O estamos de broma o vamos en serio. Carne o pescado. En suma, información o ficción, porque la confusión de los géneros, y esta vez con más motivo, nos lleva a ese mundo esquizofrénico en el que no se distingue entre verdad y mentira. Rotas las fronteras en el espacio intelectual nadie está a salvo del engaño. El caso es que Mark Saltzman,uno de los guionistas de Barrio Sésamo, venerable programa infantil y educativo, nunca suficientemente bien ponderado, ha declarado que Epi y Blas son gais. “Pensaba que eran pareja, no tenía otra forma de concebirlos, de contextualizarlos”. ¡Maldita sea, Mark, son dos muñecos de trapo, dos teleñecos! El antropomorfismo es un viejo y útil recurso para el relato legendario, pero tiene sus límites en la estricta analogía con la vida humana.
Y como Saltzman no está loco, ¿qué pretendía? ¿Una acción sensible para la causa homosexual? ¿Promocionar el producto? Bien, todo vale en marketing, a condición de que no nos tomen por imbéciles. Sí, también podría entrar en la moda vintage, resucitar en el ridículo los símbolos de otro tiempo, de manera que podríamos anunciar ahora que Mortadelo y Filemón eran de la cáscara amarga, como Zipi y Zape, el Dúo Sacapuntas y quién sabe si Ramón y Cajal. Como número de humor no ha estado mal, pero como discurso cultural es de una simpleza feroz. Para llorar por no reír.
La respuesta de los telediarios ha sido brutal. Trataron el asunto como noticia y bajo este titular adulterado: “Epi y Blas salen del armario”. Como compensación culpable, mostraron la sonrisa pícara de los periodistas, como diciendo: “Esto va de coña, no se crean”. El mal degenerativo de la información es entremezclar lo objetivo con lo incierto y mutilar su credibilidad introduciendo entre col y col una invención grotesca. Era indispensable que Buenafuente y Wyoming recrearan los hechos desde la sátira; pero no que los noticiarios los incluyesen en su escaleta. Cuando se descubra que el lobo de Caperucita era transgénero, Matías Prats hará en Antena 3 una edición especial.