La prensa internacional se ha hecho eco del precio record alcanzado en subasta por “El Grito” del pintor noruego Edvard Munch. No es para menos, si tenemos en cuenta que ya desconciertan las cifras barajadas tratándose de piezas únicas e irrepetibles, Con mayor motivo habrá de serlo cuando la obra en cuestión tiene otras tres hermanas gemelas: Una expuesta en la Galería Nacional y las otras dos en el Museo Munch, todas en Oslo Capital.
Hoy no es el momento ni el lugar para indagar sobre la diferencia entre el precio y el valor del Arte cuyo escándalo curiosamente provoca más pasión y enfrentamiento entre los expertos que el que cabe darse en el mercado de fichajes entre los comentaristas deportivos donde nadie parece necesitar distinguir entre las cifras indecentes que se pagan por tocar las pelotas 90 minutos y el valor laboral del esfuerzo realizado fuera del campo de fútbol que a lo mejor no da ni para cubrir una jornada a pie de obra de peón. No es el lugar, porque la mayoría de ustedes entienden más de lo uno que de lo otro, no siendo cuestión de enfrentarse a los elementos que los hay muy brutos. Y no es el momento, porque inflándose como se está inflando la burbuja del mercado del Arte, seguro estoy que la marca alcanzada por “El Grito” de Munch, pronto será superada por cualquier otra obra al capricho del comprador u ocasión del vendedor. En cambio, no creo que gocemos de mejor instante que el presente para contemplar cómo un solo cuadro puede canalizar los efluvios catárticos de toda una sociedad para erguirse en un icono referencial de una entera Época como la actual, por lo cual, sería un desperdicio hablar de lo de siempre cuando bien podemos asistir a una sorprendente serendipia que retrata la sobrecogedora coincidencia entre la Pompa y Circunstancia del despilfarro especulador de las élites financieras y la miseria humana de los pueblos.
Como los Jinetes del Apocalipsis, las cuatro versiones de “El Grito”, han pasado al imaginario colectivo para representar la desesperación en estado puro de una persona, independientemente del motivo que pueda conducir a ella, dado que de su desgarro expresionista nada puede colegirse al respecto. Caso muy distinto entonces de las típicas escenas figurativas donde se representaban estampas ciertamente desesperadas donde no hacía falta interpretar para vislumbrar la causa del sufrimiento, verbigracia el dolor de una madre a pie de la Cruz viendo como matan a su hijo, de las obras negras goyescas donde se sugiere la podredumbre material y espiritual que rodea a los personajes o incluso, en el “Gernika” de Picasso cuyo cubismo no alcanza para despegar el grito de la figura central de la muerte y destrucción provocada por la guerra. Porque la obra de Munch no remite a otra realidad que nuestro sentimiento sin perderse en los detalles particulares que a cada cual puedan generarle desesperación, de no ser que algún crítico me corrija aduciendo que la desesperación de la figura es debida al extraño fenómeno paisajístico que hace de fondo, en cuyo caso, habríamos confundido el efecto con la causa.
Porque ya es casualidad que en plena crisis europea, con las bolsas en caída libre, huida de los inversores, recesión económica, aumento del desempleo, subida generalizada de impuestos, subida galopante de precios, empeoramiento de las condiciones laborales, bajada de salarios, precariedad, pérdida de derechos civiles que condenará por primera vez en mucho tiempo a que los nietos vivan peor que sus abuelos…una obra de arte que no produce riqueza, que no presta servicios, que no sirve como alimento nutricional, por lo visto, ha encontrado para un simple particular en una subasta, la nada despreciable cifra de 120 millones de Dólares, dando con ello el artista desde su tumba un espeluznante quinto Grito de alarma universal ante los acontecimientos a los que estamos asistiendo en este comienzo del Milenio.
Ante esta chocante paradoja del Libre Mercado, los hay que arremeten contra el Arte que es el eslabón más débil de la cadena y los que denuncian con vehemencia el alarde de exhibicionismo de la que hacen gala los especuladores. En cambio, yo prefiero entender de lo sucedido, que España con sus grandes pinacotecas, bien podría respaldar sus subastas de Deuda poniendo como garantía el patrimonio cultural acumulado al objeto de aplacar la Prima de Riesgo que hasta ahora desconfía por guiarse únicamente por factores económicos como nuestra capacidad de producción, nuestra solvencia en los pagos, la rigidez del mercado de trabajo, la bajada del PIB, del consumo interno, de las importaciones…cuando de ser correctamente aleccionada podría atender a la inconmensurable riqueza que se atesora, no en lingotes de oro en el Banco de España, ni en las acciones de las Grandes empresas como Repsol, sino en Museos como El Prado, en forma de obras de arte.
No sé…tantas veces se le achaca a la Iglesia eso de por qué no vende el Vaticano para saciar el hambre en el Mundo, que por poner de garantía, por ejemplo, un miserable Velazquez, nadie debería rasgarse las vestiduras. Por supuesto, mejor eso, que tener que estudiar la posibilidad de expropiar a los clubes de fútbol sus recursos humanos para con la venta a terceros de jugadores como Cristiano o Messi, hacer caja y evitar a la población deambular por nuestras ciudades con la misma expresión de desesperación que aparece en el cuadro de Munch. Pero claro, de hacerse esto último, seguramente España entera furibunda saldría a la calle echando el grito en el cielo.