No sé ustedes, pero yo no sobrevivo a otro verano como este. Los especuladores no se van de vacaciones, los imperios no dejan de contraatacar, y no hay día que las noticias económicas no sean más catastróficas que el día anterior. Si una jornada creo que voy a sufrir un pampurrio por la multa de las vacaciones fiscales, otro no vivo pensando cómo va a influir el adelanto electoral en los datos del paro, el fin de semana no pego ojo por ver cómo va a arreglar Obama lo de la deuda y así en un no parar. El lunes estuvo a punto de darme un ictus, la Bolsa se estrellaba y la prima de riesgo cerraba en máximos.
Que digo yo, que esa prima tiene que tener un sobrepeso brutal porque come y come, y no se cansa de dejarnos a los demás en los huesos. Y ayer reventó y llegó a los 404, no sé si de cadera o cintura, pero batió récords. Me da que ni con la dieta Dukan lo arregla.
Sin embargo, la dichosa tía se lleva a todos al huerto, sobre todo a los ciudadanos, que somos los verdaderos primos. Todos tenemos una prima que tiene más peligro que un nublao, pero eso de cepillarse hasta cuatrocientos son palabras mayores. No sé si lo hará en el parqué porque los periódicos también cuentan que ha puesto a la Bolsa por los suelos. Para evitar pagar primadas, me refugio en otro titular de ayer: El precio de las sardinas se disparó en julio. Pues bien, les propongo vender sus acciones del Ibex y comprar sardinas, que hoy por hoy, es el único valor seguro.