Aunque ya tenga superados los sudores fríos de cuando oyó el primer villancico en el centro comercial, y haya salido indemne del síndrome del cuñado coñazo y de la fiebre navideña, hay alguien que siempre vuelve a casa en estas fiestas. Y no son los tíos buenos de las colonias. Es Demetrio Fernández. “La fecundación in vitro es un aquelarre químico de laboratorio”, soltó el otro día este obispo al que le gustan mucho los niños, pero los naturales, no los de tetrabrick. “Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa”, dijo el prelado cordobés. Con un poco de suerte, este sujeto mira el almanaque de la caja de polvorones y descubre que no estamos en la Edad Media. “Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso… y no de una pipeta”, enfatizó.
¿Y de qué aquelarre nació Jesucristo? Porque no parece que hubiera mucho abrazo amoroso entre José y María. Así que hasta ahora, la patente del aquelarre la tenían ellos con el camelo de la concepción “por obra y gracia del Espíritu Santo”. Espero, al menos, que monseñor esté de acuerdo con el creced y multiplicaos porque acabo de leer que la época navideña es temporada alta para las relaciones sexuales, incluso se habla de un “festival de fertilidad” que dispara los nacimientos en septiembre. Que no se entere que existe el efecto Santa Claus, –cuando los adolescentes eligen tener sus primeras prácticas sexuales con penetración–. Es capaz de emitir una «fatwa» contra Papa Noel.