El miércoles, en Punxsutawney (en el mapa, arriba a la izquierda), la marmota Phil no vio su sombra y pronosticó que el invierno acabará pronto. ¡Uf, qué alivio! Mientras caían chuzos de punta en la costa oeste de EE.UU. y Australia vivía un ciclón de consecuencias catastróficas, el mundo respiraba tranquilo; solo seis semanas más de invierno. Nadie ha puesto en duda la credibilidad del roedor.
¡Hay que ser ingenuo! Si te despiertan de un sueño profundo, te sacan de tu madriguera a las 8.16 de la mañana, te exponen a un frío que pela en un pueblo que ni Dios fue a ver, y un tío con chistera te toca los cataplines, es como para boicotear el Meteosat hasta el día del Juicio Final. Por eso sus predicciones me ofrecen la misma confianza que si el Pastor del Gorbea sale disfrazado de oveja latxa a interpretar las témporas. En realidad, poco importa que Phil haya visto su sombra o no, que se equivoque casi siempre, que no pueda vivir 124 años que son los que lleva dando la vara, que el pulpo Paul intentara quitarle el puesto como oráculo pero palmara por una sobredosis de fama. El día de la marmota es un clásico. A menudo parece que vivamos el mismo día una y otra vez en una especie de loop perpetuo que los repipis dirían se repite ad infinitum. Que si Mubarak no dimite. Que si EA no abandona Nafarroa Bai, que si la pensión baja… Por no hablar de lo sucedido con la lanzadera del metro de Galdakao… Solo que eso es más bien una versión remasterizada del Camarote de los Hermanos Marx.