Tamayazo en versión lanzaaceitunas

Ni Berlanga ni Mr. Bean en el Congreso. Era Alberto Casero, el héroe popular que ha salvado la última votación al gobierno. Una especie de Homer Simpson pulsando el botón erróneo de la central nuclear mientras ve la tele repantigado, y se pringa con el ketchup de la hamburguesa.

Apellidarte Casero y equivocarte en el voto desde casa es el colmo. ¡Otro del PP con máster y con el nivel intelectual de una lata de atún! Alega que está enfermo, vota telemáticamente, mete la pata y, en un inesperado giro de guion, sale corriendo para hacerlo presencialmente. Para una cosa que tiene que hacer, va, y la caga. (Claro, es que estaba con gastroenteritis).

Mano derecha de Teodoro García Egea, en los memes, el diputado es dibujado como un agente infiltrado, posando entre líderes soviéticos. El camarada Casero aparece ataviado con uniforme castrense y boina del Ché Guevara. ¡Menuda tropa tiene Casado!

El PP tilda la votación de fraude, pero a mí me parece que fraude es un tío que cobra 70.000 euros al año, y no sabe qué botón pulsar entre dos disponibles. (Qué pobre, no le habían puesto un sobre al lado de la tecla a tocar). Un tonto a las tres que, encima debe reconfirmar su voto, y es tan inútil que la vuelve a pifiar. Porque lo que realmente es un pucherazo y una trampa es cambiar a última hora el sentido del voto, como hicieron los de UPN, en un chapucero Tamayazo en versión lanzaaceitunas.

El ‘pintxo pote’ de Boris

Boris es el niño travieso del patio de colegio ascendido a Premier. La revelación de las fiestas que se celebraban en Downing Street, pese a las restricciones sanitarias, nos ha hecho entender el por qué de su pelo escoba, de esa masa revuelta rubio platino, fruto de días y días de desenfreno. Hasta ocho celebraciones llegó a organizar Boris el juergas que son objeto de investigación. ¡Pero ojo que una fiesta inglesa sin balconing no es fiesta!

La primera fue en mayo de 2020 pero el clon deforme de Trump argumenta que pensó que era un “evento de trabajo” y “técnicamente dentro de las reglas”. Luego, en junio, celebró su cumple con 30 personas pese a la prohibición de reuniones. El pintxo pote de los viernes en época de restricciones en Downing Street era un desfase. Sumaos a partir de las seis de la tarde, y traed vuestro propio alcohol, decían los emails.

Es una pena que el partygate se cargue a la ambición rubia. Tenemos que apoyar a Boris Johnson, es el mejor primer ministro que jamás tendrá UK y si no lo quieren, lo llevamos de alcalde a Magaluf, que para organizar botellones es el número uno. Un día de estos saldrá una foto suya de juerga con una polla en la frente en el confinamiento, o perreando con alguna chica de la limpieza mientras estaba aislado con covid. Por favor, Boris no dimitas. Así la señora Ayuso puede creerse Margaret Thatcher y Casado puede pensar que está a la altura de Churchill.

¡En 2020 sin familia y en 2021 sin alcohol para aguantarla!

Faltan más de 30 días para Navidad y ya hemos entrado en shock, en una especie de apocalipsis bíblico porque van a escasear hasta los chicles. ¡Ejem! Primero fueron los chips. La carencia de microprocesadores y otros componentes hace temblar un montón de industrias y muchos bienes de consumo se esfuman. Ahora se vaticina que faltará de todo.

La rápida recuperación del consumo global ha hecho saltar por los aires la cadena de suministros. ¡Bummm! La fábrica del mundo, China, no da abasto. ¡Zasss! Faltan buques, faltan camioneros y usted y yo, querido lector, igual nos quedamos sin poder comprar licor esta Navidad porque falta vidrio. ¡Glu, glu, glu! Resulta que no es que no haya alcohol, sino que no hay botellas. Marcas tan conocidas como Absolut, Beefeater, Jameson o Seagram’s no tienen stock. También los espumosos escasean. Ni vino ni cava. ¡Vaya por Dios! ¡El año pasado sin familiares y este año sin alcohol para poder aguantarlos!

Planea la amenaza del desabastecimiento severo, y si en pandemia se agotó el papel higiénico, ahora podemos acabar bebiéndonos el agua de los floreros. Mientras tanto, China anima a su población a acumular comida ante la posible escasez invernal. O sea, nos pasamos todo el confinamiento en un puro pienso, comiendo como posesos, y ahora resulta que hay que ponerse a apilar cajas de arroz y tomate frito en el trastero. ¡Toc, toc! ¿Hay alguien ahí fuera?

Almudena Díaz-Ayuso

¡Qué bonito es el amor! El pulso soterrado de Ayuso y Almeida por el control territorial de la comunidad de Madrid se saldó el día de la Almudena con un abrazo fraternal. Casi casi como Cain y Abel porque la navaja la llevaban en el bolsillo. No nos engañemos. Esas luchas intestinas por el poder no las arregla ni Dios. Pero ellos ya se han abrazado, han exhibido buen rollo, y han llegado al apaño para repartirse los puestos y los sillones internos. ¡Oye, Casado protégete los riñones que se avecinan puñaladas traperas!

La presidenta y el alcalde viven en la misma casa pero se comportan como en La guerra de los Rose. Aunque el pobre Almeida tiene todas las de perder. Es un advenedizo contra una profesional de los medios y del postureo diario como es desde hace años Ayuso. El otro día, lo que en realidad limaron no fueron asperezas, sino su amistad, mal alimentada por los egos de sus protagonistas. Sellaron sus diferencias y comulgaron. Yo creo que Judas debía ser un santo varón en medio de esta tropa. Pero da lo mismo que se maten dentro, si fuera se besan.

En Madrid existe una clase media que siempre va a votar al PP. Lo único que quiere es que no les suban los impuestos y se las refanfinfla la sanidad, la educación, o la dependencia. Les da igual la corrupción, la simpleza de ideas, la pobreza, y la explotación. Almudena Díaz-Ayuso… la beata de España.

Juan Carlos I, carne de ‘Sálvame’

El ‘Sálvame’ de los juzgados lo protagonizó el otro día el excomisario Villarejo declarando que al rey Juan Carlos le inyectaron hormonas femeninas y bloqueadores de testosterona para mitigar su fogosidad. Al estilo de una docuserie, tipo Rociíto, sus señorías asistieron al relato de cómo supuestamente el CNI intervino para paliar el irrefrenable deseo sexual del emérito. Las noticias sobre la legendaria líbido del rey hormonado no son nuevas.

El furor genital del monarca ha sido siempre vox populi. Escarceos con una exvedette metida a exdomadora, con aristócratas catalanas de pedigrí, pasando por recauchutadas princesas alemanas a la que regalaba 65 millones de euros. Poliamor en la Casa Real. Otro folletín. En un explosivo libro titulado Juan Carlos: el rey de las 5.000 amantes, Martínez Inglés calificó al Borbón como un adicto al sexo con cientos de relaciones. Y según Villarejo, se consideraba un problema de Estado que fuera tan ardiente.

No es que haya que dar pábulo a los comentarios sobre las cualidades de semental del susodicho que, todo hay que decirlo, no ha llenado Europa de bastardos porque ya se había inventado la píldora. Queda probado que donde no llegaba su vigor, llegaba la Viagra y el tío no se privaba de nada para darse un festin con el sexo opuesto. Ahora entiendo lo de sus mensajes de Navidad. Estaba puesto de hormonas hasta la corona ¿o era hasta la corinna?