Tras varios años de posturas encontradas entre partidarios y detractores de los denominados transgénicos, Bruselas ha optado por permitir que cada estado miembro decida autorizar o vetar la producción de organismos modificados genéticamente (OMG) en su territorio. Con dicha medida, se pretende desbloquear el proceso para dar entrada legal a la distribución y venta de estos productos con mayor celeridad que hasta la fecha dado que a día hoy, solo una especie de maíz había logrado sortear la contumaz resistencia de países que como Francia, Austria, Alemania, Hungría, Luxemburgo y Grecia, han venido mostrando durante más de una larga década, ante el potencial peligro publico sanitario de estos alimentos, así como el enorme riesgo que para nuestra industria y sociedad europea representa dar cabida a estos procedimientos, de cuyos nocivos efectos, ya empiezan a resentirse los agricultores, ganaderos y consumidores de los EEUU, Argentina, Brasil, México y allá donde se le ha dejado sembrar sus venenosas semillas tras hacer caso omiso de la opinión pública, abiertamente contraria a su autorización, como exhaustivamente recoge Marie Monique Robin en su obra “El mundo según Monsanto” en la que denuncia con abundantes pruebas y documentación, los graves daños que para nuestra forma de vida entraña actualmente, dar luz verde a la producción y consumo de los OMG tanto para los pueblos como para las personas.
Lo triste del asunto, es que dicha medida, va a permitir a nuestro Gobierno actuar a sus anchas en tan problemático asunto, como ha venido operando de espaldas a la mayoría de la opinión pública española que, en más de un notable 80% se muestra contraria a legalizar los OMG hasta que no se clarifiquen los distintos estudios científicos independientes debidamente contrastados por una dilatada experiencia acerca de la posible repercusión que sobre el ecosistema y la biodiversidad natural pudiera suponer la siembra al por mayor de productos transgénicos, aunque lo más preocupante a corto plazo para la ciudadanía, es saber, en qué medida su ingesta habitual pudiera incidir en nuestra ya precaria salud, cosa que de momento es imposible porque, como ya se ha apuntado, esta novedosa aplicación científica al campo de la producción de alimentos, es todavía demasiado reciente como para que los resultados arrojados puedan despejar la incertidumbre, salvo, para destacar sus aspectos nocivos, cuando tras su diseño, producción, distribución, y comercialización, están tan pocas manos, como son las siempre sospechosas de Monsanto, DuPont y resto de la industria bioquímica dueña de abonos fosfatados, herbicidas, pesticidas y ahora de las semillas, que de forma desaprensiva no duda solo en manipolizar la herencia genética de la Naturaleza para obtener beneficio sin importarles lo más mínimo lo que pueda sucedernos de aquí a dos o tres generaciones, sino que también reclama para si, la propiedad de la producción futura, cosa que tiene garantizado por unas leyes criminales que se lo permiten, de modo que sembrar sus semillas es sinónimo de autoembargo bancario.
Seguramente el buenismo que practica ZP le haga creer en la propaganda de estas empresas que prometen dar de comer a todo el planeta con solo agitar dos tubitos de ensayo, pero de momento, lo que se ha conseguido es arruinar a todo aquel que haya confiado en su promesa de amplias cosechas resistentes a las plagas, tanto a los pequeños propietarios de granjas en los EEUU como a países enteros entregados al monocultivo de la soja, esa misma que ahora nos meten por yogures, leche, quesos, y en breve no me extrañaría que Microlax anuncie enemas de soja que nos dejarán más tranquilos.
De modo que, urge tomar conciencia de lo que está sucediendo allí donde se ha confiado en los milagros de los transgénicos, para tomar buena nota de lo que se nos viene encima de no reaccionar contundentemente y presionar a nuestro gobierno para que, como exige Amigos de La Tierra, cambie radicalmente su vergonzosa e irresponsable actitud de apoyar 60 veces más los cultivos transgénicos que la sana agricultura ecológica. Yo por mi parte le voy a enviar a La Moncloa, una fotocopia de la portada del libro mencionado, convertida en postal, animando a ZP a que lo lea, con la siguiente leyenda: La Tierra no es del viento. ¡Es de todos! Pero si no lo evitamos, acabará siendo de Monsanto.