Diario de cuarentena. Día 36. Viviendo bajo la lluvia

Lo que más echo de menos en este confinamiento de locos, sospechosamente innecesario, es salir por las noches de lluvia a pasear junto al mar, aquí, en Getxo, pueblo mediano del paraíso vasco. Hoy ha llovido y la temperatura es fresca, en torno de los 14 grados. Una noche ideal para escapar.

Pasear de noche es la alternativa de los agorafóbicos al paseo de masas: no hay gente y tuyo es todo el espacio. ¿Hay algo más ridículo que una muchedumbre en un mismo lugar? La agorafobia es el terror a las multitudes, de las que hay que huir. Si hay mucha gente en un bar, buscas otro más tranquilo. Acudes a comprar a las tiendas a las horas de menor concurrencia. Si hay colas, escapas. Transitas por calles secundarias. Y cuando voy a San Mamés con otras 40.000 personas, entro media hora antes y me voy cuando todos han marchado. Si llega un metro lleno, espero al siguiente. Métodos de supervivencia y defensa personal.

De noche, el paseo que va de Las Arenas hasta el faro de Arriluze y Puerto Viejo de Algorta, unos seis kilómetros con ida y vuelta, es un recorrido solitario. Puedes cruzarte con algún runner o los últimos pescadores de caña en el espigón. Luz mortecina de las farolas de camino y ningún ruido más que el del mar. Aun así, me acompaño en el Ipod con música de Bach, Coldplay, Serrat y Sabina, incentivo suficiente para meditar y disfrutar, evocar. Y a veces, lamentar: “lágrimas en la lluvia”, como dijo el replicante en Blade Runner. 

Las noches de lluvia son especiales. El agua de la lluvia te purifica. ¿Paraguas? Ni hablar, los declararía fuera de la ley. Basta un chubasquero y ropa de abrigo. Que la lluvia te empape es esencialmente orgásmico.

Las noches perfectas son aquellas en las que confluyen viento fuerte, lluvia abundante y mar embravecido. Qué gozada. Ningún placer es comparable a esos momentos en que haciendo el camino que va al faro las olas grandes saltan por encima del espigón y te mojan hasta el alma. ¡Santo Dios, qué maravilla! Suele ocurrir pocas veces, porque las rocas protectoras del espigón son gigantescas. Es impagable ese instante en el que el mar, el viento y la lluvia se vuelcan (“se vulcan”, como dice mi amigo Salva) sobre ti, los tres a la vez. Amigo mío, esto es gratis y abundante.

Algunos de esas noches tempestuosas cierran el paseo de Arriluze y el Puerto Viejo por peligroso. ¡Qué tontería! Reconozco que más de una vez me he saltado el cordón de la policía. Y he pensado en eso que dicen que no hay cosa más inútil que la lluvia sobre el mar. No lo creo, nada en la naturaleza es inservible.

En fin, es una noche hermosa. Si van a desconfinar a los niños, piensen también en liberar ya a quienes vivimos gracias a la noche y la lluvia. Pero sí, los niños primero. 

5 comentarios en «Diario de cuarentena. Día 36. Viviendo bajo la lluvia»

    1. Amigo mío, vamos a hacer un diagnóstico más preciso: «Agorafobia. Este trastorno consiste en un miedo y una ansiedad intensos de estar en lugares de donde es difícil escapar o donde no se podría disponer de ayuda. La agorafobia generalmente involucra MIEDO A LAS MULTITUDES, a los puentes o a estar solo en espacios exteriores».

      Dígamelo a mí.

  1. ay¡ la melancolía¡¡¡ en los atardeceres húmedos y briznas de luz moribunda colándose entre nubes caóticas, la calle, el muelle, deshabitada ……..dejándome mojar por la fina lluvia………….pasa una chica con chubasquero marinero…y le pido fuego….le ofrezco un cigarrillo……..pero he dejado el tabaco¡¡ ¡…. arrecia la lluvia y allí, no muy lejos, la luz de un bar-pub …….. tendrán tabaco…..( continuará)……………………..

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