Esperanza; franca no, franquísima

Esperancista declarada, nada de Cifuentista, yo de mayor (de más mayor quiero decir) me pido ser Esperanza Aguirre. Una política que sobrevive a un accidente de helicóptero, a una masacre terrorista en Bombay, se da a la fuga en un carril bus tras derribar la moto de un policía, se sobrepone a un cáncer de mama, al odio eterno que le profesa Rajoy y tres cuartas partes del PP, y empieza la campaña electoral arrasando.

Ella sería la única que aquí se atrevería a levantar la voz para preguntar a los cuatro vientos por qué los gasteiztarras tienen una estación de autobuses digna de faraones patateros mientras que los bilbainos tienen el equivalente al poblado chabolista de la Cañada Real. Por qué en Termibus hay que pelarse de frío en una marquesina un poco grande, y en Vitoria pueden acceder a la estación a través de una plaza más amplia que la de la Virgen Blanca. Con fama de ser franca, más bien franquísima, la lideresa diría alto y claro ¿y para qué quieren una terminal de buses?, ¿no van todos en bici?

Inversiones megalómanas aparte, que hemos pagado a escote, solo ella entendería por qué se inaugura a las puertas de unas elecciones cuando todos hemos visto que desde setiembre estaba finiquitada. Viva Espe. Que seguro que sale alcaldesa y si no, compra los votos en cualquier mercadillo. No está mal, para alguien que dejó la primera línea de la política.

¿Tías buenas o tías listas?

Un diario británico amagó hace unos días con quitar de su página 3 las fotos en topless de modelos buenorras. Falsa alarma. Pero ¿qué se puede esperar? Miss Mundo se ha quedado sin desfile en traje de baño, el AS perdió las txurris despampapantes de la contraportada y Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio de Violencia de Género, quiere erradicar los piropos porque invaden la intimidad de la mujer. Después de aquel invento chorra de miembras, otra burrada supina. Salimos de la Pajín para meternos en la Pajón. Igual a esta señora le han llamado alguna vez tía buena, pero evidentemente nunca tía lista. Además ¿cómo va a haber que erradicar algo que casi ya ni existe?

Hoy en día, podemos ver matanzas, decapitaciones, amputaciones, los escándalos financieros más pornográficos del mundo… da igual. Hemos perdido completamente los valores pero nos importa más perder las buenas costumbres. Llevamos tres semanas erre que erre con la libertad de expresión y resulta que ahora con un halago invades la intimidad y un tanga es sexista. De repente todos somos Charlie Hebdo pero no enseñes una teta o un pene porque se monta un escandalazo. En plena efervescencia sobre qué se puede o no decir, y qué se puede o no dibujar, se mezclan blasfemias, piropos y ropa interior. Se empieza poniéndoles sujetador, y se acaba calzándoles un burka. Monsieur Murdock también es Charlie.

 

En boca cerrada no entran burkas ni RGIs

Como no se puede decir nada, hay que admitir que exista un buen puñado de jetas cobrando ayudas y subvenciones que no les corresponden. Hay que callar porque, claro, la mayoría sí las cobran de forma merecida. Como no se puede decir nada, hay que admitir que una mujer pueda subirse a un autobús en Gasteiz cubierta de pies a cabeza con un burka. Como no se puede decir nada, hay que dar por bueno que algunas se bañen con velo en las piscinas municipales.

Ahora que habíamos conseguido sacar de las escuelas la religión y los crucifijos, hay que permitir el acceso de niñas con yihab con la excusa del multiculturalismo.

No seré yo quien vincule burka con delito ni chador con amenaza, pero tampoco se me ocurriría decir que una mujer puede elegir libremente llevar un velo integral porque es seña de su identidad religiosa. Aprender a convivir es un buen signo, e igual que es lícito que otras culturas exijan respeto a sus creencias en sus territorios, lo mismo debería pasar aquí con nuestros modos de vida. Cada uno debemos tener la libertad de escoger lo que nos ponemos encima, pero subir a un autobús con una escafandra, por poner por caso, o con un burka como una valla publicitaria andante del islamismo, no parece lo más razonable. Aunque claro, si levantas la voz, dices lo que muchos piensan y no eres un bienqueda te llaman racista. Hay que ser megaguay, hipertolerante, supercorrecto y callar.

El pequeño Nicolás, un premio Nobel del photocall

 

Premio Nobel del photocallA Torrente le han puesto la próxima entrega de su saga en bandeja porque un borjamari cualquiera la ha liado parda. Se trata del lampiño estafador Francisco Nicolás Gómez-Iglesias, quien con tan solo 20 años ha conseguido codearse con las altas esferas españolas, haciéndose pasar por asesor del Gobierno con documentación falsa, en lo que viene a ser un trepa de toda la vida. El Forrest Gump español llegó a flirtear con directivos, empresarios y políticos y se sacó fotos con Aznar, Aguirre, Rato, estuvo en el besamanos de Felipe VI… O sea que un cantamañanas con pinta de pijo y gomina en el pelo puede aparentar ser un cargo de algo y colarse en la foto. Pero el pimpollo tiene su gracia aunque el chaval sea el claro ejemplo del antihéroe cuya vida es un desfile de apariencias, corruptelas y ambición en una sociedad que destila clientelismo político.

En definitiva y en cristiano paladín que cualquiera con cara de idiota, mirada de idiota, pelo de idiota y actitud de idiota, puede engañar a toda la cúpula del PP y camuflarse estupendamente entre gente como él. Lo asombroso es que no hubiera conseguido una tarjeta black de Cajamadrid. No acabó el curso de la FAES de «cómo engañar sin que te pillen», pero es un crack y muchos estarán haciendo cola para ficharle. El chaval se ha codeado con los maestros de la estafa, así que cuando termine su máster en «lameculos« se lo van a rifar.

 

Hasta los megapíxeles… de los selfies

selfie toro

¿A qué este verano se ha marcado usted algún selfie? Toda la vida pensando que aquello era un autorretrato de mal fotomatón y resulta que era un selfie. Hacerse una autofoto tiene tantos años como las pinturas rupestres pero en la cultura hipervisual, esta modalidad hace furor. Nos gusta imitar a las celebrities con un solo click del móvil, nos parece que eso democratiza el retrato.

Todos nos hemos vuelto autorretratistas de la noche a la mañana haciendo una gran oda al narcisismo en las redes sociales. Pero el selfie tiene dos componentes que lo vuelven dinamita: la obsesión con la tecnología y la obsesión con nosotros mismos. Había un tal Danny Bowman que dedicaba diez horas al día a hacerse fotografías a sí mismo en busca de popularidad y aceptación en Facebook. Este joven británico de 19 años podía llegar a sacarse diez fotos antes de ducharse, otras diez después y diez más tras arreglarse. Lo de los selfies se nos está yendo de las manos. Hubo un tontolmóvil que se hizo uno con un toro en Sanfermines. Otro tío se cayó este verano por un acantilado por intentar el más difícil todavía.

Vanidad, exhibicionismo… el reino virtual del yo. Detrás de todo onanista del móvil solo hay inseguridad, la necesidad de buscar un minuto de gloria y querer que nos bailen el agua con un megusta en Facebook, un favorito de Twitter o siendo la hostia en Instagram. No sé ustedes, pero ya estoy hasta los megapíxeles.