La expresión ¡Craso error! ha hecho fortuna designando la equivocación de nefastas consecuencias para quien la comete. Su origen alude al General Romano Marco Licinio Craso, quien junto a Julio Cesar y Pompeyo constituyó el Triunvirato del Imperio. A diferencia de ellos, Craso no llegó al poder tanto por méritos militares, cuanto por su reconocida riqueza la cuál, siempre buscaba aumentar por cualquier procedimiento, como botón de muestra mediante la creación del primer servicio de bomberos de la historia, que únicamente prestaba sus servicios bajo pago acordado con los afectados, negociación que se parlamentaba mientras los inmuebles eran pasto de las llamas, no siendo raro que tras el incendio, la propiedad pasara a sus manos como pago por su inestimable ayuda para sofocarlo.
Pues bien, para subsanar esta deficiencia de gloria militar que le perjudicaba para alzarse por encima de sus dos competidores quienes andaban por su parte en componendas matrimoniales para emparentarse y dejarle en la estacada, Craso presionó al Imperio Romano para que extendiera innecesariamente sus fronteras orientales, lo que suponía hacer la guerra a los Partos, y le pusiera a él al frente de las tropas, corriendo de su cargo los gastos, oferta que el Senado Romano no pudo rechazar.
Las Legiones Romanas, cuadruplicaban en número los efectivos Partos. Pero la fatalidad quiso que en la batalla de Carras, su hijo Publio que lo acompañaba, fuera decapitado siendo paseada su cabeza clavada en una lanza entre las filas enemigas. Aquello seguramente obnubiló la mente de Craso, quien de modo apresurado improvisó un ataque dejándose asesorar por un espía adversario que le condujo a él y sus tropas a una escandalosa derrota. Tras la debacle, forzado por sus propios Generales deseosos de pactar la retirada, aceptó acudir a una reunión con los Partos, quienes de inmediato lo apresaron, y juzgándole promotor de tanto sufrimiento gratuito, en honor a su fama por el afán de riquezas, le sujetaron de pies y manos, le abrieron la boca forzándole a beber una copa de oro fundido que vertieron sobre su garganta.
Es una pena que de esta pequeña historia de la Historia, la enseñanza que haya trascendido interesadamente sólo haga referencia al error de Craso: error por embarcar al Imperio Romano en una guerra innecesaria; error por ponerse él mismo al frente; error por dejarse llevar por la venganza; error por hacer caso a un espía; y finalmente por ponerse en manos del enemigo. Ciertamente, la expresión tiene fundamento. ¡No lo niego! Pero ¿Y qué hay del acierto Parto?
Porque no me negarán ustedes que no anduvieron acertados los Partos en darle su merecido castigo de modo tan apropiado a sus gustos. Pero claro, esta lección de la historia no conviene que circule a los actuales Crasos que nos gobiernan, por miedo a que el Pueblo tenga ideas propias al margen de las administradas por el Tontodiario. La gente debe mantenerse fiel a la doctrina cristiana mal entendida de “amar a los enemigos”, cuando la mejor manera que hay de amar al otro, es tratándole como tal y no de forma contraria a su naturaleza.
El acierto Parto, traducido a nuestra legislación vendría a constituir “Pena de Muerte para los delitos económicos” cuya cuantía fuera tal que supusiera un autentico peligro para el Estado del Bienestar común. La ejecución de los condenados se llevaría a cabo en el Banco de España donde se les haría tragar un lingote de oro fundido cuyo preciado material tiene la ventaja de poderse reciclar para ulteriores ejecuciones. Por supuesto, nuestra situación actual, no es tan holgada como la de los Partos y podríamos preveer la conmutación de la pena por trabajos forzados a cambio de la devolución integra de los capitales a las Arcas Públicas.
El acierto de los Partos, no fue del todo original. Es una arraigada costumbre de los pueblos más avanzados moralmente para castigar el desmedido ansia de riqueza cuando con ello se causa dolor a terceros. De hecho, los Jíbaros, a comienzos del Siglo XVII también dieron de beber oro fundido hasta que le reventaron las tripas al Gobernador español de la zona que les tenía fritos a impuestos.