Desahogo intelectual de un trienio y pico

Los desahogos emocionales son demasiado simples como para sustituir el juicio racional de los hechos. Supongo que en la noche del 21-O hubo un desbordamiento de alegría tras verse Euskadi liberada de una pesadilla que desaparecerá del todo antes de fin de año. Consumado el alivio pasional, conviene efectuar el descargo intelectual de cuantas maniobras propiciaron el asalto de López a la lehendakaritza y que su dominio se prolongara artificialmente durante un largo e insoportable trienio.

Lo deseable sería que los promotores de la estrategia antinacionalista reconociesen su error histórico; pero parece que aún es pronto para ese ejercicio de honradez, quizás porque las heridas de la derrota, aún abiertas, impiden a los fracasados asomarse con serenidad a su propio y honesto relato. O tal vez no lo hagan nunca, a juzgar por el éxtasis de las palabras de un noqueado Rubalcaba, para quien la aventura “ha merecido la pena”, y de López, que se siente “muy orgulloso” de haber sido el primer lehendakari socialista. Frente a la ceguera y la jactancia hay que contraponer las grandes certezas, al menos tres, que describen cómo se urdió aquella catástrofe y con qué instrumentos y complicidades se ha sostenido.

Operación de Estado

Se ocultó a los ciudadanos la verdadera naturaleza del proyecto: la alianza españolista fue una decisión de Estado, una convención de los poderes políticos y económicos para desalojar a cualquier precio al PNV de todas las instituciones donde fuera posible. Se formalizó en 2000 y se puso en marcha en 2001, con un rotundo fracaso, y se volvió a intentar en 2005, con parecido resultado. Solo la amputación del cuerpo electoral, mediante las sucesivas ilegalizaciones de la izquierda abertzale, hizo aritméticamente viable la exclusión nacionalista. Por escaso margen, las fuerzas estatales lograron su mayoría parlamentaria en 2009, no sin mediar engaños (“nunca pactaré con el PP”) y enmascaramientos (“la normalidad”). López y Basagoiti suscribieron su acuerdo, pero solo fueron actores secundarios.

Con lo que no contaban los firmantes fue la mayoritaria impugnación social que produjo aquel pacto, incluyendo a sectores de la izquierda, y que el PNV, impulsado por su legitimidad democrática, supiera afrontar con inteligencia y serenidad uno de los peores trances de su reciente historia, hasta el punto de desquiciar los planes de desmontaje abertzale y adoctrinamiento constitucional que estaban previstos para dotar de base programática a aquel espurio gobierno alternativo.

Al descrédito esencial de la operación se le sumaron otras dos contrariedades: la inconsistencia del liderazgo de López y las frivolidades de Basagoiti. Y por si fuera poco, la recesión económica puso en evidencia la incapacidad de un equipo formado por consejeros ramplones y dirigentes revanchistas. López nunca entendió que, aunque su gestión hubiera sido aceptable, el problema era de origen, su ilegitimidad y la incongruencia ideológica del enjuague. Hoy es el día que culpa de sus desgracias al complot entre la mala fortuna y la ingratitud de la gente. El verdadero fiasco de los estrategas del Estado es haber convertido a López en héroe para los españoles y lehendakari postizo para los vascos. Se estrellaron contra la realidad en su disparatado intento de adulterarla.

Complicidad mediática

El cambio forzado de la realidad implicaba alterar la percepción pública y orientarla hacia el interés de España. Y para eso era imprescindible la complicidad coordinada de los grupos de comunicación antinacionalistas, especialmente Vocento, y subordinar a EITB en la miserable tarea de autentificar la alianza frentista en Euskadi. Es difícil encontrar en el mundo occidental un antecedente de mayor deshonor profesional que el emprendido por tantos y tan poderosos medios en la empresa de hacer oposición a la mayoría social mediante el engaño sistemático.

El patrocinio mediático ha tenido tres fases. Al principio se ocupó de justificar el cambio con falaces razones, como la bondad de la alternancia tras treinta años de hegemonía nacionalista. La siguiente etapa consistió en ponderar la gestión de López, confiando en que una buena administración compensaría el desafecto inicial; pero ante sus nulos frutos, los medios progubernamentales solo pudieron minimizar los constantes desaciertos del lehendakari y sus consejeros. En la última fase, vista la descomposición del proyecto, se han limitado a apuntalarlo y preparar el viraje editorial ante el retorno del PNV a Ajuria Enea. Hoy esos grupos confían en un rápido olvido de su estrategia de perversión informativa y que no quede rastro de responsabilidad por la reedición de la vieja táctica franquista en Euskadi entre 2009 y 2012.

  El uso sectario de la radiotelevisión vasca en esta aventura pasará a la historia universal de la infamia. El daño causado por el equipo de Alberto Surio es tan profundo que costará años y mucha paciencia recuperar el prestigio del ente público y la adhesión emocional de los espectadores vascos. La lista de sus fechorías es interminable: comisarización de los teleberris, censura calculada, desestabilización de la plantilla, alteración caprichosa de la programación, contratación de productoras, asesores y profesionales de ideología antinacionalista… No en vano la desnaturalización de EITB figuraba en la letra del pacto, un objetivo que ha terminado por configurarse en el símbolo de su naufragio.

Y fiasco intelectual

En mi opinión, el aspecto más aberrante de la operación fue la servil participación de personalidades e intelectuales en la campaña de apoyo a López y el simultáneo desprestigio nacionalista. En su diseño se contó con Aldaketa, un lobby de opinión socialista, presidido por Joseba Arregi y en el que figuraron Imanol Zubero, Andoni Unzalu, Carlos Trevilla, Roberto Lertxundi y Luisa Etxenike, que más tarde obtuvieron su salario en especie. No faltó la participación desinteresada de Fernando Savater y otras más interesadas, como Iñaki Gabilondo, Haranburu Altuna y hasta Vargas Llosa. Ellos aportaron la nota culta y progre al contrato socialconservador español, precisamente para que los más refractarios entre los suyos a tan extraña componenda vencieran su repugnancia y lo aceptasen como ineluctable.

Esta gente compuso encendidas loas al frente López-Basagoiti y crueles filípicas al nacionalismo. ¿Qué dijeron entonces y que dicen hoy? Haranburu Altuna escribió hace solo año y medio: “Pocas veces hemos aportado los vascos a la política algo tan positivo y encomiable como el pacto que hizo posible el gobierno del lehendakari López.” Y ahora, como si nada hubiera pasado, publica esto: “A mi modo de ver el PNV y el PSE deberían colaborar en el logro de un cauce político y económico que asentara el curso de nuestro futuro a medio plazo”. Al contrario que el voluble editor, Joseba Arregi, el más feroz inquisidor del que fue su partido, no reconoce el correctivo dado por los electores a su tinglado y tiene la divina certeza de que los resultados de la mayoría abertzale son una inmoralidad: “Parece que la sociedad vasca castiga a los que más han contribuido a la derrota de ETA y premia a los que nunca han creído en esta derrota”. ¿Qué más tiene que ocurrir para que Arregi alivie su paranoia y nos libere de su furia dogmática y resentimiento? Frente a tanto rencor y soberbia, invito a todos a una ronda de felicidad y concordia democrática.

El rapto de la tarde en la tele

De cuatro partes se compone el día de la tele: mañana, tarde, noche y la hora de los insomnes. La mañana está ocupada por una guerra entre dos mujeres, Ana Rosa y Susana Griso, que van empatadas. La noche casi siempre es de Telecinco, menos cuando hay fútbol del bueno. Y la tarde es un tiempo intermedio donde reina sin rival el cotorreo, un invento español, subproducto de la tertulia, creado para combatir el tedio y los complejos de inferioridad mediante el asalto despiadado a la intimidad ajena y cuyo oficiante mayor es Jorge Javier Vázquez. Antes de producirse esta catástrofe pública las tardes eran una sucesión de culebrones baratos que consolaban los desamores de la gente sin causar graves secuelas emocionales y sexuales, un mal menor comparado con el akelarre de pornografía verbal, vómitos de desprecio y conjuros de frivolidad idiotizante que sirve Sálvame a todo ser desocupado o masoquista. Tal vez la sociedad cabal ha perdido la tarde irremisiblemente.

Frente a este fatalismo, surgen intentos de rescate. TVE y Anne Igartiburu lo buscan con +Gente, pero sus vacuos argumentos solo convencen al 6% de la audiencia, lejos del 18% del monstruo. También La Sexta ha plantado batalla con Más vale tarde, que en sus primeros días apenas atrapa al 3,5% de los espectadores. Quien tuvo éxito en este empeño fue ETB con Pásalo, que llegó a alcanzar cotas del 25%, hasta que la revancha española convirtió aquel espacio de debate, razonablemente plural, primero, en un juguete para la vanidad de Urrosolo y, finalmente, en una mala imitación del original con Ni más ni menos. Fue la certificación de que había alternativa a la degradación de la palabra y que hoy, de otra manera, es posible un liderazgo honroso de las tardes.

Las encuestas subrayan la demanda de los ciudadanos de un cambio radical del modelo político, económico, educativo y moral. Si los partidos, las empresas, la escuela y hasta la Iglesia tienen que renovarse, ¿por qué la televisión permanece encerrada en sus miserias? ¿Quizás porque su basura no es reciclable?

Breve curso de retórica política

http://www.youtube.com/watch?v=WKP93il5hlY&feature=relmfu

La retórica es la última frontera entre la inteligencia y el instinto. Nos permite embellecer la verdad, describir la realidad con agudeza y hacer maravillas con el fondo de nuestras dudas. El enamorado, el creyente, el poeta, el vendedor, el cínico y el maestro no sobrevivirían sin su auxilio. Pero la retórica no es útil solo para persuadir, también lo es para detectar falacias. En la noche electoral vasca la televisión nos ofreció ejemplos de retórica barata, común entre los políticos. Cuando un descompuesto Basagoiti declaraba quequeríamos movilizar más a nuestro electorado y haber tenido más escaños”, encubría estas otras palabras: “Nos hemos dado un batacazo de campeonato y a mí me baila la silla”. Cuando López, traumatizado, manifestaba que “estos no son los resultados que esperábamos y no hemos movilizado a nuestras bases», ocultaba su auténtica sentencia: “Hemos perdido un tercio de los votos y mi proyecto se ha ido a la porra”. Cuando Mintegi, exultante pero menos, proclamaba que «dos de cada tres parlamentarios van a ser nacionalistas», escondía una intención oportunista: “Sumando mis electos a los del PNV no se notará tanto mi frustración”. Y cuando Maneiro, soliviantado por la mayoría inconstitucional, tildaba a Euskadi de “sociedad abducida y enferma”, quería decir: “Me ponen enfermo estos separatistas, me dejan con un mísero escaño”. Y así toda la semana, políticos a la fuga, huérfanos de dignidad y lucidez.

En cambio, las cadenas españolas no ocultaron su cabreo patriótico bajo una retórica de disimulo. España retransmitió su ira en directo. ¡Qué extraordinario espectáculo ver a los tertulianos de Intereconomía, 13 TV, TVE, Antena 3 y Telecinco rugiendo contra el voto de los rebeldes vascos, mientras en Euskadi se brindaba y brincaba por un triunfo abertzale sin paliativos! Una gozada. El gran hallazgo de las televisiones estatales es haber convertido los debates de opinión en género humorístico: cuanto más se enfadan, más risa nos producen. Sí, la democracia es divertida, incluso cómica.

Pactad, partidos, pactad

Suena a tópico postelectoral, pero es incuestionable que Euskadi ha entrado en un nuevo tiempo tras lo acontecido el 21-O. A lo largo de la campaña Iñigo Urkullu anticipó reiteradamente esta posibilidad y los cambios que habrían de derivarse del fortalecimiento del voto abertzale y, en paralelo, del declive electoral constitucionalista. En este proceso de transformación estamos. Lo curioso, por no decir absurdo, es que asistimos a la irrupción de la normalidad tras años de ilegalizaciones y mermas de derechos democráticos y del despiadado ejercicio de una doble violencia -de ETA y el Estado- que ha condicionado, y de qué manera, la vida política vasca. ¡Cuánto tiempo perdido, cuánto conflicto artificial, cuánto juego insensato para terminar en el punto de partida, en la pura e ineludible realidad! ¡Cuánto camino de tranquilidad y progreso podríamos haber adelantado y cuántos problemas nos habríamos ahorrado si los dirigentes españoles y la izquierda abertzale no le tuvieran miedo a la libertad.

Supongo que, después de tres años y medio de ignominias y sectarismo antinacionalista, el cuerpo nos pide responder con dureza a los agravios recibidos y poner en marcha la demolición de la herencia del Gobierno López. Sería un error y añadiríamos un daño más al desastre que el trienio españolista ha proporcionado al país. Nos conviene, por responsabilidad, una actitud de serenidad y asumir que el nuevo e ilusionante escenario exige ciertas renuncias y contención, no replicando a aquella revancha con otra revancha opuesta, lo cual no excluye la higiénica clausura de los comederos abiertos por la trama PSE+PP en la administración vasca y también en EITB, sistemáticamente comisariada, ni dejar impunes los quebrantos que se detecten en las arcas públicas tras la pertinente auditoría. Es preciso comprender la naturaleza innovadora y positiva del mensaje electoral de Urkullu, los grandes acuerdos, tan difíciles pero necesarios que requerirán cierto olvido y generosidad, más de lo que emocionalmente estamos dispuestos a ofrecer.

No imponer, no bloquear

Creo que una gran parte de la sociedad, incluso más allá del electorado propio del PNV, ha entendido la importancia del compromiso de Iñigo Urkullu de emprender grandes acuerdos entre las fuerzas políticas vascas. No es un mensaje muy frecuente en política. Y esta empresa trascendental va a marcar, desde el principio de la legislatura, la hoja de ruta del próximo lehendakari. Con la amplia pero relativa mayoría de que dispone el PNV -27 escaños- es posible conformar un Gobierno fuerte y seguro para los próximos años, si bien no le permitirá imponer su programa y deberá estar permanentemente abierto a negociaciones y pactos en materias clave y actuaciones sectoriales, lo que proporcionará una agitada e interesante actividad al Parlamento.

No cabe otro modelo que el esfuerzo continuo de pactos abiertos y una búsqueda de puntos de encuentro, sin exclusiones. Esto es lo que desea la sociedad, pero siempre que esta metodología sirva para resolver problemas y acometer las soluciones que precisa nuestra economía, la cohesión social y la convivencia política. Fallecidos por fortuna los liderazgos carismáticos, es la hora del liderazgo participativo, más coherente con la democracia moderna y sus complejidades. Este es el tipo de dirección que encarna Urkullu y para lo que se ha preparado durante muchos años, no siempre bien comprendido fuera y dentro del nacionalismo vasco.

No solo se espera que cambie el estilo de regir un país desde el Gobierno; también se demanda que haya otra forma de ejercer la oposición con la renuncia previa de toda tentación de bloqueo sistemático. Lo que se querría para los próximos cuatro años es que se cultive la cultura de la corresponsabilidad y que las distancias entre el poder y el contrapoder, tan necesarias, no resulten insalvables para volcarse en el impulso de una economía productiva y generadora de oportunidades de empleo e inventar un marco de convivencia razonable entre soberanistas vascos y constitucionalistas españoles, porque no es imposible. Ignoro si los partidos se han percatado de la peculiar situación que vive este pueblo; pero las cosas han cambiado radicalmente. Ya nada es igual que antes, ni para gobernar ni para opositar. Todo lo que no sea pactar es inútil, con la diferencia cualitativa de que hoy el acuerdo tiene que producirse sin esperar compensación en forma de cuotas de poder o reconocimiento social. Hay que entenderse porque sí, a cambio -casi nada- de recuperar el prestigio de la acción política en la ciudadanía.

Primero la economía; pero…

El virtual lehendakari ha fijado su prioridad en la crisis y el paro, en sintonía con las preferencias de la mayoría. No es que el regreso al crecimiento de la riqueza y la creación de empleo dependa solo de la acción de nuevo Gobierno, pero es indudable que sin el impulso desde Ajuria Enea, con las herramientas del Concierto y la cooperación de las diputaciones, nada de esto será realizable. El proyecto colectivo es situar la economía vasca en el paradigma de la competitividad global, la innovación y el conocimiento, como en otras épocas lo fue la industrialización o la modernización tecnológica. Casi todas las expectativas de la gente se centran en esta monumental empresa, conscientes de los sacrificios que implica y los cambios de mentalidad que la acompañan.

Ahora bien, esta primacía no puede negar o retrasar por mucho tiempo el otro bloque de nuestras necesidades, esto es, la soberanía vasca y la coexistencia en un país con dos sensibilidades nacionales. Precisamente, el enquistamiento del problema se ha debido a la estúpida cobardía del Estado a afrontar la reclamación de una mayoría nacionalista, parapetándose en  la inmutabilidad fáctica de una legalidad diseñada por los herederos del franquismo. El 21-O ha manifestado la enormidad de la suma abertzale (casi dos tercios del Parlamento), diversa pero expresiva del descontento sobre el actual desequilibrio entre la aspiración independentista y la imposición constitucional. El objetivo democrático de cambiar la relación de Euskadi con el Estado es tan real y profundo como la crisis económica, de manera que del trabajo de la legislatura que empieza cabe esperar también una salida razonable y valiente en lo político. Si antes la excusa para el diálogo entre partidos y la negociación resolutiva era la violencia, ¿vamos ahora a tomar la crisis como el mísero pretexto para impedir el final de nuestro viejo dilema histórico? A la contundente mayoría abertzale le compete que este crucial asunto no se retrase ni se impida: es un imperativo emanado de las urnas.

A Iñigo Urkullu se le acumulan las urgencias antes de su nombramiento como lehendakari. Hay que formar Gobierno, crear una nueva cultura de acuerdos en Euskadi, afrontar la brutalidad de la crisis y acomodar la soberanía a dos bandas en principio incompatibles. Nadie lo tuvo más difícil, porque los problemas de hoy no tienen parangón con los de otras épocas. No sirven los modelos conocidos, hay que reinventarlo casi todo. También la propia figura del lehendakari. El reto histórico de Iñigo Urkullu es pasar de ser mucho para muchos a ser mucho para todos.

Chino expiatorio o el exorcismo nacional

http://www.youtube.com/watch?v=90CUGeBOeDI

Así es desde que el mundo es mundo: cuando la fortuna es adversa, los humanos buscamos la expiación de nuestros males endosando su causa a algún grupo, persona o país, la excusa perfecta para no reconocernos responsables. Y como -por inferioridad- no podemos con los alemanes, ni nos atrevemos -por cobardes- con los banqueros, hemos ido a fijarnos en esos pequeños seres que trabajan en horario perpetuo, a los que compramos productos mucho más baratos que los nuestros, que poseen los mejores espacios de la ciudad, que nunca se quejan y que antes se conformaban con abrir algún que otro restaurante exótico y ahora acaparan todo el dinero y el poder global. Sí, los chinos tienen la culpa de nuestra pobreza. Por eso, el Gobierno y la sociedad famélica decidieron que había llegado la hora del exorcismo nacional. Y por fin, los españoles tienen su versión del chivo expiatorio: el chino expiatorio.

Hacía falta un gran espectáculo y que la televisión acompañase con una singular puesta en escena. Que hubiera una redada a lo bestia, que se exhibiera el insultante lujo de los culpables, que el mensaje fuera la imagen de unos carritos repletos de dinero y que nuestro consuelo se sublimara en el desfile de los mafiosos chinos, esposados y camino de la cárcel. Era necesario que Jordi González le dedicara El Gran Debate, en Telecinco, para que no quedara duda de quiénes arruinan nuestros comercios y nos llevan al desempleo. Gao Ping, el actual Fu Manchú de los terrores españoles, es el chino expiatorio en quien hemos generalizado nuestros viejos y nuevos tópicos sobre China. ¡Ay, el tópico y su carga de odio!

Pero cuando el burdo montaje de este exorcismo colectivo haya concluido y el caso quede reducido a un episodio de menor cuantía, el deterioro económico español continuará imparable; las familias seguirán acudiendo a comer a los restaurantes chinos y, por supuesto, no dejaremos de comprar en sus bazares, siempre abiertos, mientras nuestras empresas cierran por falta de lo que a las suyas les sobra, competitividad e ingenio.