Diario de cuarentena. Día 35. Cuidado con los cenizos

Dicen que nadie puede ser feliz en medio de una grave amenaza, porque el peligro nos lleva al repliegue y el miedo. Y a la rendición. El confinamiento va a continuar, acaba de anunciar el presidente Sánchez (¡qué pésimo comunicador!, ya lo hablaremos otro día), con lo que, al sufrimiento por los efectos de la pandemia y sus discutibles medidas, se añade el cansancio físico y emocional prolongado. Las personas, dicen, tenemos límites, y nos creemos invencibles.

Quiero hablar esta noche de la tristeza que, según percibo, se está instalando entre nosotros. La tristeza es un veneno que lo mata todo, nuestra fe en nosotros mismos, te priva de tus recursos de defensa, te anula y finalmente te fulmina. La tristeza no es una depresión, fruto de determinadas circunstancias. Es el sopor absoluto, la negación de la razón de vivir. Es la loca de la casa. 

Es difícil ser optimista con tan malos augurios sobre la prolongación del confinamiento, las víctimas que aún habrá, los estragos económicos, la pérdida de empleo, la ruptura del curso escolar para jóvenes y niños, la presión sobre los sanitarios, la falta de medios de protección, el autoritarismo que se va instalando en los gobiernos… Pero cabe albergar, con más razones -pienso yo- expectativas de recuperación a medio plazo, si se actúa con decisión e inteligencia. ¿Quién quiere rendirse?

Pero la tristeza es otra cosa. No atiende a razones, no se deja convencer, es una serpiente astuta que te envenena y te retuerce; te impide ver las cosas con perspectiva y impugna toda posibilidad de alegría. La tristeza es una enfermedad del alma.

Los perfiles entre depresión, tristeza y pesimismo son borrosos. Han existido en nuestra cultura algunas corrientes de pensamiento y entre muchos intelectuales un cierto prestigio de la tristeza y el pesimismo. Algo de eso hubo, quizás, en la interpretación del existencialismo, a mitad del siglo pasado, como una pose que te cegaba la visión optimista del ser humano y el mundo. Ser alegre se consideraba una imbecilidad. La esencia de la tristeza es el rechazo de la oportunidad real de ser feliz, señalada como una falsa ilusión. A lo más, se acepta el estado de contento fugaz y el placer; pero rechaza la consecución de una vida feliz, en la que el amor es la razón y la causa.

El peligro no es el coronavirus, es la tristeza radical a la que nos lleva privarnos de la capacidad de luchar y vencer. Es el mensaje que habita en esa profecía de “después de este virus vendrá otro y otro”. Es el terrorista de hoy, que dice hablar en nombre de la ciencia, cuando es un jodido ignorante que elabora y propaga especulaciones apocalípticas sin base alguna. No hay más peligros que los reales.

Incentiva la tristeza entre la gente y la habrás tiranizado. Puede que te contagien el virus, porque nadie está libre; pero, por favor, que no te contagien la tristeza. Mira en tu corazón y cree en ti y en tu grandeza personal. I believe.

2 comentarios en «Diario de cuarentena. Día 35. Cuidado con los cenizos»

  1. Pues…según se mire.

    Puede ser verdad que exista cierto postureo intelectualoide en la exhibición de la tristeza que se vende como indicativa de pensamiento sofisticado y complejo o incluso como fuente creativa.

    Ya Gabinete Caligari cantaba en los 80 a «La sangre de tu tristeza» como secreto para «dejar de ser un pobre desgraciado».

    Ciertamente, la tristeza como pose o enfoque vital no mola.

    Sin embargo, no creo que hoy los propagadores de tristeza sean más «peligrosos» que los apologetas del positivismo y la alegría obligatoria.
    Han surgido desde hace tiempo por doquier los aspirantes de Paulos Coelhos de saldo (aunque ya el propio Coelho me parece un charlatán de feria, eso sí, muy listo) que nos bombardean hasta la saturación con edulcorantes frases que se copian unos a otros o buscan en internet y que nos desvelan el secreto de la verdadera felicidad (todo el repertorio de tópicos; las cosas sencillas, la actitud interior….).

    Y de paso….insisten en enseñar al mundo lo felices que son, lo que no deja de resultarme una sospechosa excusatio non petita.

    Esa presión por ser feliz, por el enfoque positivo a todo, resulta de lo más cansina y contraproducente.

    Las personas somos contradictorias, subimos y bajamos y tenemos nuestros periodos de tristeza y el derecho a vivirlos y pasarlos como queramos o podamos. No podemos ser felices por obligación o porque un montón de aprendices de Paulo Coelho se empeñen en abrirnos los ojos.

    Porque…además, la felicitad existe probablemente porque existe la tristeza. No se concibe ni se saborea la felicidad sin haber pasado por la tristeza.

    De la misma firma toda esta incertidumbre y repentina consciencia de nuestra vulnerabilidad e inseguridad puede generar angustia sí pero, y voy a hacer mis pinitos coelhicos, tiene su lado inspirador o incluso liberador; no nos agobiemos tanto intentando labrarnos un futuro seguro y perfecto, elaborando el guión perfecto para nuestra madurez o vejez y no nos perturbemos tanto ante cualquier amenaza a dicho futuro porque no son más que escenarios irreales y ese guión puede torcerse en cualquier momento por algo insospechado.

  2. «He puesto mi felicidad en estar triste».

    Stendall.

    Volver a los románticos franceses siempre es es una opción emocionante. Cómo no recordar el soneto de Alfred de Musset titulado «TRISTESSE»:

    J’ai perdu ma force et ma vie,
    Et mes amis et ma gaieté;
    J’ai perdu jusqu’à la fierté
    Qui faisait croire à mon génie.

    Quand j’ai connu la Vérité,
    J’ai cru que c’était une amie ;
    Quand je l’ai comprise et sentie,
    J’en étais déjà dégoûté.

    Et pourtant elle est éternelle,
    Et ceux qui se sont passés d’elle
    Ici-bas ont tout ignoré.

    Dieu parle, il faut qu’on lui réponde.
    Le seul bien qui me reste au monde
    Est d’avoir quelquefois pleuré.

    Lo dicho por el anterior comentarista: Claudio Coelho está pero que muy supervalorado.

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