Diario de cuarentena. Día 97. ¡Viva la fragilidad!

A este diario, diario de la cuarentena de 2020, se le acaban las páginas. Anna Frank, chica sensible y mágica, llamó Kitty a su diario inmortal. Era el personaje imaginario al que escribía las cartas contándole sus miedos y los sucesos del confinamiento. Su enemigo eran los nazis; el nuestro, un virus venido de China. Y el enemigo común, el miedo.

Supongo que lo de menos ahora es pedir cuentas a los culpables. ¿Qué culpables? Pero algo habrá que aprender de esta dura experiencia: mejorar la sanidad pública, ventilar los métodos educativos, reformar las residencias de mayores, incentivar la investigación, salir de China y centrarse en Europa, defender la democracia, vivir. Sí, vivir más y mejor que nunca. Vivir sin miedo. Vivir sin precio.

Va volviendo la vida, aunque ojalá muchas cosas no regresen nunca. Ha vuelto Koldo, mi vendedor de la ONCE a su garita, el hombre que reparte mala suerte entre la gente que confía en resolver por vía del azar algunos de sus problemas materiales. Mi apuesta por el cupón es por el nombre, cuyas siglas equivalen a mi número mágico, el 11. Es una tontería, pero es el único guiño que le hago al azar, un tirano del que hablamos poco. Solo juego los viernes al cuponazo. Es un ritual, uno de los muchos de cada día, como el café, la prensa, mis artículos, mis disciplinas intelectuales y emocionales de pensar, sentir, soñar, creer, mis utopías, formas de multiplicar por el infinito un día cualquiera, todos los días.

También he visitado al médico. La carga histórica de un infarto me lleva a una serie de chequeos periódicos. Hoy tocaba análisis de sangre y un electro con vistas a la ecografía de la próxima semana. Y allí, en la misma camilla donde hace cinco años me tumbaron para hacerme un electro de urgencia y me diagnosticaron infarto, he recordado con las enfermeras mi angustia, mi terror ante lo que pasaba y yo no sabía. Una de ellas me ha reconocido de la televisión, y me ha tranquilizado. He recordado lo terriblemente vulnerable que me sentí aquella noche de 2015. Sí, viva la fragilidad, porque forma parte de nuestra realidad y la conciencia de ser vulnerables relativiza las cosas y nos lleva a amar con más sentido la vida y a valorar cada día y lo importante frente a lo fútil. 

Esta mañana un pajarito ha entrado volando al interior de la cafetería donde tomaba café y leía la prensa. Son ya varias veces que esto se repite, aunque sé que es frecuente en otros locales de hostelería, pero no en este. Hasta ahora. Lo tengo como suceso de buen augurio. Los txoris simbolizan para mí la libertad, la escapada de la realidad y la búsqueda de refugio en lo más alto, estar a salvo. 

Han transcurrido noventa y siete días. Y solo me quedan dos páginas. Parece un período más largo. ¿Salgo mejor que cuando esto empezó? ¿Ha valido tanto sufrimiento para algo? Tengo miedo de que todo siga como antes.

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