He declinado una invitación para participar en un amigo (¡ojo! también amiga) invisible de empresa porque estos obsequios los carga el diablo. Es un satánico ritual ideado para que alguien te endose un regalo envenenado y haga crecer tu colección de gatitos chinos moviendo el brazo. Una ratonera que puede sacar lo peor de nosotros mismos al entregar un pequeño envase de colonia del que cuelga; “muestra de promoción, prohibida su venta”.
La tradición marca además que los dos entornos donde suele llevarse a cabo, la familia y la empresa, se conviertan en potenciales ollas a presión. Si te toca un familiar o compañero con poco trato ¿hay algo más consumista que comprar a alguien algo que no necesita movido solo por el compromiso? Y ¿si te toca, alguien conocido? Ahí la has fastidiado. Debes acertar y te lo tienes que currar (pero atención con currártelo mucho, o sentarás precedente). Además si es poco dinero, solo puedes obsequiar una cagarruta con lacito y si es mucho, será una supercagada en cajita. Así las cosas, se tiende a regalar calcetines que pican, pisapapeles horteras, agendas horribles, bolis a los que se les salta el muelle nada más hacer click, y figuritas espantosas. Desde aquí propongo formar una plataforma anti-amigos invisibles. No hay un invento más maléfico. Perdón, se me ocurre otro, las felicitaciones navideñas electrónicas, un arma letal contra la que deberíamos actuar ya.