En mi casa o en la tuya

El sector más conservador de Hollywood estaba convencido de que Netflix se había equivocado de fiesta, que la suya eran los Emmy, que premian la excelencia en televisión, y no los Oscar, donde se enaltece el cine. Ese mundo decadente tiene igual sentimiento de invasión que el taxi hacia Uber. Por eso, le negaron a Roma la estatuilla al mejor film. Todas las presiones que Netflix desplegó en la Academia resultaron infructuosos y la ceremonia dejó una sensación de injusticia y desprecio hacia la más brillante película de esta década. Galardonaron a una comedia antirracista por no encumbrar una historia que ha arrasado en la tele y no ha pasado por la gran pantalla, solo por esa mezquindad.

Netflix no es el nombre de un supositorio, sino el nuevo gigante del séptimo arte, la metrogoldwynmayer de hoy y que entiende que la cinematografía ha encontrado su acomodo perfecto en la calidez del hogar -tardes de chocolate, bizcochos, mantita y dulces abrazos-, lejos de los espacios donde fastidiosos espectadores engullen encurtidos de pepinillo, crujen patatas fritas a la barbacoa y tragan cocacola con el mismo estruendo con que la abuela sorbía la sopa caliente. La sesión en  streaming nos salva de esa peste y es más barata, sin horarios y con pausa para hacer pis. No pierde el arte, cambia el soporte.

Debería ese Hollywood carca mirar hacia el fútbol y constatar que la tele ha ampliado los estadios. Si el pasado miércoles cien mil personas presenciaron en el Bernabéu, pagando entrada, la inapelable derrota del Real Madrid, otros 9,5 millones lo vieron en casa, gratis y cenando tortilla. El televisor es la cancha deportiva más grande del mundo. Admitan los nostálgicos que también es la mayor cartelera de cine de estreno. Para emular la magia de las salas de E.T. Superman, la gente compra pantallas de muchas, muchas pulgadas.

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