Es la respuesta correcta a la falta de estímulo. Sus efectos se dejan sentir en todo el sector servicios, donde los dependientes apenas saben tratar al cliente, los camareros se equivocan al dar las vueltas, suerte tienes si saben hacer un cortado, nadie sabe informarte de nada porque tienen que hacer de todo sin llevar dos jornadas en su puesto, nadie está a lo que debería estar, porque el máximo beneficio al menor coste, requiere de la presencia física, pero no de la mental que suele estar hablando por el móvil, jugando a la consola, oyendo música en el Mp3, o en cualquier otra cosa más gratificante que trabajar malamente por un sueldo de mierda, en un trabajo para el que nadie te había avisado iba a ser el tuyo tras toda una vida de estudio, y que empezó siendo algo provisional antes de alcanzar el Sueño americano como muy bien retrata Eric Schlosser en su encomiable “Fast Food Nation” donde avisa de la enorme frustración que genera tener que vivir así sin esperanza de mejora y cuya única válvula de escape en ocasiones es el maltrato de la propia clientela por parte de quienes trabajan en dichas condiciones, por lo que podemos sentirnos afortunados si hasta la fecha no nos han metido una cucaracha en la hamburguesa o escupido en el café.
Un cuarto modo de aplicar las leyes Capitalistas por parte de la masa asalariada, consiste en pagar cada vez menos por los mismos productos, aunque estos sean peores. La verdad es que ello casi es ya una obligación antes que una opción, aunque empezó como tal como denuncié en “Contra las grandes superficies” y tantos otros textos. Quienes perciben bajos sueldos, viven con pensiones miserables o están desempleados, no tienen otra que vivir de oferta presionando a los Mercados para que desplacen su oferta hacia marcas blancas. Evidentemente, ello trae la miseria a todos porque esas empresas lejos de recortar de su margen de beneficio lo que hacen es despedir gente, explotar más y producir con calidad ínfima detrayendo la inversión en investigación e innovación poniendo en riesgo el futuro de la propia empresa. Pero para quienes tienen un sueldo, de momento, la maniobra da sus resultados para llegar a fin de mes, como a quienes desde que hay crisis todo nos sale más a cuenta, aunque los niños vayan vestidos con ropita hecha en China cosida por otros niños como ellos y que encoje tanto como destiñe al primer lavado y terminen comiendo carne de Mc Donalls a un euro la hamburguesa, como corresponde a su condición social.
Digamos que estos cuatro modos son de aplicación inmediata, casi refleja en sus grados incipientes. Pero hay otras formas un poco más sofisticada que requieren de un espíritu empresarial más acusado, impropio de la clase trabajadora, lo que permite sospechar que, o éste se despierta en casos de necesidad, o el espíritu empresarial capitalista no es universalizable para su aplicabilidad global como se pretende, como lo demuestra que haya gente dotada de sus cualidades y en cambio no tenga hueco legal para desarrollarlas. Estas otras formas son las que en la jerga liberal en la que está redactado el Derecho y Legalidad, es denominada propiamente como robar o atentado contra la Propiedad, sea esta pública o Privada siendo esta última la que se ha de proteger y preservar mayormente. Cuando la masa cae en la cuenta de que, de una parte se le ahoga a impuestos por parte del Estado burgués para expoliar a otros pueblos cuyas ganancias en cambio ya no disfruta y de otra, se le explota también por parte de las mismas empresas que se enriquecen gracias a las Guerras que sus Gobiernos entablan con sus impuestos y a cambio, sólo obtienen de todo ello, bajos sueldos, infraviviendas caras, paro, productos de mala calidad, comida basura y harapos….entonces, es cuando entre sus más espabilados miembros, aquellos que han comprendido el Sistema en sus justos términos, despierta el espíritu que guía a la Banca, a las Multinacionales, a las Grandes empresas, a los hombres de negocios, en definitiva, al Capital y deciden tomar por su cuenta, lo que sienten como suyo, pero lamentablemente empezando por lo que tienen más a mano, robando a sus iguales creando lo que se conoce como Inseguridad Ciudadana, que requiere para sofocarla, de más policía bajo sus distintas formas y que de alguna manera, a los más tímidos de entre ellos les reconduce al redil empleados en empresas de Seguridad como esos que vemos apostados en bancos, metro, tiendas y librerías por todas partes, justificando de algún modo la necesidad del orden establecido.
Si bien, reproché en su día robar a los iguales en “El oficio de ladrón” cuando lo suyo es robar a los distintos, aquí me corrijo y reconozco ahora que, por algún lado se ha de romper el hielo. Con todo, mantengo que quien sólo se dedica a robar a sus iguales, difícilmente saldrá de pobre siendo ratero, porque es preciso robar poco a muchos para ser una empresa de éxito y mucho a todos para convertirse en un Estado de Derecho. Ciertamente, robar a gente que esté peor que tú, además de mal, está difícil dada la enorme competencia de empresas y que el Estado ejerce en el sector del expolio. Los más de entre ellos, han empezado a hincarle el diente al botín según pasa a su lado en su centro de trabajo quitando de aquí y sacando de allá toda suerte de bienes como bolígrafos, camisetas, móviles, ordenadores, sillones, gasolina, ruedas…los hay que hasta se dedican ya al trapicheo por encargo, fenómeno abordado en títulos pasados como “EpC: Cómo robar en grandes almacenes” o “ EpC: Ayúdate a ti mismo”; Cada vez son más los que han descubierto en qué consiste el auténtico Estado del Bienestar del que tanto se habla solicitando toda clase de subvenciones sin ninguna necesidad de ello, o para sencillamente hacer como las grandes empresas, vivir de ellas que siempre es mejor que trabajar o invertir. Pero los menos, aquellos que han aprendido lo suficiente del Sistema como para disputar su control desde abajo, ya están empezando a expoliar a los expoliadores profesionales a través de la tecnología, la informática y el Derecho que les permiten transferir ingentes cantidades de una cuenta a otra con un solo click, falsificar moneda con un detalle igual que los originales y hacerse con propiedades que no son suyas sin miedo a la legislación, interpretando con ello mejor en qué consiste el verdadero Capitalismo Neoliberal que hasta ahora sólo ha servido para repartir los beneficios entre manos privadas y las pérdidas entre las arcas públicas, a saber, que los beneficios privados se sustentan en pérdidas igualmente privadas, por su puesto de otros.
Y es esta, la verdadera causa de la crisis en la que nos vemos inmersos: que junto a los Gobiernos que hacen Guerras para expoliarse unos a otros, a las empresas que explotan a los obreros autóctonos y esclavizan a las poblaciones de tierras lejanas, a las Multinacionales que despojan de sus riquezas naturales a pacíficas sociedades que vivían en equilibrio con su entorno, ahora, el Sistema, ha de integrar a obreros que defraudan sistemáticamente a la empresa, personal que sustrae de forma sostenible material de la oficina, productos de la estanterías, ropa del escaparate, mercancías de los grandes almacenes dónde trabajan, profesionales que no hacen bien su oficio sea este en fábricas, despachos, consultas, institutos, o locales públicas…y además a gente consciente de que hace bien robando a los ladrones con los propios medios financieros, informáticos, legales y tecnológicos con los que nos oprimen a todos.
Del conjunto de todo lo anterior, en donde he evitado deliberadamente introducir otras inquietantes cuestiones como la corrupción política o el exceso de burocracia que pudren nuestra convivencia, se colige que ya no seremos capaces de oprimir más por más tiempo a nadie más. Nuestro derrumbe es inevitable y no ofreceremos ninguna resistencia por salvaguardar nuestra posición de primacía en el mundo, entre otros motivos porque a ninguno de nosotros dicha primacía ya nos resultaba rentable. Educados en el sálvese quien pueda, somos incapaces de comprender que, si bien los beneficios comunes nunca fueron repartidos equitativamente, los males que acechan a nuestra corrupta y débil sociedad, en cambio, si nos afectarán a todos. Y sin embargo, con qué alivio recibiremos a quienes se liberen en breve de nuestro yugo, pues así como al oprimirles nosotros a ellos, nos oprimimos a nosotros, ellos al liberarse a si mismos, nos liberarán a nosotros, aunque la historia lo narre como la derrota de Occidente. Esta es la enseñanza de esta Fábula de los Zánganos, que la vida a costa de los esclavos nos esclaviza también a nosotros y que nuestra muerte puede conllevar la auténtica liberación.