Nos congratulamos por la formidable coordinación mostrada, esta vez, entre las policías francesa y española en la operación que ha dado al traste con la salida ilegal de España del cuadro Cabeza de mujer joven, catalogado como Tesoro Nacional, en cuya categoría se cuentan las colecciones estatales, los archivos públicos, los monumentos históricos y las obras de interés mayor para el patrimonio nacional, aun cuando las mismas pertenezcan a particulares, como es el caso de este lienzo de Picasso, firmado en 1906, correspondiente al periodo de Gósol, donde el autor malagueño pintó una serie de cuadros que esbozan su transición al cubismo, de capital importancia para la historia del arte y valorado por los mercados en más de 26 millones de euros, propiedad del Banquero Jaime Botín, hermano de Emilio Botín, cuyo hijo Alfonso Botín, vicepresidente ejecutivo de Bankinter, precisamente se hallaba presente en el velero interceptado en Córcega en el momento que las autoridades aduaneras le pillaron in fraganti cuando la obra iba a ser enviada a Suiza, aunque se desconoce el destinatario, pese a habérsele comunicado oficialmente en Mayo por parte de la Audiencia Nacional la prohibición de la salida de España de tan relevante pintura. a causa de la decisión ministerial de Cultura tomada en 2013, cuando ante el riesgo cierto de su inminente venta se declaró inexportable por tratarse de una pieza “única” para el Patrimonio Histórico, y de “excepcional importancia”, para el Museo Reina Sofía.
Como digo, nos alegramos de este éxito policial y felicitamos a las autoridades por la diligencia con que han actuado para evitar un nuevo caso de expolio artístico. Pero, conforme la noticia acumula minutos en el telediario, al primer enfado del ingenuo ciudadano por ver cómo quienes se presentan ante el mundo como mecenas del arte y son reconocidos por los gobernantes como protectores de la cultura, son los mismos que sin ningún escrúpulo, razón de Estado o amor a su tierra, mercadean con ella, se acrecienta en mi cierto enojo por contraste cuando a cada paso que doy por las tierras peninsulares, descubro lo sencillo que es dedicarse en España al Expolio arqueológico y artístico, el único que parece todavía fuera del apetito político-institucional, aunque nunca se sabe.
Este verano, entre retiro y retiro dedicado por entero a la ultimación de mi próxima obra filosófica De la concordancia entre Pensamiento, Palabra y Acción, he tenido la oportunidad de visitar en Cantabria, Álava, Navarra, Palencia o Valladolid decenas de iglesias, claustros, monasterios, ermitas, criptas y otros monumentos que encierran innumerables esculturas, estatuillas, retablos, trípticos, tapices, obras de orfebrería, reliquias, vidrieras, capiteles…dejados de la mano de Dios, nunca mejor dicho, porque una cosa es que el arte esté y se mantenga a disposición de la gente que lo desee visitar y contemplar en el sitio que ocupa desde hace siglos, generosa predisposición social que no siempre le es reconocida a la Santa Madre Iglesia, y otra muy distinta, que todo ello quede a la custodia de los santos y sus sobras cuando a los santos ya no los cuida nadie, porque ya no es que un niño ponga su manita manchada de chocolate sobre una pintura del siglo XVII mientras sus papis hacen manitas en el confesionario o que un vándalo le de por arrancar una hoja de acanto que sobresalga del capitel, lo preocupante, es que el abandono es tal, que como me reconoció resignado una monja de San Andrés de Arroyo, cualquiera puede ir a uno de estos inmuebles con un camión de mudanzas bajo el sol del mediodía y cargar con todo como quien acude al todo a cien más cercano.
No soy partidario de llevar todas las obras de arte a un museo, por cuanto ello desconecta a las gentes con la cultura que les es propia; menos todavía de la solución inversa, cuál es, la de convertir en museo cualquier habitáculo que contenga arte porque la medida se quedaría en cobrar entrada a lo que no la poseía; tampoco creo yo que este desmán, cogido manga por hombro, en que se haya el patrimonio nacional esparcido por el mundo rural, se resuelva a cargo del Presupuesto del Estado, de las subvenciones autonómicas o con las arcas municipales…es imposible tener en nómina a un ejército de guardas jurados apostados en cada yacimiento, cueva, ruina, o edificio eclesial. La solución, entonces, pasa necesariamente por la toma de conciencia colectiva del valor cultural que para un pueblo tienen estas piezas materiales que encierran su alma histórica y su espiritualidad, o en su defecto, del valor económico que para el turismo supone mantenerlo en el lugar, que no son pocas las poblaciones que viven de tener en sus proximidades una obra de arte reproducida en las enciclopedias, descrita en la literatura o mencionadas en guías de viaje, poniendo así algo todos de nuestra parte en su mantenimiento, limpieza, protección y vigilancia que poca cosa más le hace falta.
Ahora bien, puede ocurrir que la mayoría de la gente no aprecie lo que tiene delante no por ignorancia o absoluta falta de sensibilidad, sino porque sencillamente carece de relevancia para su forma de entender el mundo y la vida, en cuyo caso, recomiendo, perder el miedo al “qué dirán” y poner de inmediato en venta todo cuanto tengan a disposición comunal en sus aldeas, municipios y jurisdicciones locales, antes de que otros lo tasen, embalen, trasladen y cuiden por ellos sin darles nada a cambio, por aquello que decían las abuelas “ eso que tu no quieres otros se lo llevarán”.