Anticípose el manco de Lepanto dos siglos a Kierkegaard, Schopenhauer, Nietzsche y compañía, en la crítica al exceso de racionalismo que cuando entonces gracias a Ockham y Bacon a quienes pronto se sumaría Descartes, empezaba a arrinconar la voluntad divina, el Principio de Autoridad Medieval y la superstición humana, de un modo más comprensible a como los filósofos profesionales decimonónicos acostumbraron a presentar sus ideas. Así en las primeras líneas de su inmortal “Don Quijote” en tono burlesco para con el rimbombante estilo de Feliciano de Silva, le asestó un buen tajo con aquello de “ La razón de la sinrazón, que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura” del que desde entonces no se ha repuesto la Razón instrumental de corte socrática, permitiendo la también hoy exagerada irracionalidad a la que nos ha llevado un recargado relativismo, la fomentada culturilla Underground y ¡cómo no! la mediática Postmodernidad en su formato Nueva Era, New Age para quienes no saben castellano.
Shakespeare no tuvo empacho alguno en retozar una vez más en los asuntos humanos del amor, la traición o la venganza, trillados desde la antigüedad, sin miedo alguno a ser acusado de plagio por los dramaturgos griegos ni el por el más cercano en el tiempo, el italiano Luigi Da Porto, de quien tomara prestada la historia de Romeo y Julieta. Tampoco nosotros hemos de renunciar a abordar cuestión tan fascinante como lo es, saber de qué modo opera la toma de decisiones en época electoral, tarea que me dispongo a iniciar echando mano de la misma etimología que sustenta la “confusión” como doctrina de Confucio, que “libre” venga de “libro” y la “hamburguesa” deba su nombre al hambre de ciudad…por lo que se me antoja que en política la “racionalidad” más que de la Sacrosanta “Razón” derive de la “ración” de ahí que se presenten las ideas en forma de “Partidos” o sea “raciones” y que se hable tanto del “Régimen democrático” “Dietas parlamentarias” y “comicios electorales” y por consiguiente tenga más que ver con asuntos del estómago agradecido que de la cabeza bien amueblada.
¡A lo que vamos! En periodo electoral ¿Qué es lo que más pesa en la toma de decisiones de la ciudadanía a la hora de tomarse la molestia de ir a votar un día suyo de descanso en lugar de quedarse en casa a ver la tele como suele ser costumbre y de votar, qué le permite hacerlo a favor de unos y no de otros candidatos?
La primera cuestión, es fácil de responder: Dado que todo el mundo puede votar y que todos los votos valen igual, la inflación mental que ello comporta, no puede permitir que nadie se crea de verdad que su voto sea imprescindible y menos tenido en cuenta por cuantos tienen auténtico poder. Por consiguiente, salvo quienes ven la Teletienda, el resto acude a la cita electoral por motivos normalmente irracionales, que no exentos de razones y menos de racionalizaciones, como puede ser el miedo a que no vuelva la derecha de Rajoy; por adhesión incondicional al líder Zapatero en horas bajas cuando todos le critican para no parecer un traidor; una forma como otra cualquiera de romper el tedio de una tarde dominical encontrándose con antiguos amigos antes de llevarles flores al cementerio; por la emoción de hacer una porra con los colegas del bar al objeto de ponerle algo de emoción al posterior recuento de resultados en el que todos ganan y nadie pierde, literalmente en lo económico; Y hasta para poderla meter como dieron a entender en las campañas para fomentar el voto en las pasadas elecciones catalanas.
Respecto a qué es lo que nos mueve a depositar nuestra confianza en un candidato o formación, es más difícil, más que nada, porque ya se ocupan los interesados en revestir la pugna democrática de un halo racional por medio de programas, propuestas, reivindicaciones, debates y sobre todo mítines, que encandilan a la más perspicaz y escéptica conciencia para que se posicione y tenga opinión sobre lo que se le presenta, sin percatarse del truco, cuál es, el de exacerbar su protagonismo y la Fe que todos tenemos de poseer lo que Hume definiera como lo mejor repartido entre los hombres porque todos creen tener la suficiente, o sea: ¡La razón! Por ello, muchos entre los que me cuento, injustamente denunciamos que las masas votan en manada dirigidas por sus nuevos pastores sin que en ellas intervengan lo más mínimo un contraste de argumentos, una comprobación entre los discursos y la realidad, la falta de memoria y hemeroteca a la hora de aplaudir promesas cíclicas incumplidas y un larguísimo etcétera, que nos lleva a la equivocación de tildar como irracional dicho comportamiento colectivo. Pero, he aquí la novedad de mi reflexión, si a palabras necias oídos sordos, a lo mejor, la mayoría de los electores tienen razón en no dedicarle el más mínimo esfuerzo intelectual a algo que no lo merece como lo son las actuales campañas mediáticas y en cambio, lo auténticamente irracional y majadero, sea atender lo que se dice en mítines y debates electorales trufadlos de mentiras, sofismas y tergiversaciones que lejos de ayudar al buen discernimiento de la ciudadanía la atrofia más que el Tontodiario.
Es posible entonces que como sentenciara Pascal, a la hora de abrazar una de las distintas verdades que se le presentan a la Conciencia humana, – en nuestro caso habríamos de sustituir por mentiras – “El corazón tiene razones que no entiende la Razón” y sólo quepa jugarnos la vida en las elecciones, como él mismo propusiera hacer en “La apuesta” a favor de la Existencia de Dios, despreciando los vanos intentos de Sto. Tomás y sobre todo el derrochado talento de San Anselmo en su famoso Argumento Ontológico dirigido al insensato.