La presión a Felipe VI para que tome una decisión sobre su padre es atronadora porque la peña flipa con lo que está largando Corinna. Transferencias de 65 millones de euros a una examante, a la sazón la susodicha, comisiones millonarias de los árabes, apartamentos de lujo en Los Alpes, regalos sospechosos, incluido un terreno de 35.000 metros cuadros en Marrakech que recibió del rey de Marruecos, fundaciones oscuras, y una máquina para contar billetes en La Zarzuela para repasar los 100.000 euros que Juan Carlos I extraía cada mes de una cuenta en Suiza.
Mientras el emérito exaltaba la honradez y pedía una justicia igual para todos, él escondía decenas de millones en paraísos fiscales, incumplía sus obligaciones legales y estafaba a sus súbditos. En los años en los que miles de ciudadanos eran desahuciados de sus casas y se anticipaban las colas del hambre, él trajinaba con maletines de dinero. Difícil de entender que un personaje con un sueldo generosísimo, con todo el patrimonio nacional a su disposición, con una cohorte de amigos y «lameculos», eche todo por tierra por ambición y codicia.
De las pesquisas practicadas por la Fiscalía Anticorrupción en los últimos dos años se desprende que el Borbón pudo cometer un delito de fraude fiscal y otro de blanqueo de capitales. Y la pleble, sin coscarse de nada. Pues más pistas no podía dar. Sus dos yates se llamaban Fortuna y Bribón. ¿No levantaba sospechas?