Diario de cuarentena. Día 43. No es un domingo cualquiera

Hoy no ha sido tanto el día del martirio de Gernika, como el día de los niños. Se ha cambiado una realidad por un recuerdo. Quizás porque vivimos en el presente. Sin embargo, cómo olvidar que un día como hoy, en 1937, la aviación nazi al servicio del criminal Franco masacró la ciudad sagrada de los vascos, donde se alza el Árbol que representa desde hace siglos las libertades de Euskadi. Un pueblo sin presencia militar, pero de fuerte simbolismo que los genocidas eligieron para ensayar la primera experiencia bélica aérea sobre una población civil. Los asesinos de Hitler probaron en Gernika lo que sería su práctica devastadora en la guerra que provocarían dos años después y que acabaría con la vida de 50 millones de seres humanos. 

Pero sí, hoy ha sido el día de los niños: han podido salir al recreo de una hora que les desintoxicara del confinamiento al que, absurdamente, estamos todos sometidos. Y se han podido escuchar en la calle las risas infantiles y hemos visto rodar patinetes y bicicletas y rodar balones. Bendita imagen y bendita música. Este respiro para los niños tiene mucho de simbólico, pero es poco, o casi nada.

Y nos lo presentan como un regalo, cuando se trata de nuestra libertad irrevocable. Parece que iremos de regalo en regalo. El sábado se autorizará la salida a pasear y hacer deporte. ¿Y qué esperan, que demos saltos de alegría?

No tiene sentido el castigo sobre la población. Que es doble: por un lado, la restricción de nuestra libertad de movimiento y actividad; y de otro, tratarnos como idiotas. La gente ya sabe, por su propia seguridad, lo que tiene que hacer en cuanto a su protección, de manera que, una vez sabidas las medidas, las tiendas pueden abrir, la actividad industrial se puede reanudar, así como la oferta de ocio y los desplazamientos por carretera. Solo los grandes espectáculos de masas no serían aconsejables, pero sí los cines y los museos.

Mucha gente no acepta, por absurda, la validez del encierro. He leído en prensa que los distintos cuerpos de policía han puesto desde el principio del estado de alerta unas 740.000 denuncias por saltarse el confinamiento. Y lo han hecho aplicando la tristemente célebre Ley Mordaza, obra de Rajoy y su ministro Fernández Díaz, de infausta memoria. Ya vemos, un Gobierno de izquierdas haciendo suya y aplicando con fiereza una ley abusiva, que prometieron derogar. ¿Cabe mayor incoherencia?

Me identifico con el espíritu rebelde de esos miles de ciudadanos y solicito que todas las sanciones sean amnistiadas por la dudosa legalidad en que se amparan. El problema es que no confían en la responsabilidad de los ciudadanos. Hay un exceso de tutela y mucho miedo.     

La libertad a trozos no es la solución. Hoy los niños, el sábado de paseo o deporte y a mitad de mes apertura de comercios. ¡Abran ya las barreras! Hay una sociedad responsable que sabe lo que hay que debe hacer. Y lo que puede.

Diario de cuarentena. Día 42. Maldita (y bendita) pandemia

Maldita y mil veces maldita pandemia, escribo con rabia esta noche, por matar sin piedad a miles de personas en todo el mundo. Maldita pandemia por llevarse con extrema crueldad a los más vulnerables, gente mayor y enfermos. Maldita pandemia por contagiar sin la menor oportunidad a la gente, jóvenes y mayores, mujeres y hombres, personal sanitario y luchadores por nuestra vida. Maldita asesina. 

Pero bendita pandemia, si cabe ver algo bueno de sus consecuencias, por hacernos conscientes de nuestra extrema vulnerabilidad, a nosotros que nos creíamos intocables y a salvo de todo peligro. Esta fragilidad recuperada tan abruptamente nos hace mirar la vida con otra actitud, más compasiva y menos prepotente.

Bendita sea esta pandemia por llevarnos tan dolorosamente hacia la necesidad de un cambio, a escala planetaria, en el respeto a la naturaleza y en la crítica de nuestras pautas irrefrenables de consumo. 

Maldita sea esta pandemia por barrer del mundo tantas ilusiones. Por acabar con el trabajo y el medio de vida de millones de personas. Por arruinar de un plumazo negocios y empresas levantados con duro esfuerzo y no pocos sacrificios. Maldita pandemia por quitarnos lo que era nuestro. Nuestros proyectos, nuestras rutinas, nuestras relaciones, nuestras risas y fiestas, el abrazo de nuestros amigos, por dejarnos las calles sin niños y a todos ellos sin escuela. Maldita seas por poner en peligro el futuro de tantos jóvenes, enfilados hacia la universidad y que ahora mismo ni mañana no saben qué ocurrirá. Maldita pandemia por quitarnos la vida más sencilla, mis noches de lluvia, las lunas de consuelo, mi sueño y el sosiego, todo, todo.

Pero bendita por habernos mostrado las falsas realidades falsas y las verdades más profundas, como la de médicos y enfermeras, nuestros héroes, y que hayamos podido darnos cuenta, tan cruelmente, de la importancia de invertir más recursos y más profesionales en la sanidad pública. Nos la habían recortado.

Bendita pandemia por dejarnos ver a lo mejor y lo peor de nuestra sociedad. De lo bueno, la solidaridad de la gente, su responsabilidad en este confinamiento injusto y, sin embargo, aceptado. Bendita por habernos recordado el valor de la libertad más simple, poder salir, poder pasear, poder respirar el aire libre, poder elegir cuándo y qué hacer fuera de casa.

Bendita pandemia, también, por evidenciar la mezquindad que ya existía y no veíamos, como la estupidez trágica de Donald Trump y su recomendación de inyectarse desinfectante. De los malos políticos que, como el perro del hortelano, ni hacen ni dejan hacer. 

Maldita pandemia por restarnos tanto tiempo de vida y a tantas personas inocentes. Ojalá, al menos, propicies el cambio del mundo; pero temo que eso no llegará, pero es un gran deseo. ¡Todo no es culpa ni mérito tuyo, hija de puta!

Diario de cuarentena. Día 41. Expertos al poder

No oigo más que hablar de expertos. Los expertos en esto o en lo otro. De repente, España está repleta de expertos. Y quienes se refieren a ellos lo hacen de una manera que parece que hablasen de los salvadores del mundo, de los sumos sacerdotes, de los infalibles, de aquellos en los que debemos confiar porque nuestra vida está en sus manos. Aún peor, algunos dicen que hay que dejar que decidan los expertos. Que decidan lo que hay que hacer y lo que debemos acatar sin réplica. Piden así el gobierno de los expertos, la tiranía de la soberbia.

Ah, ya sé. Reclaman la vieja tecnocracia, el gobierno de los especialistas, de los técnicos en economía y otras áreas del conocimiento. Una especie de aristocracia, literalmente el poder de los elegidos, de una categoría social. ¡Acabáramos! En el Estado español ya se hablaba de tecnocracia y de tecnócratas en la tiranía franquista, con los ministros, afines al Opus Dei (López Bravo, López Rodó y otros), que estaban allí más por sus conocimientos que por lo fachas que fueran, que lo eran, ya lo creo. Y se hablaba de tecnocracia por eludir la democracia, que es lo que faltaba. Esta gente, recuerdo, cambió el término de obreros por productores, porque así, cambiando las palabras, se intentaba cambiar la realidad de un país oprimido. ¡La repera! ¡Los tecnócratas! 

Si pudiera existir un gobierno tecnócrata, debería contar con legitimidad democrática, es decir, ser elegido o nombrado por la sociedad. Gobernantes de todos los países ya lo hacen. Ponen al frente de la economía o la ciencia a personas independientes con mucho conocimiento en una materia determinada. Sí, pero quedan al servicio de la democracia. 

Me crea desasosiego la idea del poder de los expertos. ¿Qué expertos? ¿Expertos en qué? ¿Quién o dónde se otorga ese título de expertos? En materia de coronavirus y la pandemia consiguiente no había expertos. Ni los hay aún. Estamos ante un virus nuevo. Y los expertos discrepan entre sí. Discrepan sobre su tratamiento, de cómo acometer el aislamiento social y de cuál puede ser la evolución a corto plazo. No hay expertos, aunque sí mucha gente con profundos conocimientos en áreas medicina y la biología. Y mucho fraude entre ellos.

Esta noche tengo la impresión de que, en su ignorancia y mala fe, hay grupos que llevan su rechazo de la democracia al deseo de la dictadura. ¡Todo el poder para los expertos! Una tiranía cualificada. Pues no. Puede que tengamos una clase política mediocre; pero de ahí a poner a los robots al frente, ni por el forro.

¿Y por qué no el poder del algoritmo? Necesitamos un sistema elegido y dirigido por líderes de corazón y con razón, que gestionen las diferencias, las prioridades y la realidad humana hacia su dignidad. ¿Poder de los expertos? ¿Expertos en qué? No, el poder de la gente.

Diario de cuarentena. Día 40. Libros, muchos libros

Extraño Día Internacional del Libro y de San Jordi, bajo encierro domiciliario. Quizás no me haya enterado, pero en estas circunstancias en que la lectura es un elemento equilibrador del alma, no entiendo cómo la industria editorial no ha lanzado una gigantesca campaña de venta de libros, en papel y digital. Este era un buen momento. ¿Por qué no se ha hecho? ¿Por qué las editoriales han suspendido los lanzamientos de los libros programados para esta fecha? De hecho, estaba esperando la publicación del último título de Paulo Coelho, “El camino del arquero”, y la última novela de Care Santos, escritora que me gusta mucho, cuya novela “Seguiré tus pasos” ha sido aplazada sine die.

No entiendo los libros como pasatiempos. No hay libros para el verano, ni para los fines de semana, ni para viajar en metro. Hay libros. Bueno o malos. De diferente género. Pero no son un entretenimiento. Los libros transmiten experiencias, conocimientos e ideas vividos o imaginados por otros y que comparten con nosotros. Y nos enriquecen. O nos dejan indiferentes. A mí los libros me salvaron la vida en momentos críticos. Me proporcionaron un mundo alternativo y un refugio frente al dolor. No, los libros no son pasatiempos. Ni adornos en la estantería. ¿Y cuántos libros se quedaron sin leer? Esta es la tragedia de un libro, que llegue a tus manos y no te lo comas de gusto.

No entiendo a la gente que rechaza la lectura en soporte electrónico. Yo también era reacio y hoy es el día que solo leo en mi Ipad. Tiene innumerables ventajas, desde el precio hasta su archivo, relectura, apuntes y subrayados, búsquedas… El rechazo del libro electrónico por quienes hablan con nostalgia del olor a tinta, el tacto del papel y como objeto sagrado tiene tan poco sentido como el afán imperecedero por la magia del cine en salas comerciales. No, amigos, el coche sustituyó al carro de caballos. ¡Evolucionad!

En mi experiencia lectora tengo anotado como hecho glorioso el día que descubrí “El Quijote de la Mancha”. Como todos los niños, no entendía su lenguaje y la engorrosa obligación de su lectura. Aquella disciplina escolar llevó a millones de niños a aborrecerlo. Los italianos dicen que no nos quejemos, que ellos tienen como título forzoso en la escuela “La Divina Comedia”, de Dante, mucho más difícil, y en verso clásico, que las aventuras de El Quijote de Cervantes. Jamás se ha escrito ni se escribirá en el mundo un libro más hermoso, más denso, más divertido y más profundo que El Quijote, aunque pasen cien mil millones de años. Solo hay que aprender a leerlo, como se aprende a amar y a disfrutar de las delicias de la vida.

En Catalunya lo hacen de maravilla con el regalo de la rosa y el libro en este día de San Jordi. Por eso y por su romántica lucha por la libertad admiro y envidio al pueblo catalán ¡Qué bueno unir amor y lectura en la misma fiesta!

Diario de cuarentena. Día 39. Dejad que los niños…

Si el confinamiento es un agobio insoportable para los adultos, para los niños es crueldad absoluta. No podía ser que la condena alcanzara y de qué manera a los niños. Los confinadores no saben lo que significa la libertad para un niño. Ni idea.

La casualidad, o quizás el regalo de la magia, ha hecho que hoy haya visto una película maravillosa titulada, precisamente, “Este niño necesita aire fresco”, un film alemán estrenado en España el pasado verano y que pasó desapercibido, aunque en Alemania tuvo un enorme éxito. La verdad, esta debería ser la narrativa simbólica contra el confinamiento.

Es la historia del famoso cómico Hape Kerkelin, de nombre Hans Peter. Su infancia estuvo marcada por el amor y la tragedia. Niño gordito, torpe y homosexual, pero muy gracioso, noble y ocurrente, que inventaba bromas para consolar a su madre, depresiva y enferma crónica a causa de intensas migrañas. 

Pero la desdicha se cierne sobre ella. El arrope de afecto sin límites de sus hermanos y abuelos en una comunidad rural (una envidiable familia grande) permitió al pequeño Hans Peter desarrollar una creatividad por el humor que le llevó a la fama. Hablamos del relato del alma de un niño de corazón grande. Véanla con sus hijos, por favor, en estos días de oscuridad.

Sí, los niños necesitaban aire fresco. Y ya era hora que se les permitiera salir a la calle. No estoy en contra, pese a sus errores, de la gestión del presidente Sánchez. Creo que su liderazgo es débil y sus criterios muy inestables; pero le concedo el beneficio de su buena voluntad y el propósito de hacer las cosas lo mejor posible. Nadie en Europa lo ha hecho muy distinto a él. Lo inconcebible es que los políticos y partidos oponentes no ayuden a la solución y se preocupen más de atacar y obstaculizar. ¡Qué español es el cainismo!

Fue un error limitar la salida de los niños al mero acompañamiento a los adultos en las salidas al super. ¡A quién se le ocurrió! La inteligencia de los padres es garantía suficiente del cuidado de los chicos y que puedan expansionarse sin problemas unas horas al día, como uno o dos recreos, hoy más necesarios.

Hasta los padres con niños hiperactivos saben cómo gestionar la tendencia anárquica de sus hijos. El Gobierno o sus asesores deberían reconocer que las familias son las primeras interesadas en que la conducta de los chicos en este desconfinamiento se desenvuelva con responsabilidad. ¡Confíen en la gente, carajo!

El domingo no se producirá un caos en las calles de pueblos y ciudades porque los niños salgan al aire fresco. No pasará nada. Sus gritos y risas son música celestial. Es el sonido de la vida. En nombre de todos los niños, Hans Peter es mi héroe de hoy, verdadera dulzura.