En la fiesta de Blas (con letra y música de Pedro Jota)

Si hasta Blas ha tenido que suspender su fiesta (pónganle letra y música de Fórmula V) porque se lo ha dicho un Epi-demiólogo, no parece ni medio normal que el propio ministro de Sanidad haya asistido a la jarana organizada por PedroJota. A la gala de aniversario de El Español acudieron hace unos días el propio Illa, varios ministros, la cúpula del PP, medio hemiciclo y los poderes fácticos, saltándose a la torera todas las restricciones.

El evento, celebrado en el lujoso Casino de Madrid, se produjo solo un día después de que Pedro Sánchez llamara a los españoles a reducir al máximo los contactos sociales y les recomendara quedarse en casa “todo lo posible”. ¡Ahora caigo! El estado de alarma, los toques de queda y los encierros son para la chusma. Los de arriba, los de la casta, siguen con su glamour, como si nada.

¿De verdad que ninguna de las autoridades presentes ni su cohorte de asesores se preguntaron qué hacían en aquel sarao con la que está cayendo? Que digo yo, que si me pillan en un fiestorro con quince o veinte amigotes, puedo enseñar esas fotos a la Benemérita y ya no me empapelan. Arrimadas, Casado, Florentino, y así hasta casi cien invitados pueden hacer botellón con los del Ibex-35, pero tú no puedes ir a comer con tus padres porque como no eres ni rico ni influyente, les contagias. ¡Ah que eran un grupo burbuja! Sí, de champán carísimo.

¡El fregar se va a acabar!

A menos de dos meses de la Nochebuena, el que más y el que menos ya ha trazado varios planes de contingencia para las reuniones familiares navideñas en la época del covid. Si en mayo queríamos salvar el verano, ahora ya solo aspiramos a salvar la Navidad. Porque si las restricciones siguen vigentes, las cenas van a ser un poema. Solo convivientes, máximo de 6 personas a la mesa y en una burbuja. Veladas íntimas y mejor, en confinamiento.

El Gobierno ha anunciado que quiere limitar tan entrañables festejos y en Cataluña ya se plantean unas cenas navideñas con seis personas, mientras advierten de que no se deberán mezclar familias en las celebraciones. ¿A ver cuánto tardan en hacer las recomendaciones para una “cena de Navidad segura”? Nada de sentarse con los cuñados, ni compartir plato, ni cantar alto, mantener una distancia de metro y medio, y comer las gulas con las ventanas abiertas de par y par y creando corriente.

Despídete de las cenas de empresa, (al fin algo bueno), encarga un amigo invisible online, y toma la uvas por videoconferencia. Sin Ferias de Santo Tomás, San Silvestres, cabalgatas ni cotillones, el coronavirus va a terminar convirtiéndose en el nuevo Grinch navideño. Mientras tanto algunas amatxus de esas que cocinan tres días para 700 estarán pensando; ¡El fregar se va a acabar! ¡Al fin una noticia esperanzadora entre tanta desgracia!

¿Coronavirus? Ni con la máscara de Darth Vader

El oxígeno que ganó el planeta durante el confinamiento se ha echado a perder por un quítame de allí estas mascarillas y aquellos guantes. Aparecen mascarillas tiradas en la playa, en parques naturales, en la acera, sobre las farolas… He llegado a ver alguna incluso al lado de la columna del garaje. Es el nuevo vandalismo. Los residuos sanitarios salpican cualquier lugar y una nueva ola destruye el medio ambiente porque hay ya más mascarillas que medusas.

En dos meses de bozal obligatorio, el lobby del plástico vive una eterna ‘happy hour’, y nos hemos cargado años de concienciación. Imagino que aquellos que las tiran en cualquier sitio son los mismos que antes las han utilizado de bisutería y las han tenido puestas como pulsera o pendiente, colgadas de la oreja. O aquellos que las utilizan tapando los ojos, como antifaz, o de babero, cubriendo la papada. Porque hay codos mil veces más seguros que narices.

Y después de haberlas deteriorado, sobado y llenado de gérmenes, las han dejado sobre una mesa de bar para fumar, para tomar un helado, comer pipas, y, por supuesto, hablar por teléfono… Y de nuevo, se la colocan sobre la boca. De esta forma, no puede con el virus ni la mejor máscara de la galaxia, la de Darth Vader. ¿En qué momento acabamos discutiendo en la cola del supermercado sobre si una mascarilla debe ser FPP2, R2D2 o C3PO?

Fortuna y Bribón, más pistas imposible

La presión a Felipe VI para que tome una decisión sobre su padre es atronadora porque la peña flipa con lo que está largando Corinna. Transferencias de 65 millones de euros a una examante, a la sazón la susodicha, comisiones millonarias de los árabes, apartamentos de lujo en Los Alpes, regalos sospechosos, incluido un terreno de 35.000 metros cuadros en Marrakech que recibió del rey de Marruecos, fundaciones oscuras, y una máquina para contar billetes en La Zarzuela para repasar los 100.000 euros que Juan Carlos I extraía cada mes de una cuenta en Suiza.

Mientras el emérito exaltaba la honradez y pedía una justicia igual para todos, él escondía decenas de millones en paraísos fiscales, incumplía sus obligaciones legales y estafaba a sus súbditos. En los años en los que miles de ciudadanos eran desahuciados de sus casas y se anticipaban las colas del hambre, él trajinaba con maletines de dinero. Difícil de entender que un personaje con un sueldo generosísimo, con todo el patrimonio nacional a su disposición, con una cohorte de amigos y «lameculos», eche todo por tierra por ambición y codicia.

De las pesquisas practicadas por la Fiscalía Anticorrupción en los últimos dos años se desprende que el Borbón pudo cometer un delito de fraude fiscal y otro de blanqueo de capitales. Y la pleble, sin coscarse de nada. Pues más pistas no podía dar. Sus dos yates se llamaban Fortuna y Bribón. ¿No levantaba sospechas?

¿Fútbol y orgasmos fingidos?

El fútbol a puerta cerrada ha conseguido montajes surrealistas. En el final de temporada, la televisión ha animado los partidos con simulaciones para que la gente no decayese contemplando el cemento de las gradas o el plástico de los asientos vacíos, y ha insertado ruido ambiente y público virtual. Un día, asistí a un encuentro de esos y me pareció que era como fingir un orgasmo. ¡Y eso que no hay nada más anticlimax que ver un estadio completamente desierto!

Ese sonido ficticio que evoca cánticos de los espectadores y que incrementa su volumen con determinados lances del juego o con los goles es como una respiración agitada y un ¡ay ay, ay! sin chicha ni limoná. Gemidos de pacotilla porque el ‘tikitaka’ no funciona. Los efectos especiales se han encargado de embellecer los partidos con un croma deportivo que era cualquier cosa menos sugerente.

Rellenar las gradas con figuras humanas moviéndose habría, dado, seguramente, lugar a distracciones, así que han emborronado los asientos con gente fija. Hasta es posible que en el futuro, aunque haya público, la televisión adorne las retransmisiones y lo sustituya por peña digital, que no solo no incordia, sino que además hace de coro griego. Hará la ola en los momentos álgidos del partido y se moverá rítmicamente y arqueará la espalda cuando el delantero empotre un gol en la portería. ¡Ay la tele!, ese artefacto que tantas veces refleja las mentiras de la vida.