Tamara et Voilà

La tragedia costumbrista de la alta sociedad tiene estos días una protagonista indiscutible, Tamara Falcó, que se ha quedado en pelotas a cincuenta y tantos días de su boda. Sí, señores y señoras, son estos dramas del primer mundo en los que la gente habla de cómo la aristócrata se queda sin vestido de novia a las puertas de un enlace que fue cancelado, aplazado, y ya históricamente gafado.

Primero por unos cuernos del novio que ella no aguantaba ni aunque fueran de un “nanosegundo en el metaverso”. Pero un milagro navideño permitió la reconciliación. Y, una vez tolerados a base de rezos, misas y novenas del susodicho, Tamara se cae y se hace un esguince en el programa ese de la tele donde la tienen de mascota.

Para colmo de males, ahora la deja compuesta y sin vestido una marca de moda bilbaina. Al parecer, el traje se acercaba demasiado a “diseños ajenos a nuestra firma”. Pobre niña rica. Aquí van a vender y hacer caja hasta del paje de los anillos. La marquesa de Griñón había pedido señales a la Virgen (fue a Fátima a encomendar su futuro matrimonio) y para saber si Íñigo Onieva era su hombre de verdad, pero no pilla ni una.

Primero se quedó compuesta y sin novio y ahora está compuesta y sin vestido. Entre los cuernos y la frivolidad de su catolicismo, parece que Tamy quería un vestido Rolex al precio de un Casio. Súper osea. Seguro que el día de la boda (el 8 de julio) en su Palacio de El Rincón, llueve… Onieva.

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