Desde que vendemos tan barato nuestro voto, la casta política se dedica al artisteo y al derroche de payasadas yendo de plató en plató. Lo mismo se suben en globo, que bailan hip hop que se disfrazan de lagarterana. La tele es el lugar mediático donde se libra una lucha sin cuartel por hacerse con el espacio público. Todos se apuntan al carro televisivo. Incluso Rajoy, el plasmao, se prodiga por las pantallas, y eso que espanta a la audiencia. Como es bien sabido, si en la otra cadena ponen Pinocho, el personal prefiere el original a la copia.
El presidente del Gobierno impide el debate entre los cuatro aspirantes a La Moncloa en Antena 3 y la Sexta, pero hace de comentarista deportivo de la Champions en Tiempo de Juego. Manda a Soraya a batirse el cobre con el resto de candidatos, mientras él se va a la radio a comentar el fútbol. La imagen perfecta de la España cañí: la mujer cuida de la casa y los niños mientras el hombre ve el partido con los amiguetes.
Pero ¡ojo! que también estará en el programa de María Teresa Campos, Qué tiempo tan feliz, ese espacio donde le pondrán entre la espada y la pared preguntándole qué prefiere; si las galletas María o las Oreo. E irá a la casa de Bertín Osborne que le interrogará a bocajarro sobre si le gusta más el albariño o el ribeiro. Para los problemas, Rajoy, ni está ni se le espera, pero siempre podrá echar una mano para rellenar la quiniela.