
La gran familia

Llevo nueve meses haciendo un minucioso estudio de campo. Desde verano estoy examinando las pelambreras de mis coetáneas entre 35 y 50 años. ¡Tranquilos, solo reviso cabelleras! Ríanse si quieren, pero les juro que ha sido riguroso. He concluido que hay una especie de fobia social femenina a cortarse el pelo. No hay una frase más pronunciada en cualquier peluquería que córtame solo las puntas. Si la peluquera se excede más allá de los dos o tres centímetros, el tema adquiere tintes de tragedia griega.
Desentrañen la adivinanza, si quieren: sufren una tasa de paro del 40%, no pueden independizarse, tienen que pedir dinero en casa hasta para el creditrans, pero sus conciencias permanecen más dormidas que sus bolsillos. Más pistas: les gustaría hacer edredroning en Gran Hermano y sueñan con salir de pintamonas en OT. Bueno, vale han acertado. Son los ninis, los jóvenes que NI trabajan NI estudian, NI están NI se les espera. Mientras sus coetáneos se manifiestan en Egipto, se movilizan en Yemen, protestan contra Berlusconi en Italia, en Francia montan un pollo por el retraso en la edad de jubilación; los jóvenes españoles tienen menos conciencia social que una ameba egipcia o peor, que una princesa de barrio de las que salen en La Sexta.
Quizá porque la generación nini es una filfa. Un camelo para que nos solidaricemos con una quinta sin oficio ni beneficio. Un apodo para encubrir que realmente pertenecen a la generación tete; TEngo iPod, TEngo iPad y TEngo una videoconsola que te cagas. También puede ser la generación del porque yo lo valgo. Porque ellos valen para que sus padres financien sus gastos, les abonen el coche en cómodas mensualidades y les mantengan en el domicilio familiar.
No son malos chicos. Solo practican un parasitismo benigno. Es decir, pido un poco por aquí, mangoneo un poco por allá y, en general, me adhiero a una vieja corriente de la sabiduría popular: “vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos”.
El miércoles, en Punxsutawney (en el mapa, arriba a la izquierda), la marmota Phil no vio su sombra y pronosticó que el invierno acabará pronto. ¡Uf, qué alivio! Mientras caían chuzos de punta en la costa oeste de EE.UU. y Australia vivía un ciclón de consecuencias catastróficas, el mundo respiraba tranquilo; solo seis semanas más de invierno. Nadie ha puesto en duda la credibilidad del roedor.
¡Hay que ser ingenuo! Si te despiertan de un sueño profundo, te sacan de tu madriguera a las 8.16 de la mañana, te exponen a un frío que pela en un pueblo que ni Dios fue a ver, y un tío con chistera te toca los cataplines, es como para boicotear el Meteosat hasta el día del Juicio Final. Por eso sus predicciones me ofrecen la misma confianza que si el Pastor del Gorbea sale disfrazado de oveja latxa a interpretar las témporas. En realidad, poco importa que Phil haya visto su sombra o no, que se equivoque casi siempre, que no pueda vivir 124 años que son los que lleva dando la vara, que el pulpo Paul intentara quitarle el puesto como oráculo pero palmara por una sobredosis de fama. El día de la marmota es un clásico. A menudo parece que vivamos el mismo día una y otra vez en una especie de loop perpetuo que los repipis dirían se repite ad infinitum. Que si Mubarak no dimite. Que si EA no abandona Nafarroa Bai, que si la pensión baja… Por no hablar de lo sucedido con la lanzadera del metro de Galdakao… Solo que eso es más bien una versión remasterizada del Camarote de los Hermanos Marx.