Durante la entrega de los Oscar, la cadena ABC responsable de su retransmisión, censuró el momento en que el actor español Javier Bardem y el estadounidense Josh Brolin se dieron un beso en la boca. En su lugar, se mostró a los telespectadores un plano de Penélope Cruz. La censura fue posible debido al conocido falso directo del que hacen gala en las grandes ocasiones los medios audiovisuales estadounidenses para poder vetar imágenes inconvenientes a la sensibilidad, decencia y moral de sus ciudadanos.
Lo ocurrido trae a la memoria una anécdota que me sucedió en un colegio de Barakaldo donde impartía la extraescolar de ajedrez: El último día de curso, decidí proyectar un video con temática ajedrecística, concretamente “La tabla de Flandes” que la consideré del todo apropiada para un alumnado de entre 13 y 15 años. Pues bien, no habían pasado 24 horas, cuando recibí una llamada de la directora llamándome a capítulo. Ya en su presencia, sin todavía conocer el motivo de aquella repentina reunión, ante una nutrida representación femenina del AMPA, me trasladó las quejas que había recibido por la película de la jornada anterior. Yo no daba crédito, pues se trataba de una obra de intriga de Pérez Reverte, basada en un tema de ajedrez. Entonces, ante mi incomprensión me hizo reparar en que en dicha película, aparece una escena de cama con los cuerpos desnudos de los personajes principales…Les doy mi palabra de que hasta ese momento, aquello me había pasado desapercibido, dada la naturalidad de la escena y sobre todo su brevedad, pueden comprobarlo ustedes mismos. La verdad es que, aquello me cogió tan de sorpresa que seguramente hubiera sucumbido al envite absurdo, de no ser por la intercesión del Espíritu Santo que en acción perijonética iluminó mi mente y contuvo mi lengua, para que no aceptase ni la mayor que el desnudo humano y el sexo es algo que debe ocultarse, ni la menor, que la película es inapropiada para jóvenes, jugándomelo todo con un discurso socrático sumándome a su preocupación por las buenas costumbres, la responsabilidad para con los menores, garantizándoles que en adelante, si lo prefería el centro, les pondría películas de acción de Chuck Norris, Stallone o Shuarzeneger, cuyo contenido es del agrado de los padres y más afín a la educación que desde las instituciones deseamos transmitir a nuestros hijos…propuesta que aquellas mías inquisidoras asintieron entusiasmadas y hasta aliviadas.
¡Manda testículos! que en la Meca del cine Hollywoodiense se censuren los besos mientras inundan nuestras pantallas y las mentes infantiles con series y películas repletas de crímenes, asesinatos, ejecuciones extrajudiciales y legales, explosiones, atentados, bombardeos, ametrallamientos…sin ahorrarse detalles escabrosos y donde los buenos, son curiosamente quienes más matan. Cualquiera que lo viera, dudaría de la raíz cristiana del puritanismo en el que se refugia esta mojigatería que aún no hemos imitado en los Goya, a caso porque en nuestra industria audiovisual, escasa de medios, a falta de tiros, proferimos palabrotas y ante la ausencia de presupuesto para rodar en exteriores como los australianos, las actrices asumen mostrarse como el buen Dios de Rouco Varela las trajo al mundo.
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La degeneración del género
Hasta hace bien poco, tres eran las acepciones que humildemente manejaba sin tapujos de la voz “Género”: el género de las palabras, el género que los comerciantes guardaban en la trastienda y el género al que podía responder una película u obra teatral. Pero henos aquí que, de un tiempo a ésta parte, tan noble y respetable término ha degenerado semánticamente. Ahora, por influencia y clonación del puñetero inglés, puede emplearse indebidamente por esa otra huidiza palabra a la que también se dijo “amor”. Y es que mientras en la lengua de Shakespeare, “gender” puede referirse tanto al género de las palabras, como al sexo de los animales o personas, sucede que en la lengua de Cervantes, distinguimos sin dificultad entre el género y el sexo, de igual manera que lo hacemos entre pata y pierna, macho y varón, crianza de la prole y educación de los hijos.
Cierto que, no es la primera vez, ni será la última que ocurra esto y que hasta bien mirado sean éstas pequeñas incorrecciones populares las que enriquezcan y hagan progresar el idioma. Pero en este particular, cabe decir aquello de el progreso ha ido demasiado lejos, y corremos el riesgo de no llegarnos a entender.
De continuar así, es posible que toda la comunidad de hablantes empecemos a tomar la palabra “género” como sinónima y menos agresiva que la atrevida voz “Sexo”, cuya sola pronuncia parece despertar en nuestros carnosos labios libidinosos, los deseos más pecaminosos que beata mente pudiera imaginar… verdadera razón ésta por la que triunfa sin desmayo entre nosotros tan infeliz hallazgo mediático. De acontecer tan magna confusión, habríamos en breve de traducir muchas otras añejas expresiones, como cuando nos referimos al “género de los ángeles”, o al “género, drogas y rock and roll”, que dudo mucho sonarían igual de bien, por no hablar de la denominada “generación espontánea” y el “género chico”. Por supuesto, habríamos de poner más cuidado en adquirir en el videoclub películas de “género infantil”, todo sea que nos detengan por pedofilia. Los “medicamentos genéricos” verían aumentar sus ventas hasta igualar al viagra, o a los afrodisíacos; “las nuevas generaciones del PP” serían mucho más atractivas para cuantos buscasen participar en orgías y bacanales… Pero ya puestos, seguramente unos conceptos nos llevarían a otros y en consecuencia, en vez de “hacer el amor, haríamos el género” y diríamos eso de “Haz el género y no la guerra”. Y hasta el mismísimo Benedicto XVI, en lugar de decir que “Dios es amor”, nos sorprendería con un esclarecedor “Dios es género”, que a más de un estudioso de los textos místicos ayudaría a comprenderlos en su justo marco hermenéutico, eso de que Dios es “generoso”. Y quien sabe, si por uno de aquellos beneficios inintencionados que describiera Mandeville y por arte de birlibirloque en un social acto psicolingüístico freudiano resultase que en “general”, perdiéramos el miedo de hablar de eso, y dejara de ser tabú conversar alegremente un poco más desenfadados sobre el “género” que todos llevamos entre las piernas, de tal suerte que se “generarían” menos fobias, traumas, frustraciones y neurosis.
Claro que… siempre habrá alguno que en ello apreciase el típico rasgo del “degenerado”.
Si con el epígrafe o titular de “Violencia de género” deseamos referirnos al maltrato que el hombre ejerce sobre la mujer en nuestra sociedad, lo propio sería decirle violencia machista que aparte de ser más correcta, es mucho más expresiva. Si fuera el caso de que lo que se quisiera trasmitir fuera otro significado o paralelo o concomitante, tenemos multitud de adjetivos más certeros y apropiados para cada circunstancia que se desease describir, como son Violencia familiar, violencia doméstica, violencia de pareja, violencia conyugal. Todas ellas, mucho más gráficas que la vaga y confusa violencia de género que etimológicamente os remite al daño que unas palabras se hacen a otras, como parece que ha sucedido en este caso, donde un término anglosajón, ha desplazado bruscamente a nuestra querida palabra sexo, sin ningún “género” de dudas.
El Sexo de los juguetes
Hemos pasado de discutir el sexo de los ángeles a cuestionarnos el sexo de los juguetes…Porque puede que jugar con juguetes sea sólo cosa de niños. Lo que no es cosa de niños es con qué juguetes les hemos de dejar jugar. Los padres responsables suelen darle muchas vueltas a este asunto en la falsa creencia de que la educación, el entorno y la costumbre modelan por entero nuestra naturaleza, sin percatarse precisamente que esta, nuestra Naturaleza, es la base sustancial sobre la que ha de operar todo lo anterior, cultura y sociedad incluidas, opinión terriblemente extendida que con toda su buena intención, causa estragos por doquier de ponerse en práctica por personas con poder coherentes con ella. Todas nuestras acciones conscientes como mucho, influyen en nuestra herencia genética que desde el color del pelo, a nuestra conducta, determina en no menos del 50 % la futura existencia física, psíquica y sociocultural.
Yo también durante mucho tiempo, cuando todavía no abracé el neoconservadurismo liberal retrógrado de derechas en el que ahora me situo, creí a pies juntillas en semejante aberración, hasta que me puse al día en los fundamentos biológicos de la personalidad manejados a pastillazo limpio por la psiquiatría y sobre todo estudié más a fondo nuestra genética tras la lectura de la obra de divulgación de Matt Ridley “Genoma” que radicalmente modificó mi perspectiva a dicho respecto. Por supuesto, no caigo en el reduccionismo simplón de decir que, estamos predestinados genéticamente, pero lo que sí afirmo, es que hemos de contar con la genética, como primer factor explicativo de todos los asuntos humanos, pues es el que nos determina, conocimiento que resuelve no sólo cuestiones físicas de medicina general, sino también aspectos concernientes a nuestro comportamiento, inclinaciones personales, temperamento, formas de sentir, enamoramiento…pues al final, casi todos hacemos aquello que se nos da mejor hacer, o que más nos hace disfrutar, nos enamoramos de quienes son más compatibles, etc. Sus encriptados secretos descubiertos sólo muy recientemente, son muy tenidos en cuenta en criminología, jurisprudencia, pedagogía, psicología, política, contratación laboral…pero parece que, o bien todavía la gente dedicada a los debates hasta ahora circulares no sabe del asunto, o bien, les importa un bledo progresar en la conversación, a caso derrotados por la también inocente impresión de que hay temas que por mucho que se discutan, siempre podrán remitirse bizantinamente hacia el infinito, como aquello que, tan a menudo se cita, sobre el huevo y la gallina. Pero resulta que hasta en tan paradigmático problemín, la ciencia ha sido capaz de arrojar luz para el correcto discernimiento de la cuestión de qué fue primero, resultando ganador el huevo, dado que las gallinas como el ser humano tiene a los reptiles como remoto antecesor y estos se reproducen por huevo…
Por supuesto, los juegos practicados durante la infancia, redundan por imitación y recreación las pautas sociales que la sociedad asigna a cada sexo. La cuestión es ¿ eso es malo? Evidentemente para cuantos tenemos una pésima opinión de nuestra sociedad, seguramente la respuesta sea afirmativa. Sin embargo la representación simbólica de la práctica lúdica no puede, ni debe ser otra para que surta efecto su cometido de preparar bien al infante de cara a que pueda en el futuro incorporarse sin complicaciones a esa segunda naturaleza que es la cultura de su colectivo y la civilización humana y no a la hermandad de Ganímedes o la corte celestial. Entonces, al final podría resultar que el ambiente sí determina. De no ser, que el ambiente a su vez esté determinado… Pero el problema para quienes opinan que la sociedad influye positivamente sobre la Naturaleza al punto de poder modificar nuestro instinto, radica en probar fehacientemente que lo que desean evitar es peor que lo que desean inculcar, mientras que por el contrario, para cuantos opinan que nuestra Naturaleza es la que determina nuestra cultura, la dificultad reside en explicar porqué no es bueno forzar a la Naturaleza, cuando esta idea triunfa en la sociedad…
En esta discusión en la que las partes parecen poseer por turnos la razón según donde se ponga el acento en cada momento, primero habría que disociar que juegos son malos y buenos para la infancia, indistintamente de si los mismos son practicados sólo por niñas o niños, después acordar que estereotipos sexuales son deseables que se mantengan y cuales se deberían evitar para las próximas generaciones, para finalmente, discutir si todos los juegos atraen del mismo modo a las mentes masculinas y femeninas y cuales son más apropiados para unos y para otras.
Como el primer asunto se las trae, me ceñiré a comentar que, a mi entender, sólo son nocivos para la formación aquellos juegos y juguetes que escapan a su comprensión por no poderlos anclar psicológicamente con la realidad inmediata que a diario perciben, pues para ellos jugar, es como para nosotros soñar, toda una descarga emocional que les posibilita interiorizar de forma divertida lo que les ocurre y aprender sin necesidad de darse de bruces con la vida, ni con su Naturaleza, porque es de suyo que en tan temprana fase de sus cortas vidas, en los pequeños, su determinación genética prime sobre la ambiental en proporción lógicamente mayor que la que se da entre los adultos. Resulta muy esclarecedor que cuando los padres no regalan pistolas a los niños, para alejar a sus hijos de la violencia, estos las simulan con su pulgar e índice y las niñas a las que no les dan pulseras y collares, se las fabrican ellas mismas con flores y cuerdas que pillan por las inmediaciones del barrio.
Respecto a la segunda cuestión, no menos difícil, creo que se ha de erradicar la intolerancia a los comportamientos distintos y fomentar la libertad de elección para que las niñas que les guste jugar al futbol lo hagan sin temor a ser llamadas marimachos y los niños que deseen ir al gimnasio para dedicarse a la danza lo hagan sin miedo a que les den de hostias a la salida por maricas. A parte de esto, creo que es un tremendo error educar del mismo modo a niños y niñas sin atender a sus naturalezas que van mucho más allá de las ropas y colores con que se visten.
Es en el tercer paso, dónde deseo situar la conversación para que la misma sea de provecho sin enredarla más de lo que ya está en los estadios anteriores. Quizá para empezar, bueno sería establecer que no hay juguetes sexistas, sino actitudes sexistas a la hora de elegir, fomentar, regalar, obligar e incluso forzar a jugar con determinados juguetes y juegos tanto a los hijos como a las hijas. En este tramo de la discusión, las partes suelen esgrimir argumentos muy parciales cuya parte de razón extienden al todo como aquel que los partidarios del ambiente aducen de que tal o cual juego inculca en niños y niñas los prejuicios y clichés sociales, mientras sus oponentes partidarios de la Naturaleza vienen a decir que cada uno al final escoge jugar con los juguetes que más se adapta a su innata mentalidad sexuada cerebral. Y como digo, algo de todo ello hay, pero no en la misma medida.
Ciertamente si en nuestra sociedad a las mujeres les diera por chutar a la pelota en la misma proporción que les gusta a los hombres, seguramente el futbol femenino experimentaría un gran ascenso entre nosotros, porque a las niñas les gusta imitar lo que hacen sus mamás; La mejor prueba de ello es con que ganas las jovencitas de hoy lucen los vaqueros después de ver, casi a diario, a sus madres con pantalones en casa y fuera de ella. Pero aún así, dudo mucho que les gustara hacer deporte que requiera gran desarrollo muscular y buenas dosis de competición fútil en la misma proporción que a los machos de la especie, por algo ellas saltan a la comba y ellos levantan pesas. De igual modo que por mucho que los chicos vean como sus padres comparten las tareas del hogar, difícilmente les gustará jugar con muñecas, de no ser que las vistan con ropa militar o para despedazarlas. En cualquier caso, ni unos ni otras gustan en guarderías y colegios mezclarse entre sí por mucho que vean juntitos a los adultos porque, sin llegar al extremo parodiado por Fernando Estesso en su canción de “Los niños con los niños” es que con la educación y el ejemplo, podemos transformar la sociedad, pero no la Naturaleza. Para transformar la Naturaleza humana, hasta hace poco, se han necesitado miles de años de evolución, aunque ahora pueda parecer que esté en nuestra mano y antojo cambiarla según sea la moda o se la sople al pairo a la opinión pública. ¿Qué haremos entonces?
Mentes enfermas ignorantes de las sabias enseñanzas recogidas en broma por Allan y Bárbara Pease en su superventas “Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas” que introduce con humor a las marcadas fisuras psicomentales que median entre hombres y mujeres ya ampliamente verificadas por concienzudos estudios científicos interdisciplinares, sucumben a la fiebre del igualitarismo y deliran con un futuro exento de diferencias sexuales convencidos de que somos iguales y como tales hemos de parecer y comportarnos en una Arcadia Hermafrodita, supongo que onanista sin remedio, entregada al frenesí narcisista de contemplarse como clónica y comportarse como tal. Porque de otro modo, no veo posible llevar a buen puerto en la práctica, la intelectual reflexión sobre el sexismo en los juguetes, sin entrar abiertamente en terribles contradicciones como, ¿Qué se ha de hacer, evitar que las niñas jueguen con muñecas y a cocinitas y los niños a batallas de indios y vaqueros y al futbol? o por el contrario ¿ Hacer que las niñas jueguen a la guerra y los niños a maquillarse? Acaso la solución sería prohibir a todos jugar tanto a sus juegos sexistas, como a sus opuestos y dejarles sólo jugar con juguetes neutros que también tienen sus riesgos por su ambigüedad…porque puestos a hallar sexismo, este hasta se ha localizado en los Teletabis que a decir de un Telepredicador Protestante, mariconeaba a los niños, por no hablar de la relación mantenida por Heidi y Clara que algunos señalan como el origen del lesbianismo contemporáneo, dejando por fin en paz a la isla de Lesbos y olvidando del todo a Safo.
En cualquier caso, se me ocurre que, si en realidad deseamos evitar que las niñas jueguen, por decir, a vestirse y maquillarse como las putitas de las que habla el ocurrente Sánchez Dragó, con anterioridad habremos de impedir que dicha actitud sea la que triunfe en nuestra sociedad, la cual, hemos de reconocer, no fomenta la aparición de monjas, lo que no quita para que haya igualmente monjas putas y putas monjas. Porque no hay nada mejor para educar de verdad, si es de eso de lo que se trata y no de imponer estupideces y burda manipulación, que dar ejemplo. Por eso, los mayores que pese a todo lo comentado, se mantengan en su intención de no regalar juguetes sexistas a sus hijos e hijas, bueno sería empezar por aplicarse ellos el cuento y que enviaran al cubo de la basura sus revistas eróticas ellos y sus consoladores ellas y empezar a ir desnuditos por el mundo…que nada se sume a la evidencia de su natural diferencia.
Y ahora, en un intento de ponerme a su altura dialéctica, para que las tontas feministas tengan algo con qué poder rebatir cuanto aquí he expuesto, les comunico que en mi opinión, las mujeres están genéticamente predispuestas para la limpieza del hogar y saber usar planchas, lavadoras y resto de electrodomésticos.