Mucho ojo con las dietas

Mucho ojo con las dietas

Tengo una amiga que tiene un serio problema con los animales. Cuando está en fase hervíbora, desayuna salvado de avena, come lechuga y remolacha y solo cena manzanas. Se le pone cara de Sarah Jessica Parker o, lo que viene a ser parecido, de caballo, pero está favorecida.

Ahora me preocupa bastante. Ha mutado en depredador y se pasa el día echando al buche única y exclusivamente filetes de carne y haciendo el salto de la tigresa para ir al baño porque tiene un serio problema de evacuación intestinal. Al parecer, no sufre ningún desfase mental. Es que se pasa la vida a dieta. Ahora me ha dicho que le toca la Dukan y que está en esos días PP. Nada que ver con Mariano Rajoy, solo con las proteínas puras.

Está eufórica porque ha emprendido la fase de ataque, aunque luego le queda la combinada, la etapa crucero… Yo le digo que si quiere una dieta adelgazante, las hay a montones. Dicen que va dabuten la de emepe y emezeta. Es decir, menos plato y más zapato. Pero tiene la dieta flash, la dash (enfoques alimentarios para frenar la hipertensión), la dap…

Creo que también funciona bastante bien pasar unas vacaciones en Somalia y por supuesto que no olvide la dieta del cucurucho… En este momento, lo que más miedo me da es que, de verdad, le funcione y se quede cuasi sílfide, le cuelguen todos los cueros y entonces se convierta en otro animal, en Jabba el Hutt, el bicho ese de la Guerra de las Galaxias.

Nido de víboras

La SGAE, una sociedad en entredicho
La SGAE, esa organización no humanitaria que cobra hasta por silbar en la ducha, ha incubado un nido de víboras. El último ofidio en afilar los dientes ha sido Pedro Farré, acusado de pagar prostitutas –y gastar 40.000 euros en seis meses– con una VISA de la Sociedad General de Autores, aunque él alega que no se le prohibió el uso personal de dicha tarjeta corporativa. A mi me parece un tipo coherente. Entiendan a este pobre hombre; lo hizo exclusivamente por no descargar material pornográfico de la red, un anatema para los suyos. Frecuentaba señoritas de compañía por cuestiones solidarias: Y es que como en la sociedad de Teddy Bautista tenían carta blanca para joder a todo Dios, pensó que, por lo menos, la empresa debía pagar a las que se dejaban joder profesionalmente.
Sus atenuantes son de libro ya que, a pesar del material que había en esa casa de p…, era más económico contratarlo fuera. Se limitó a externalizar servicios para abaratar costes. Además, cuando visitaba un burdel de lujo aprovechaba para comprobar qué sonaba en el hilo musical y pasar la correspondiente minuta.
Farré, el cerebro del canon digital, es un directivo con fundamento. Porque tenía razón en que había piratas, pero buscaba en el lugar equivocado, estaban todos dentro, no fuera. ¡Qué curioso el comportamiento de una gente que reclama dinero en conciertos benéficos, que se cuela en bodas para ver qué música ponen y que llama ladrones a los usuarios de internet!

Del ‘no te ajunto’ al ‘no te agrego’

Ya es viernes. ¡Fin de semana!», leo en un muro. Las tonterías se han multiplicado exponencialmente desde que la gente se cuelga de la nube y se le sube el ego porque tiene mil amigos virtuales, aunque solo conozca a veinticinco. La red acaba de revelar el termómetro del buen humor y Twitter ha descubierto que la humanidad está de mejor café a primera hora de la mañana y a medianoche. Porque la felicidad también se clikea como demuestra la revista Science.
Si usted es feliz pero no tuitea, entonces es un pringao. Es importante que cuelgue en Facebook una foto para que quede constancia de lo bien que se lo pasa, que abra una cuenta para que todo el mundo vea que es guay o que, ante unos rumores de crisis, como han hecho Shakira y Piqué, intercambie mensajes de amor ante los ojos de millones de tuiteros curiosos. Hemos pasado del no te ajunto al no te agrego, y si no vive pegado a un portatil, a un iPhone o a cualquier otra terminal de última generación posteando, entonces, perdóneme, usted no es nadie.
Es la era de mandar tuits desde el water: «Espera un momento que estoy con aguas menores». ¡Joé que si me entran ganas de hacer aguas mayores igual violo los 140 caracteres! De los mensajitos desde el washap: «Espera que ya llego (1)», «estoy a la vuelta de la esquina (2), «A punto… de llegar» (3). Eso sí, todo en tiempo real y a escala global. Quizá es que les llaman redes porque han pescado a un montón de merluzos.

 

Plan Renove

Tarta de divorcio

La gente ya no espera a que termine la crisis para divorciarse. No lo digo yo, lo dice el Instituto Nacional de Estadística, que asegura que las rupturas han aumentado este año un 4%. No me extraña. En el fondo, un matrimono no deja de ser más que un contrato basura en el que siempre estás de prácticas y uno de los cónyuges se siente superexplotado. Un contrato con fraude de ley, donde dos sujetos pasan de decir que van a amarse para toda la vida a considerar al otro como el ser más odioso sobre la faz de la tierra.

Corren malos tiempos para la lírica amorosa y, después del verano, las separaciones se reproducen por esporas. Como cualquier casado bien sabe, en todo matrimonio que dure más de una semana, hay motivos para romper, sobre todo si se pasa de tirar el arroz a lanzarse la paellera a la cabeza. A veces, el divorcio se produce porque hay terceras personas. Alguno siempre tiene ganas de poner en práctica el Plan Renove. Así que primero cuelgan en Youtube el vídeo de la boda, y luego el fiestón postdivorcio.

Lo mires por donde lo mires, cuando la gente regresa al mercado de segunda mano, todos salen desaforados de marcha, como si una separación fuera una herida que solo se limpia con alcohol. Y cuando se sale, siempre cae alguno, y cuando lo tienes en el suelo, es hora de preguntarle aquello de ¿estudias o trabajas? porque, aunque parezca un jubilado, quizá esté terminando su etapa laboral de becario. Pero ese es ya otro tipo de contrato.

Olores Gran reserva

 
 
 
 
 

La máscara antigás, un elemento imprescindible para llevar en el bolso

Menos mal que han pasado los últimos calores, porque quizá hayan venido bien  a las uvas, pero les juro que a los que no íbamos a vendimiar en metro nos arrojaban a una cloaca de olores. Uno de los peores es el del sudor rancio, ya macerado, una especie de Gran Reserva que noquea las pituitarias. Sin necesidad de hacer ninguna cata, adviertes sus cualidades organolépticas, su buqué penetrante y su aroma de sotobosque.

Lo peor es cuando identificas al portador, –lo siento, suele ser mayoritariamente hombre–, intentas encogerte en el asiento y no encuentras la máscara antigás en el bolso. Tambien hay otro, tipo crianza, joven, ácido y ligeramente afrutado. Es propiedad de esos chavales con las hormonas desbocadas y los sobacos relucientes de actividad. En ocasiones, el tufo proviene de más abajo y no hablo de partes nobles, –no he desarrollado mi olfato al nivel de a qué huelen las nubes –sino de otras menos impúdicas, los pinreles.

Las hawaianas son un invento de órdago para que los pies se refrigeren, pero también para que saquen a relucir la necesidad de llevar incorporado el Devorolor o de colgar una etiqueta del dedo gordo, como en las morgues, con aquello de Lávalo, que no encoge. Entonces, en una metamorfosis, poseída por la putrefacción, te puedes convertir en el Jean-Baptiste Grenouille de El Perfume y te entran ganas de cargártelos a todos. No para guardar sus esencias, sino para que te permitan respirar porque estás a punto de morir asfixiada.