¿A qué este verano se ha marcado usted algún selfie? Toda la vida pensando que aquello era un autorretrato de mal fotomatón y resulta que era un selfie. Hacerse una autofoto tiene tantos años como las pinturas rupestres pero en la cultura hipervisual, esta modalidad hace furor. Nos gusta imitar a las celebrities con un solo click del móvil, nos parece que eso democratiza el retrato.
Todos nos hemos vuelto autorretratistas de la noche a la mañana haciendo una gran oda al narcisismo en las redes sociales. Pero el selfie tiene dos componentes que lo vuelven dinamita: la obsesión con la tecnología y la obsesión con nosotros mismos. Había un tal Danny Bowman que dedicaba diez horas al día a hacerse fotografías a sí mismo en busca de popularidad y aceptación en Facebook. Este joven británico de 19 años podía llegar a sacarse diez fotos antes de ducharse, otras diez después y diez más tras arreglarse. Lo de los selfies se nos está yendo de las manos. Hubo un tontolmóvil que se hizo uno con un toro en Sanfermines. Otro tío se cayó este verano por un acantilado por intentar el más difícil todavía.
Vanidad, exhibicionismo… el reino virtual del yo. Detrás de todo onanista del móvil solo hay inseguridad, la necesidad de buscar un minuto de gloria y querer que nos bailen el agua con un megusta en Facebook, un favorito de Twitter o siendo la hostia en Instagram. No sé ustedes, pero ya estoy hasta los megapíxeles.