
La gente ya no espera a que termine la crisis para divorciarse. No lo digo yo, lo dice el Instituto Nacional de Estadística, que asegura que las rupturas han aumentado este año un 4%. No me extraña. En el fondo, un matrimono no deja de ser más que un contrato basura en el que siempre estás de prácticas y uno de los cónyuges se siente superexplotado. Un contrato con fraude de ley, donde dos sujetos pasan de decir que van a amarse para toda la vida a considerar al otro como el ser más odioso sobre la faz de la tierra.
Corren malos tiempos para la lírica amorosa y, después del verano, las separaciones se reproducen por esporas. Como cualquier casado bien sabe, en todo matrimonio que dure más de una semana, hay motivos para romper, sobre todo si se pasa de tirar el arroz a lanzarse la paellera a la cabeza. A veces, el divorcio se produce porque hay terceras personas. Alguno siempre tiene ganas de poner en práctica el Plan Renove. Así que primero cuelgan en Youtube el vídeo de la boda, y luego el fiestón postdivorcio.