Sin besos no hay paraiso

Los moralistas de la entrepierna deben estar contentos con el coronavirus por el apagón emocional de millones de historias de amor y la imposibilidad de que se produzcan nuevos romances con las mínimas condiciones de libertad y tacto. Celebrarán que con la pandemia volvamos a tiempos de Maricastaña en las escenas eróticas del cine y la televisión en tanto llega la vacuna. Se acabó el amor explícito. Actores y actrices tienen miedo al contagio, por lo que los productores han decidido prevenirse en los rodajes realizando test del virus, que los hombres no se maquillen y suprimir intimidades y besos entre personajes.

            Supongamos que se suspenden los relatos de amor y se opta por otras ficciones que no impliquen el tránsito de fluidos entre varones y mujeres. Por ejemplo, de atracos y peleas. ¿Se van batir los bandidos con florete? ¿Irán con mascarilla en vez de con pasamontañas a robar bancos? ¿Y qué tal si todas las series y películas son de animación? De contento, Walt Disney resucitaría de su criogénesis. No tiene sentido que la industria audiovisual se convierta en pantomima, a lo Marçel Marceau. Si no es posible que las historias puedan ser contadas en su esplendor, es mejor -y más digno- esperar a que la vacuna nos rescate y vivir mientras del archivo. Nunca hubo en la tele como ahora más cine añoso y series viejas, suficiente para resistir. Se está haciendo también en deportes, con ETB1 repitiendo antiguas carreras ciclistas y Movistar+ volviendo a las imágenes de partidos épicos.  Hay que tirar de las reservas.

Una parte de la cultura sufrirá un golpe mortal. Hasta ahí tienen que llegar las ayudas públicas. No se subvenciona el talento, que no lo necesita, pero sí el trabajo esencial de comediantes, técnicos, dobladores y productores, y son miles. El espectáculo debe continuar: sin besos no hay paraíso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *