Invertir en latas de sardinas

Perdido en un mar de latas

Porfa porfa que cesen los mensajes del Apocalipsis económico. Mi marido se ha empeñado en almacenar comida antes de que llegue el Mad Max y ha hecho tal acopio de fabada y berberechos que los botes han rebasado un palé en el trastero y ya solo nos caben en los bolsillos de la ropa de abrigo.

Ha decidido que, para capear la crisis y estar a salvo de primas de riesgo y de los peligros de la eurozona, mejor que comprar acciones o buscar un buen depósito, es invertir en latas de sardinas, por lo que pueda pasar. El otro día, sin ir más lejos, me encontré, al pasar por caja, que había asaltado una góndola del híper y había pillado una veintena de latas de conserva. Atún, navajuelas, almejas, caballa y toda suerte de especies marinas. De todo buen superviviente es sabido que uno de los primeros alimentos que buscaremos entre las ruinas de las ciudades será el laterío.

Creo que, por el rabillo del ojo, vi pasar el código de barras de tres linternas, pilas y varias cajas de cerillas. Igual es que tiene intención de montar un búnker entre la cocina y el pasillo. Aunque yo creo que si por él fuera instalaría una tienda de campaña en el pasillo de los encurtidos del súper y montaría un wc de urgencia junto a los pepinillos y las banderillas, sin olvidar la tele en el lineal de los frutos secos. ¡Buf!, les dejo que ahí viene apremiando con las papeletas y los sobres para ir a votar. Espero que, por lo menos, no estén pringados de escabeche. Si no, van a dejar la urna hecha unos zorros

De mujeres alfa y machos beta

Dos señores barbudos hablan en la tele de conciliar vida laboral y familiar y aseguran que tienen muchas colaboradoras que son señoras de su casa. Nada de particular, si no fuera porque el que lo dice es Rajoy mientras Rubalcaba asiente. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen, y no citan la conciliación de sus colaboradores porque no se les supone. No acostumbro a lanzar soflamas feministas aunque me percate de la desigualdad. Hasta en el gobierno de Obama hubo una rebelión de mujeres que se sentían apartadas. Eran jefas de gabinete, asesoras o directivas que explicaban que el círculo intimo del presidente las invisibilizaba.
Muchas veces en el club de los chicos, las decisiones se adoptan tomando unas cervezas o en comidas que se alargan a base de licores. Se hacen amigos en el bar o jugando al paddel y llevan el colegueo a la oficina. Dile a una mujer que ha cumplido con creces su jornada laboral que pierda aún más tiempo tomando un cacharro después de salir a las tantas. Ella piensa en que su pareja se subirá por las paredes, en que los niños harán el pino puente y en esa interina que fuma en pipa.
Pero ellos no se preocupan por el uniforme del colegio, porque la nevera esté llena o porque se ha roto el lavavajillas. Han delegado. Es como funciona el club de los machos beta. Pero ¡ojo! tampoco apoyo las reglas de las dominantes mujeres alfa ni las de esos grupos integrados por féminas, donde no necesitan wikileaks porque son un patio de vecinas.
 

 

El car-asutra

 

El car-asutra o la guía perfecta para tener sexo en el coche

A petición popular y dado que la campaña electoral pide algo intrascendente para desengrasar, hoy les pongo sobre la pista de una página impagable de internet que contiene una información verdaderamente útil para los lectores, mucho más que las farmacias de guardia o el tiempo. Me refiero a «mispicaderos.net». No, no es una web dedicada a la monta y doma de caballos, aunque también pueda incluir usuarios percherones.

Se trata de un mapa de los calentones, más de 7.000 lugares públicos para dar rienda suelta a la pasión, una base de datos que se ha revelado como un hallazgo total. Ideal para primerizos y nostálgicos, aunque yo a mi edad preferiría recorrerlos más en autocaravana que en coche. Porque lo único que hay que hacer es encontrar hueco, aparcar y sudar.

Esta guía para parejas sin cama propia muestra que en Euskadi hay lugares a patadas para practicar sexo furtivo porque están contabilizados casi 500. Su creador, un bilbaino llamado Josean Gutiérrez, siempre ha estado muy concienciado con el problema vasco. Y si ligar es difícil que no sea por picaderos y recodos donde desfogarse con el mejor Car-asutra.

Para controlar que los rincones amatorios estén verdaderamente operativos, Gutiérrez los busca en Google Maps y hace una valoración del entorno para los amantes más exigentes. Algún hortera ya los ha bautizado como los parkings del amor y, la verdad, no sé yo que tiene de romántico montárselo en la zona de carga de Bilbondo.

¡Cuidado con la porcelana Ming!

Cayetana, el día de su boda

Cayetana de Alba ha sellado su historia de amor con una fractura. La luna de miel estaba dando tanto de sí que la aristócrata, de 85 años, se cayó el miércoles en palacio y sufre una fisura de pelvis que le obliga a guardar cama, pero con reposo. Como ya clavara Jaime Peñafiel, la duquesa, tan católica y ultraconservadora ella, se casó para consumar y a fe que lo ha hecho. Normal, porque si la Iglesia se entera de que no tiene intención de procrear, no hay boda.

La sonrisita bobalicona que se le había puesto en las últimas portadas al duque consorte ya delataba el trajín que se traía con su novia octogenaria estilo adlib ibicenco. Aunque el ajetreo pélvico le ha sentado mal a la recién casada. Cuentan en los mentideros periodísticos que la caída se ha debido a un resbalón con una alfombra, aunque los corrillos populares creen que ha sido un traspié con una postura del kamasutra o un empujoncito de Alfonso. Pero no nos engañemos.

Esa abuelita respetable llamada Cayetana Fitz-James Stuart no está ni para hacer la pinza birmana ni para la figura de flor de loto sobre campo de sésamo, sino más bien para prácticas eróticas menos agresivas. Y eso que en sus buenos tiempos, la señora debía tener un éxito abrumador. Dicen que sus amigas la apodaban la bombilla por la cantidad de moscones que tenía alrededor. Ahora declaran que Alfonso Díez la llama ‘mi porcelana’. ¡Será de la dinastía Ming! A ver cuántas piezas le sobran cuando se la peguen con superglue.

Haciendo la calle

Herriko Taberna de la calle Ronda
Hace más de veinte años que hago la calle. Es una profesión como cualquier otra. Ejerzo con el boli y el papel y voy entrando al personal para ver si quiere rollo, es decir, para que me cuente cosas. Alguna gente entra al trapo y otra se mete al burladero y de ahí no le sacas, pero nunca nadie me ha dado puerta. Bueno, hace mucho, en una reyerta entre gitanos en la alhóndiga de Rekalde –con tiroteo y muerto incluido–, el patriarca me dio un garrotazo. Nada grave. Solo me hirió el orgullo.
Pero el jueves por la noche, en la herriko taberna de la calle Ronda, me adentré en territorio comanche. Intentaba conocer la reacción de la parroquia de la izquierda abertzale al final de la violencia. La lidia iba renqueante hasta que una nekane salió desde detrás de la barra para echarme con cajas destempladas. No quería periodistas husmeando.
Esbocé media sonrisa e intenté dialogar. No le interesaba el medio, ni los argumentos, ni el buen rollo. No me ofrecía ninguna salida negociada. Desalojaba sí o sí. Comprendí que aunque se hubiera muerto el perro, no se había acabado la rabia y vi que con esa señora era imposible cualquier atisbo de convivencia, reconciliación o esos términos grandilocuentes que estos días se repiten. Me odiaba porque no pienso como ella y eso ningún comunicado lo va arreglar.
Lo siento. Sé que hoy no es la reflexión más adecuada. Pero está escrito con las tripas. Cuando introduzca la razón ya se me ocurrirá algo más políticamente correcto.