TRES años y un mes después, Miguel Ángel Oliver ha regresado a Cuatro al cesar como Secretario de Estado de Comunicación, equivalente a gran jefe de prensa del Gobierno y todo un poder en el reparto de información, publicidad y subvenciones. Le ensombreció el gurú Iván Redondo en sus afanes. Es amargo pasar de las alfombras al parquet donde ya no mandas; pero otros antes que él volvieron con dignidad. ¿Recuerdan al comunista Gerardo Iglesias bajando a la mina tras gozar de escaño y tribuna en el Congreso de los Diputados a finales de los años 80? El sueño del periodista es gestionar la imagen de un ministro, consejero o alcalde, con el riesgo de que al concluir la legislatura y reincorporarse a su redacción se tope con la realidad de que su silla e incluso su medio han desaparecido y deba emprender un duro peregrinaje profesional de revanchas y olvidos.
Miguel Ángel Oliver, que fue estrella de informativos, ha encontrado su canal sin telediarios y en su lugar emiten subproductos de debate a cargo de okupas como Risto Mejide con un espacio diario, Todo es mentira, y otro semanal, Todo es verdad, tan flojos que solo los puede sostener Paolo Vasile para su niño mimado. No menos pobres son las tertulias Cuatro al día y En boca de todos, con audiencias miserables. En su reentré, Oliver dirige y presenta la serie documental ¿Cómo pudo ocurrir?, cuyo primer episodio, El hombre del banco, relata el asesinato de Alex, de 9 años, por un pederasta con antecedentes a quien el sistema judicial y policial dejaron a sus anchas en Lardero, La Rioja. Como todos los buenos programas apenas llegó al 3%.
Otro que ha vuelto de la política a los micrófonos es Pablo Montesinos, caído junto a su valedor Pablo Casado. Estará de tertuliano en LaSexta con el morbo de saber si atacará a Alberto Núñez Feijóo o nadará en aguas intermedias. Nadie es objetivo, amigo, y aun así puedes ser honesto.
Mi única duda es qué nivel es más abjo: el del periodismo español o el d ela política española. Sin olvidar, claro está, que la gente ve lo que ve y vota lo que vota. Supongo que, al final, el verdadero problema es ése.
Van de la mano, obviamente. Una democracia de baja calidad está acompañada de una prensa servil y de trinchera.
Y de una población `para la que la democracia no es un elemento irrenunciable – como tomar cañas en la terraciat – sino algo que si se tiene, bien y, si no, no pasa nada.
La población solo peca de credulidad y cobardía, en gran parte por ignorancia propia o inducida.