Cuando los pobres se decidieron a hacer suya la riqueza que generaban, fue entonces que se extendió el uso del dinero. ¡Pobres!
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Nada es gratis en un Estado de Derecho
Los estudiantes chilenos que con justicia reclaman a su Gobierno una educación pública hacen mal en decirla “gratuita”, pues supongo que allá como aquí, el Estado no da nada gratis a sus ciudadanos; Como mucho, les devuelve en forma de prestaciones, servicios e infraestructuras parte del dinero que previamente se paga en impuestos.
La forzosa retención de la nómina a la clase trabajadora y los impuestos indirectos camuflados en el precio global de los productos que consumimos, facilitan poderosamente que la mente se olvide de lo mucho que desde sus maltrecha economía se aporta para que el sistema funcione, de modo que, cuando se tumba en el sofá a ver la tele tras llegar agotado del trabajo, cree que le sale gratis ese momento de esparcimiento; cuando acude al médico atendiéndole sin necesidad de aflojar la bolsa tras la consulta, casi se retira dando uno las gracias como si el médico le hubiera hecho una obra de caridad; cuando pasea por las avenidas de su ciudad contempla con alivio como otros limpian lo que su persona y los vecinos ensucian sin importarle la relación invisible que pueda haber entre el mal uso que hace de su propiedad colectiva y lo caro que le sale…
Lo sucedido es explicado con sencillez por el refrán “Ojos que no ven, corazón que no siente” que en el caso que nos ocupa, vendría a decirnos que, el ciudadano medio, empeñada su mente como está en trabajar diariamente para mantener a la familia, distraída su cabeza en programas del corazón o competiciones deportivas, no tiene conciencia de la cantidad ingente de capital que sale literalmente de su cartera para sufragar lo que le cuesta al país todo cuanto le rodea, a saber: carreteras, hospitales, colegios, cárceles, universidades, edificios institucionales y sus correspondientes plantillas de médicos, profesores, jueces, policías, funcionarios todos, que están a nuestro servicio, pues somos nosotros los ciudadanos quienes les contratamos a cargo de nuestros impuestos que es uno de los peores nombres para mencionar el dinero, a caso al objeto de que cedamos pronto su custodia y perderlo de vista cuanto antes, como sucede, sin acordarnos de que somos en verdad sus auténticos dueños, aunque sean ellos, los representantes democráticos quienes en virtud de nuestra confianza delegada gestionen la riqueza común fruto de nuestro trabajo y por ello mismo parezca a ojos de los que cobran que es suya en vez de nuestra.
Otro gallo cantaría, si cada mes los trabajadores tuvieran que depositar en Hacienda la cantidad correspondiente o sencillamente, que cualquier producto en su etiquetado distinguiera que parte del importe obedece al PvP y cual al impuesto que se le suma, es posible que al echar gasolina, beber una copa o encender un cigarro, más de uno dejara de conducir, beber y fumar de golpe. Seguramente, el continuo ejercicio diferenciado de pagar impuestos, fortalecería nuestra endeble percepción actual de la riqueza colectiva cuya laxitud ha alcanzado tal grado de debilidad, que hasta nos hace reclamar como “gratis” algo que de principio a fin es de nuestra entera pertenencia.
En la medida en que como sociedad paguemos impuestos, tenemos todo el derecho a reclamar Justicia, vías de comunicación, Seguridad, Sanidad o Educación pública sin que ello nos suponga un gasto añadido al logro social de tener derecho y obligación de pagar impuestos. Porque, lo que no puede ser, es que, para formar a los cuadros de las profesiones liberales como abogados, médicos, arquitectos y profesores, nuestros impuestos sean públicos, pero para cuando sus miembros estén en disposición de devolver al Pueblo algo de lo que el Pueblo les ha dado, entonces el canal más adecuado sea el privado.
Cuando los políticos paguen de su bolsillo a los funcionarios, los bancos donen las infraestructuras aeroportuarias y autovías, las empresas sufraguen con sus beneficios la sanidad o la educación, los jueces, médicos y profesores desempeñen por amor al arte su profesión…entonces, es posible que los ciudadanos podamos pensar que algo de lo que recibimos nos es dado gratis. Y aún así, sería para sospechar.