Sexo en secundaria

Si no se puede hablar de sexo en serio, sin risitas y falso pudor, habrá que hacerlo de forma cómica para que dejemos de tomarlo a broma. Sobre esta ocurrente paradoja se basa la serie británica Sex Education, producida por Netflix, con la misma táctica narrativa que adoptó el serial catalán Merlí para reivindicar la filosofía y su enseñanza y que comenzaba con este alegato, lícitamente machista, del profesor a sus alumnos: “Quiero que os empalméis con la filosofía”. Pues de eso va Sex Education, de penes, vaginas, orgasmos, embarazos, abortos, disfunciones y temores del amanecer sexual, volcados en ocho capítulos ambientados en un instituto y en modo de comedia dramática.

Todo gira en torno a Otis, adolescente peculiar, virgen e incapaz de masturbarse, cuya madre, Jean, divorciada y promiscua, pasa consulta de terapia sexológica en casa. Esta circunstancia permite al joven escuchar y asimilar mucho conocimiento hasta convertirse en experto, solo teórico. “La experiencia está sobrevalorada”, dice el cartel anunciador. El reparto no puede ser más brillante, con Gillian Anderson (la agente Scully de Expediente X) y Asa Butterfield, el inolvidable Bruno de El niño con el pijama de rayas. ¿Puede un chico inmaculado dar consejos eróticos a sus compañeros? Pues sí y de esta licencia se vale para alcanzar, divirtiendo, su meta pedagógica. El lenguaje procaz es una necesidad realista y los personajes caricaturescos, un eficaz recurso.

Si yo fuera director de secundaria incorporaría la serie al currículum educativo y la declararía ineludible para padres y madres, como también haría obligatoria la retransmisión en directo del proceso a los líderes independentistas catalanes, de inminente estreno en el Tribunal Supremo. Título de la película: “Juicio de Burgos II, la democracia española en el banquillo”. Brutal.

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