Olvidar, ni mucho ni poco

Portada¿Qué recordar, qué olvidar? En eso consiste el gobierno de nuestra mente. Llevar un equipaje justo, ni pesado ni ligero para continuar el camino. Cada uno elige sus recuerdos como billete al futuro. Feliz viaje.

Una persona está realmente acabada cuando ya no puede hacer promesas.

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No hay personas con buena o mala memoria: solo hay discapacitados o capacitados para el olvido.

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En el gobierno de tu vida no dudes en nombrar a tu corazón primer ministro y portavoz.

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Dios se equivocó: te amarás a ti mismo sobre todas las cosas y al prójimo si lo merece.

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Olvido: ese punto sin retorno y de serenidad en que el pasado es indoloro.

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Al trabajo y a la vida pídeles solo lo indispensable: objetivos y confianza.

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Cuando la verdad quiere ser la Verdad comete un error mayúsculo.

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Si no tienes nada que decir, no tienes nada que hacer.

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No hay mayor desafío para un espíritu creativo que la desesperación.

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Si alguna vez consigo algo bueno, solo espero que sea contagioso.

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La urgencia de un sueño: si hoy ya es demasiado tarde, mañana todavía es pronto.

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Llegados a un punto de dificultad insoportable, solo lo peor es remedio de lo malo.

Hacerse candidato en la tele

Uriarte ETBQue Pablo Iglesias mediante una inteligente usanza de las tertulias consiguiera divulgar un proyecto político de envergadura no quiere decir que otros, imitando su estrategia, vayan a lograrlo. La tele es una tribuna, no un laboratorio social, no se confundan. Es poderosa, pero no convierte el agua en vino. Gracias también a las cámaras Miguel Ángel Revilla es hoy un exitoso vendedor de libros de recetas superficiales y puede que en mayo repita como presidente de Cantabria. Antonio Miguel Carmona, socialista, catedrático y tornadizo, lo viene intentando desde la Sexta, Telecinco e Intereconomía. De momento, es candidato a la alcaldía de Madrid y ahora se postula para la secretaría del PSM tras la defenestración de Tomás Gómez por Pedro Sánchez.

Pero tener ambición y micrófono no hace a un triunfador. Carmona posee ambos elementos, pero le falta la gracia del carisma y un plan de renovación creíble. Ni siquiera tiene ese punto demagógico del populismo que está de moda. Y así no hará carrera. Otro que se ha afanado en medrar en política desde la tele es Roberto Uriarte, también profesor, recién elegido líder de Podemos en Euskadi con apoyo del menesteroso Monedero. A Uriarte le hemos visto mucho en ETB con largas intervenciones en Sin ir más lejos, adonde acudía a impartir doctrina constitucional. Recuerdo que una tarde en ese programa me atreví a defender el derecho al desacato -cuando la ley quiere imponerse a la democracia- y lo que obtuve de este aspirante fue una bronca monumental y una encendida arenga sobre la inviolable legalidad española. ¿Y este va a ser el rompedor adalid de una fuerza regeneradora?

Es lo que tiene la tele, que es como uno de esos espejos mágicos -cóncavos o convexos- que distorsionan la imagen de quien los mira. Los ingenuos se ven en la tele un rato y ya se tienen por aclamados paladines. Más sagaz y con dinero, la Diputación de Gipuzkoa ha contratado en ETB el patrocinio de Eguraldia, un eficaz emplazamiento para su campaña Gipuzkoa berria. Obviamente, la tele huele a urnas y a miedo.

 

España, mi mundo no es de este reino

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El reino de España, por su pasado y su presente, es el país del mundo del que menos orgullosos se sienten sus ciudadanos y por el que manifiestan un insufrible complejo de inferioridad. Basta con viajar un poco para comprobar que, del más pobre al más rico, todos los pueblos defienden y promueven su identidad y se esmeran en ofrecer lo mejor de sí en la natural competencia entre naciones. El reino de Felipe VI se obstina en hacer colectivamente las cosas lo peor posible -es la patria de la chapuza- y en reducirse, por estrechez intelectual y bajeza moral, su compleja realidad y sus capacidades a una unidad inexistente y una convivencia arrastrada y penosa, cuando no violenta. El reino de España quiere ser de la única manera que no existe y, por su rechazo de la libre voluntad de su gente, no es más que una caricatura de Estado, condenado a sus propios límites y mediocridad histórica. No, de ningún modo mi mundo puede ser de este reino administrado por pillos, embusteros y caciques.

No son los españoles los que fallan realmente, excepto por su conformismo y sus cautelas ante toda evolución y cambio de rumbo. Son sus clases dirigentes y rancios poderes quienes determinan el bajo nivel de un país que nunca se deshizo de lo peor de sus tradiciones, la estúpida superioridad de lo viejo sobre lo nuevo. España es experta en autoengaño: con tal de vivir en el falso sosiego de la ausencia de confrontación es capaz de aferrarse a una inercia que reproduce y mantiene los males endémicos de una sociedad con baja autoestima y leves ambiciones cualitativas. España hace unos pésimos diagnósticos, con lo que no puede acometer con garantía de éxito sus aplazados problemas y su inserción en la élite del mundo. Y por su mezquindad, será siempre un país de tercera clase, desarticulado territorial y políticamente.

Tres grandes cuestiones tiene pendientes el Estado junto a su artificial unión: la educación, la justicia y la autoridad, y las tres se vinculan entre sí: no sabe fijar un criterio estable de educación (de ahí sus continuos vaivenes y sus pésimos resultados) porque España se desprecia a sí misma y no entiende lo que es mandar, que confunde con el autoritarismo, ni sabe obedecer porque se siente humillada en el acatamiento. Las obligaciones las percibe como males y los derechos como argumento para la ira, con lo que es imposible una conciencia cívica de comunidad respetable. Y aunque todo esto proviene de siglos de ignorancia y abusos, el deterioro se fraguó en el engaño de la transición del 75, con la solución ignominiosa de unas libertades tuteladas y la impunidad de los crímenes del franquismo y su salvaje herencia, con el odio a la política como parte de ella. ¡Una democracia construida con semillas de infamia, cobardía y miedo, qué absurdo desenlace!

La dificultad de la independencia

Han transcurrido 40 años desde aquella impostura y lejos de haberla remediado en Euskadi no hemos construido una opción alternativa, clara y determinante. La independencia vasca tiene solo versión teórica o mitinera, un flash emocional sin hoja de ruta. No hay proyecto ni masa crítica suficiente para llevarla a cabo, ni la mínima unidad para hacerla transitar de la utopía a las proximidades de lo real. No sólo eso. En buena parte hemos reproducido aquí muchas de las averías españolas, como el rechazo de la autoridad, la invocación del provincianismo y la promoción de los mediocres.

No hay la menor posibilidad de independencia sin un acuerdo de mínimos entre el PNV y la izquierda abertzale, cuyo primer requisito sería el mutuo reconocimiento y el respeto personal e ideológico. Atacar sedes -residuo de la violencia de décadas, aún insuficientemente impugnada- impide todo diálogo. Pero un estratégico pacto abertzale no debería imposibilitar, desde su conciencia de mayoría y también desde su grandeza, un acuerdo mayor, el de la relación cordial con la gran minoría conformada por quienes desean seguir vinculados a España. Son algunos de nuestros familiares, amigos, compañeros y vecinos, y son muchos. La pluralidad es una de nuestras mejores condiciones y debería acompañarnos en todos los pasos del camino. Repito lo escrito hace tiempo: somos un pueblo pequeño, seamos una sociedad grande. Y no seremos nunca independientes si prevalece la mezquindad.

La precaria convivencia

Hasta que seamos merecedores de una libertad completa, hay que determinar nuestra relación con España, en todo caso crítica e inestable, sujeta a los avatares que se deriven del reconocimiento y aplicación del derecho a decidir nuestro futuro. La libre determinación es un mínimo incondicional. Debe quedar claro que si nos quedamos, por ahora, en el Estado es por pragmatismo, no por afecto. Estamos dentro de esa paradoja social, según la cual se convive mejor con los más lejanos que con los más cercanos. Así que establezcamos una relación inteligente y veamos qué se puede hacer para que la regeneración democrática española, en la medida que nos afecta, se plasme en avances sustanciales que dejen atrás las pesadas taras de su sistema, mal concebido y peor desarrollado que tanto daño ha causado a los vascos.

Para que la relación en precario con España, por su fetidez, no resulte insoportable, precisa que la mayoría ciudadana apoye una segunda transición, que en realidad sería la primera, consistente en configurar unas reglas de juego que, por un lado, recojan todo lo que se nos hurtó en el 75 (el derecho de autodeterminación), se garantice un autogobierno sin recortes mediante el blindaje de las competencias estatutarias y se asegure nuestra inserción e interlocución en Europa y, por otro, se remedien las desgracias y engaños que de múltiples maneras nos dejó la dictadura, sus símbolos, instituciones (como la Corona y el ejército), desigualdades y abusos de poder, viejos privilegios y, por supuesto, la corrupción sistémica que impiden el desarrollo y la cohesión y merman la justicia y la dignidad debida a las personas y los pueblos.

Todas esas asignaturas y demandas históricas pendientes podrían tener su encaje en un sistema confederal estricto, sobre las bases de la reserva de soberanía para sus naciones, con aumento y consolidación de sus competencias propias, así como grandes acuerdos en educación y justicia, indispensables para sacar a España de su retraso, incompetencias y crueldades. Es curioso que un país que ha vivido condicionado por una cultura democrática fraguada por los gestores y sucesores del franquismo se precipite ahora a la aventura suscitada por oportunistas, esa promesa indocumentada llamada Podemos, que es justamente el castigo de incertidumbre por no haber hecho bien las cosas a su debido tiempo y por haber sostenido durante cuatro décadas un régimen de libertades averiado. Podemos es el coletazo lógico de una transición mentirosa. Ese pasado oprobioso y el futuro que se dibuja en el horizonte son parte del mismo fracaso democrático. Véase que los que han gobernado España y los que dicen venir a hacer limpieza tienen parecido concepto unitario. Los matices teóricos de los debutantes se los llevará, llegado el caso, la razón de estado.

No es España, de antes y ahora, un proyecto interesante. Es, a lo más, el marco que nos ha tocado y corresponde asumir penosamente, una realidad agobiante. Nos gustaría salir de este reino para tener un mundo más amplio. Porque sí, porque el mundo de la libertad y la decencia moral no es de este reino delirante.

El club de las últimas oportunidades

PortadaEs el más numeroso del mundo. Aquí habitan los fracasados, los perdedores, los que traicionaron sus sueños, los débiles de espíritu, gente como tú y como yo… Todos siguen esperando su oportunidad, la última probablemente.

En lo poco que nos igualamos los humanos es en el drama de las oportunidades perdidas.

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No existe forma más humana de encontrar que esperar.

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No estamos preparados para la verdad: por alguna extraña razón los hechos extraordinarios deben parecer mentira.

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Quitando mérito y deméritos: somos beneficiaros de nuestras capacidades y deudores de nuestras miserias.

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Prueba de vida: que tu historia personal esté a la altura de la mejor novela.

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No sabemos qué ocurrirá mañana. Y solo hay dos opciones: el temor o la aventura.

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La revolución tendrá que esperar: todavía hay más que perder que ganar.

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¿Qué es el pasado? La amargura que regresa.

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Nos juzgarán por la grandeza de no rendirnos.

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Lo insoportable no es la soledad, sino la ausencia de consuelo.

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Tú también entrarás en el club de las últimas oportunidades.

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Claro que hay personas imprescindibles: cuando se van ya nada vale la pena.

Escalada emocional

PortadaLa oposición entre razón y emoción nos desangra y vacía. Tampoco es una cuestión de equilibrio, porque a veces debe mandar la mente y otras el corazón, teniendo en cuenta siempre a la otra parte. No imponerse.

He aquí doce argumentos de este sentido de la organización de nuestra vida.

 

La vida no es tragedia ni comedia: ¡es épica!

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Estamos hechos de palabras. Todo lo demás consiste en darles sentido y cumplimiento.

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Detrás de cada viejo problema pendiente hay una desidia disfrazada de prudencia o alguna forma de cobardía.

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El amor es el único fin que justifica todos los medios.

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Frente a las desilusiones, el destino tiene invisibles y oportunos aliados.

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¡Cómo crece el amor al lado de la bondad y la inteligencia!

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No confundamos tiempo con paciencia. Lo primero es magnitud; lo segundo, virtud.

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Si el pasado no pesara tanto volaríamos felices.

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Diagnóstico: tiene la enfermedad de querer morirse.

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Uno se muere cuando no recuerda a última vez que fue feliz.

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¿Cuántas locuras deberás hacer hasta demostrar que tienes razón?

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La cobardía no es sucumbir al miedo: es desistir por tristeza.