¿Saber de dónde venimos?

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Por fin, una buena noticia para ETB. E inesperada. Su nuevo espacio «Todos los apellidos vascos» ha obtenido audiencias desconocidas desde hace tiempo en la cadena pública, con el 17,2% en su primera entrega y 14,4% en la segunda. ¿Y qué tiene de especial este programa low cost para que tantos espectadores se hayan fijado en él? Su éxito es haber abordado uno de los viejos mitos humanos: saber de dónde venimos y conocer a nuestros antepasados, algo que ejerce una atracción irresistible sobre muchas personas y que a otras nos parece territorio pantanoso y oscuro en el que es mejor no entrar. Una certeza: no hay vida en el pasado, donde habitan los fantasmas; pero a la gente le apetece hurgar en el desván de sus ancestros, quizás para redimir su menguada autoestima con el hallazgo de algún ascendiente de relumbrón. O puede que no sea más que una entretenida curiosidad, como una juvenil sesión de ouija.

Con este espíritu ligero aborda el programa esta cuestión y se concentra en personajes relevantes como Iñaki Gabilondo, Iñaki López o Miguel de la Quadra-Salcedo que, literalmente, desciende de la pata del Cid. Al periodista donostiarra le encontraron un parentesco con el lehendakari Agirre y al presentador de ETB y laSexta, que acabó entre lágrimas, las sutiles rarezas de su aita en la mili, que compartió con Argiñano. ¿Y si uno no fuera hijo de su padre y los archivos genealógicos fueran perfectamente falsos en su origen? No hay oficio con más embustes que el de historiador, ni institución menos fiable que la Iglesia.

Sorprende la elección de Olga Zabalgogeaskoa, acreditada reportera, como presentadora. ¿Y por qué no Begoña Zubieta? La estrategia de promoción interna en ETB es uno de los grandes misterios del país. Anoto dos aciertos de «Todos los apellidos vascos»: recuperar a Maite Esparza como guionista de garantía y conseguir una producción admirable con muy poco presupuesto. La idea del programa no es nueva, pero su reedición es divertida y oportuna, ahora que hay tanto miedo al futuro. Solo la imaginación es más fuerte que el pasado.

Ayuntamientos, ¡qué espectáculo!

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¿Regeneración? Visto lo visto ayer en los ayuntamientos de Euskadi y el Estado, lejos estamos de algún atisbo de regeneración política. En muchos casos el espectáculo ha sido bochornoso.

En Gasteiz, Bakio, Andoain, Plentzia… impresentable.

Alianzas absurdas, pucherazos, venganzas, reproches, gritos, insultos… y todo ello en nombre del pueblo. Los mismos que justifican un acuerdo en un sitio, lo critican en otro. U olvidan su complicidad en recientes pactos que ahora lamentan. Y los emergentes se adhieren como campeones a la vieja política. Puro y miserable partidismo, carente de la mínima grandeza ética y categoría moral.

Ni en el fondo ni en la forma se han hecho bien las cosas. En Gasteiz, el PSE retira su apoyo al PNV porque un concejal de este partido ha incumplido su acuerdo en Andoain. Una vendetta infantil. Con el indeseable apoyo de EH Bildu y de las plataformas emergentes al PNV, sin previo acuerdo programático. Es verdad que Maroto se ha labrado su propia tumba con un discurso segregador y socialmente peligroso; pero en esta alternativa ha faltado dignidad política y ha sobrado aritmética para expulsarle como hubiera sido noble y democráticamente deseable.

La misma o parecida miseria política ha llovido sobre en Bakio, Plentzia y otros municipios. En estas dos localidades marineras ha prevalecido el rencor y la mezquidad sobre la racionalidad. No podemos desconocer que, al final, la política la hacen las personas y no los partidos. Y mucha de esa gente, que sonríe y ama, camina por la calle con toda su ruindad a cuestas.

¿Qué decir de los lloros y lamentos del PP olvidando el pacto antinacionalista Lopez-Basagoiti de 2009?

Y así sucesivamente.

Y esperen, que aún quedan por constituir las diputaciones y varios gobiernos autonómicos, donde puede ocurrir de todo.

Esta es, sencillamente, la calidad democrática de nuestro sistema.

Sí, regresamos a los años 80 y 90, con acuerdos demenciales en nombre de la estabilidad institucional. ¡Por Dios! Siempre será mejor la inestabilidad natural de las cosas que la compraventa de tranquilidad para una sociedad mediocre. El argumento de la estabilidad contiene una de las más falacias más demoledoras de cuantas he escuchado últimamente.

¿Alternativas? Las hay, pero son más complejas y no tan tranquilizadoras como los acuerdos de compraventa de cargos y apoyos condicionados. Y desde luego, son mucho más democráticas. La alternativa es gobernar a varias bandas, con unos y con otros, en minoría, tratando de llegar a acuerdos difentes en  diferentes temas. Los pactos de cada día, según de qué se trata. Acuerdos diversos, sin un patrón único, abriendo espacios de mayor complicidad y penetrando en las nuevas sensibilidades.

Claro que esta forma de entender la política, más creativa y abierta, trae sus agobios y exige mucha capacidad de diálogo. La sociedad está preparada para este modelo radicalmente transversal, imaginativo, donde los responsables personales en cada lugar tienen más peso que las ejecutivas centrales de los partidos. Una gobernanza menos tutelada. La obsesión por las mayorías es como tener una calculadora en el corazón. No, las mayorías se hacen con la sociedad, con toda la sociedad, y no selectivamente entre partidos.

Vale con insertar en la política lo que se pide a las organizaciones, empresas y educación: innovación. O sea, impulso por cambiar lo que ya no funciona.

En fin, paren, que yo me bajo.

Pactos políticos: salvar la televisión pública

uxueLa voluntad está sobrevalorada en igual medida que la inspiración -vulgarizada en el concepto de motivación- ha perdido reconocimiento. Hemos renunciado a la grandeza, es lo que acontece. No debería importar el para qué, sino el por quién de las cosas. Esto explica la relevancia verbal de la política, sus agotadores dimes y diretes, el espectáculo de estos días, vísperas de pactos que se resumen en el logro del más ventajoso acopio de poder bajo el disimulo estético del desinterés por cargos y poltronas. ¿Y cómo quedarán las televisiones autonómicas en el reparto?

Hay varios frentes abiertos. En Valencia, los partidos que negocian relevar al PP han prometido, a la griega, rescatar Canal 9, vilmente clausurada. En Castilla-La Mancha, tras el reinado de la Cospedal, se podrá salvar su canal CMT, el medio público más denunciado por falta de objetividad. Y, por supuesto, queda por liberar Telemadrid, moralmente destruida por el pillaje de la derecha. Hay mucha decencia en juego en estas alianzas.

Por aquí el gobierno del cambio propiciará la recepción, por fin, de la señal digital de ETB en Navarra, derribando una artificial frontera. ¿Dejará de acosar el PSE a la radiotelevisión vasca al compartir proyectos municipales y forales con el PNV? ¿Está ya satisfecha la vendetta socialista contra los jeltzales? La rocambolesca constitución de la comisión parlamentaria para la reforma de EITB no augura un mínimo sosiego, al situar al frente a Rodolfo Ares que, como todos sabemos, es un experto mundial en industria audiovisual. PSE y PP, presos de sus deudas tácticas con los grupos privados y su servil razón de Estado, no entienden el valor objetivo de nuestros medios públicos. Hay que hablar de los derechos de identidad de un país y del equilibrio democrático que ejerce ETB, sin menoscabo de lamentar su despiste actual.

La comunicación tiene vocación de libertad y compromiso social; pero hay un complot global y también local para arrebatarle este destino. ¿Y qué es finalmente el destino? Mitad de tu sueño, mitad de tu empeño.

Un troyano llamado Buruaga

buruaga Ernesto Sáenz de Buruaga es el caballo de Troya que el poder mediático privado ha instalado en la televisión pública para destruirla desde dentro. Enviado para ese demoledor objetivo y con el beneplácito del Gobierno español, ha regresado a TVE con un debate que ofende el pluralismo democrático y mina la vocación imparcial de los medios institucionales. «Así de claro», título del bodrio estrenado el pasado lunes, no añade ninguna novedad a las comunes tertulias políticas y actúa de repetidor de los partidos dominantes con los mismos comentaristas de siempre y sus previsibles puntos de vista; pero cumple su cometido de propagar el descrédito moral y la inutilidad del medio público. Causa un terrible destrozo. Y de paso, brinda al PP una tribuna promocional para las elecciones de otoño, mientras ofrece cuidados intensivos al agónico sistema bipartidista. Todo exterminador tiene una misión salvífica como pretexto.

El torpedero convocó a ocho tertulianos a la medida de su proyecto sectario: tres periodistas afines a Rajoy, dos ex políticos muy constitucionales; un antiguo fiscal de la Audiencia Nacional; el bufón de la Corte, Sánchez Dragó, interesado solo en hablar de sí mismo, y una joven escritora que disentía con complejo. No hubo cruce de opiniones, básicamente se pontificó. Y cuando se abordó la pitada al himno y rey en la final de Copa, el ochote compitió en quién azotaría más fuerte a los sediciosos. Significativa la expresión de Victoria Prego al referirse al cambio político en Navarra: “Dramático”, dijo con aire golpista. Buruaga se reservó el derecho a descalificar los tweets del público.

Así de claro y hostil fue este engendro que reunió, entre curiosos y despistados, a menos de un millón de espectadores. Los bellacos no enmiendan sus fracasos, tampoco Ernesto. Dándole importancia, Oscar Wilde había dejado escrito que “experiencia es el nombre que todos dan a sus propios errores”. Errores a 160.000 euros semanales. Meditando su suicidio, TVE asume que no hay libertad más angustiosa que ir a la deriva.

La Europa de las canciones

Eurovision

Mientras España reflexionaba sobre un vacilante y deseable cambio, Europa cantaba su decadencia en medio de un espectáculo friki que se conserva básicamente para que cientos de directivos de las televisiones públicas disfruten de unas vacaciones de lujo y lujuria pagadas por los esquilmados ciudadanos del conteniente. La música y la unión de los pueblos es su patética excusa. Nada relevante en lo artístico ha surgido de ese escenario, descontando el encantador grupo Abba; pero eso fue en la década de los setenta, cuando los torneos cancioneros tenían sentido para la industria discográfica o remediaban las penurias festivas tras el período del hambre. El sueño luminoso de la culta Europa se ha ido al carajo y sobre sus restos calcinados se alzan la corrupción de las instituciones comunes y el feísmo macarra. Nos queda el bodrio de la Europa de las canciones como boba distracción.

Sesenta años cumplió el sábado el festival, acogido por Viena y con un invitado exótico, Australia. Quizás en el próximo veamos a China o Osetia del Sur. ¿Y por qué ganó Suecia? Porque nunca vence la mejor canción, esta vez la de Chipre. No se puede tomar en serio un evento que juega con la escenificación digital para transformar una mediocridad en producto exquisito. A Edurne, la representante española y de vasquísimo nombre, ni siquiera le valió ese artificio y acabó miserablemente en la cola. Entre Operación triunfo, de donde procede, y Eurovisión hay una diferencia de tamaño. El concurso de la tele es una franquicia conceptual del show europeo, y Edurne no tiene sitio fuera del mercado local y las verbenas. Es hierática y plana. Y la música, más que un arte, es la universidad de las emociones: las descifra, las educa, las sublima…

Europa sigue creyendo, como El Quijote, que quien canta sus males espanta; pero no, los trastornos de Europa -la tiranía alemana y la humillación financiera sobre los pobres- no se resolverán cantando. Lástima de esta Eurovisión desalmada. Si Europa fuera inteligente y compasiva habría ganado Grecia.