El viernes es el día más difícil para la noche de la tele. No es carne ni pescado y no sabes si salir o quedarte, si dormir o vivir, dependiendo del cansancio, la economía y las ansiedades afectivas. Por segundo año consecutivo, ETB ha apostado por el debate en esta jornada ambigua. Se supone que Por fin viernes es el sucesor de El Dilema, prematuramente fallecido y por cuya misma senda camina a la búsqueda de un modelo que satisfaga a los que huyen del comadreo viperino de Telecinco y a quienes demandan un poco de cruda realidad para alimentar sus indignadas conciencias. PFV es una combinación de dos tertulias -una más seria y otra más tosca- con cambios parciales de interlocutores; y dos entrevistas a personajes relevantes. Se ha inspirado en La Sexta Noche en el uso profesoral de la pizarra y en la alternancia sin ruptura entre debate e interviú, aunque prefiere la mesa al sofá como diseño de escenario. Una mixtura cuyo atractivo depende de los temas de discusión, más que nada para que la gente, en hora y día de agotamiento acumulado, no se te duerma en el sopor de la dialéctica exquisita. O incendias la contienda o no hay audiencia.
Para que el hablar público sea interesante son necesarios un ambiente propicio y una disposición libre y confiada, sin más requisitos que el respeto, las reglas de la calle. Hay que dejar que la emoción tenga su primacía y alcance cierto equilibrio con la exposición de ideas. Hay un exceso de frialdad distante en los debatientes. Ahí se equivoca PFV, en su opción por el diálogo rígido y estructurado: demasiados periodistas y poca diversidad intelectual de estilos. Y es que la comunicación no es un oficio, es un instrumento del alma para el entendimiento. ¿Por qué tanto miedo a la discrepancia airada y la humanización de los interlocutores? ¿Por estética corriente o por molicie?
En televisión los déficits creativos llevan a la repetición o imitación crónica de viejos esquemas. Como el anuncio de Veranoski, despiadadamente difundido, tan cruel y traidor como una diarrea de verano.
El presidente de los obispos españoles y yo tenemos en común algo más que el apellido: nos repugna la línea editorial y el sectarismo de los informativos y debates de 13TV, emisora oficial de la Conferencia Episcopal. Ricardo Blázquez, como dueño del tinglado y pastor mayor de la grey, está harto del tono agresivo y a menudo insultante (“el coletas”, le llaman despectivamente a Pablo Iglesias en una de sus tertulias) que se usa en los medios católicos y ha dicho ¡basta! Si es verdad que su cargo lleva implícito el poder de cambiar las cosas -como el Papa Francisco en el Vaticano- en otoño asistiremos a importantes novedades en los contenidos de la tele de los prelados. Ya lo intentó con la radio de los fachas, Cope, durante su primer mandato, entre 2005 y 2008; pero la alargada sombra de Rouco y la ingenuidad del ex obispo de Bilbao frustraron la democratización del discurso mediático de la Iglesia de España.
El problema del jefe de los prelados tiene nombres: «El cascabel al gato», que conduce Antonio Jiménez. «La Marimorena», dirigido por Carlos Cuesta; «Más claro agua», a cargo de Isabel Durán; y el telediario de Alfonso Merlos. Por cierto, ateos declarados. Este plantel de programas constituyen lo más ultra de la tele y han contado con el aval de la Iglesia, lo que pone en cuestión el pluralismo político de los católicos, votantes del PP, pero también del PSOE, PNV, CiU, Izquierda Unida y EH Bildu. Blázquez sabe que la identificación entre fe y derecha, entre religión e intolerancia ideológica causa estragos en la comunicación evangélica y no es coherente con los aires renovadores que llegan de Roma. Así que no queda otra que domesticar a las fieras de la cadena amarilla o prescindir radicalmente de su virulencia. Perderá audiencia al principio, pero finalmente ganará en credibilidad y respeto.
No hay ninguna tele más anticristiana que 13TV, por grosera e intransigente. Blázquez ha entendido el espíritu de Bergoglio. Hace falta que entienda cómo debe ser una cadena católica en el siglo XXI, que dé ejemplo y no hostias.
¿Es el atractivo físico de un candidato una forma de fetichismo en el ámbito democrático? ¿Producen placer en los electores la manera de hablar y las promesas de bienestar de los dirigentes políticos? ¿Es o no un fetiche el carisma que emana de los líderes? La sociedad posmoderna no solo acepta sus obsesiones, a pesar de lo que condicionan y enmascaran la vida, sino que además las considera un estado apasionante y creativo. Eso puede explicar la frivolización general de los asuntos públicos y la falta de rigor en los análisis de cuanto nos atañe como comunidad. Se autojustifica. Toda obsesión es una pérdida de libertad y un desenfoque de nuestras prioridades. Lo peor que nos podría ocurrir es abordar las cosas con objetivos superficiales, privándonos de nuestra grandeza y superioridad moral. Y es a lo que nos vamos acostumbrando, a pensar con flojera intelectual y adoptar soluciones fáciles sin desprendernos de los viejos lastres mentales y prejuicios que impiden aventurarnos.
No entiendo las obsesiones políticas de nuestro país, ni comprendo el oxímoron entre radicalidad y superficialidad con que se comporta a diario. Por una parte, se reclama, con razón, el ejercicio del derecho a decidir el estatus nacional de los vascos y, por otra, afrontamos los problemas económicos y de gestión con mentalidad obsoleta. El rechazo a la evolución de modelo de cajas de ahorros es un ejemplo de esa persistencia superficial, según la cual hay que mantener el viejo paradigma, como una momia. ¿Derecho a decidir que no nos movemos? A nuestros sindicatos no les rescata nadie del pleistoceno de la lucha a base de algarada y cierta violencia, mientras que a nuestros empresarios les sigue sin entrar en la cabeza la idea central de que sus trabajadores son la -única- solución de todo. Somos, en medio de la radicalidad, tremendamente conservadores bajo una apariencia de innovación que no va más allá de lo verbal o su deseo.
¿Cuánto dura el efecto de la demagogia?
Una obsesión de la política vasca es EH Bildu, una organización electoral ante la que todos actúan afectadamente y sin criterios estables. Hay una doble obsesión por la izquierda abertzale. Una es la de los partidos y medios de comunicación que acosan a los cargos e instituciones gestionadas por la coalición y que casi siempre se refieren a temas muy selectivos que, con su desmedido tratamiento o crítica, los convierten en asuntos de Estado o de altisonante debate social. El delegado del Gobierno central en Euskadi, Carlos Urquijo, es el genuino representante de esta febril paranoia, con muchos seguidores en España. Naturalmente, el efecto de este fetichismo es la victimización de la izquierda nacionalista y la ubicación de los temas de su preferencia en la tribuna pública sin que realmente respondan a una demanda ciudadana. Otra consecuencia es el reforzamiento electoral de la marca, generosamente auxiliada por quienes se postulan como sus más virulentos rivales.
La otra obsesión por Sortu/Bildu proviene de quienes parecen tener un fuerte complejo hacia sus proyectos de rebeldía, opción antisistema y sus actuaciones reales e imaginarias. Impresiona comprobar con qué facilidad el PNV se muestra sensible y frágil frente al supuesto aire renovador y el espíritu rompedor de la izquierda abertzale. ¡No hay ningún motivo para esos complejos! Si se mirara con sosiego la gestión política e institucional de Bildu no merecería una estima especial en tanto que no presenta rasgos significativos, con más lagunas que aciertos y que sus resultados son tibios y a veces correctos. ¿De qué se valen los radicales para fomentar esos complejos? Sobre todo de los augurios de quiebra que se lanzaron sobre las entidades regidas por la coalición. Ni Gipuzkoa y los ayuntamientos liderados por la izquierda radical se han hundido, ni se ha alumbrado un país más libre, justo y mejor administrado de lo que estaba. El balance de Bildu es más bien vulgar, pero no catastrófico. La irrupción institucional de Bildu aporta lo que toda rivalidad política, con cierto calado social, trae consigo. Nada más y nada menos.
Sobrecoge constatar cómo el PNV ha interiorizado obsesivamente la futilidad de algunos análisis, que no pasan de ser mantras de grupos de comunicación para moderar -o radicalizar, según- al sector jeltzale. De tanto hablar de la pugna existente entre los dos sectores del nacionalismo vasco por la hegemonía abertzale, el PNV ha terminado por creerse la existencia de esa disputa histórica, cuando la rivalidad no se plantea en semejantes términos, ni hay indicios consistentes de que se vaya a alterar el actual equilibrio. Bastante tiene la izquierda abertzale con sostener en 2015 sus buques insignias, la Diputación guipuzcoana y el ayuntamiento de Donostia. ¡Otegi será el próximo lehendakari!, enfatizan algunos en la misma línea, seguramente porque no conocen Euskadi ni han estudiado a fondo su sociología electoral y evolución.
No es que no pase nada y que todo siga igual que siempre, no. Hay en lontananza un gran cambio democrático; pero no lo trae la izquierda abertzale, que es un agente más. A Sortu/Bildu le quedan muchas experiencias por vivir, entre ellas el derrumbe de su demagogia instrumental. La demagogia es efímera, dura un instante. Ya se ha desplomado la mentira del reciclaje perfecto y el circo del “puerta a puerta”. Se vino abajo la revolución pendiente. La amnistía y el conflicto asociado a ETA. También se derrumbó la implantación de peajes en las autovías. Cayó el fiasco de Donostia 2016. Y se desmoronará la mágica alternativa al nuevo modelo financiero de las cajas vascas: gestionará Kutxabank con todos los demás. Aprenden despacio que gobernar no es poesía.
La paciencia democrática
Nadie en el espectro político presenta más contradicciones que Sortu/Bildu, fruto de sus años revolucionarios y su resistencia a asumir las limitaciones, las propias y las del sistema para renovarse. Pero no creo que haya que reprochándoselas todos los días, como tampoco convertirlas en noticia. Sus acciones y naturaleza política no constituyen por sí mismas un fenómeno y no pasan de ser una singularidad en la trayectoria histórica de nuestro país. Algo parecido sucederá con Podemos, que del fetiche de la utopía y las palabras vacías transitará al no-Podemos hacerlo como queríamos o al no-Podemos hacerlo solos.
Es probable que los electores estén condicionados por fetichismos políticos, casi todos simbólicos, que alteran su comportamiento racional. La izquierda abertzale tiene muchos fetiches: el recuerdo y frustración de la lucha armada, los presos, sus muertos, sus múltiples y solapadas organizaciones, su capacidad movilizadora… De esos fetiches extrae grandes emociones que se traducen en respaldo electoral y cohesión ideológica. Ahora agotan otros viejos fetichismos más o menos superados, como las banderas y la discriminación del euskera. Y crean cierto efecto contagio hasta que se agotan.
La democracia, como gestora de la libertad, es muy lenta, parsimoniosa las más de las veces y exasperante con sus pasos atrás. Exige paciencia para captar nuevos adeptos y acoger sin reproches a quienes se identificaron en la práctica o la teoría con los sistemas tiránicos y violentos. La obsesión por la libertad y la justicia es un peligro. De esto sabemos mucho en Euskadi. Está bien que la democracia se regenere y crezca en calidad; pero resulta absurdo que se tambalee por complejo de inferioridad ante los recién llegados. No solo no hay motivo para la obsesión por Bildu/Sortu, sino que hay razones de sobra para reírse de la izquierda abertzale. ¡Son tan normales!
Los socialistas están de elecciones y ocupan, extrañamente, la televisión del verano, de chiringuito y sangría. Mal tiempo y peor escenario para una campaña inédita en la bribona democracia española. Todo acabará el próximo domingo, principio del fin de una dolorosa travesía del PSOE, podrido por la corrupción y la soberbia del poder excesivo. Entre Eduardo Madina, Pedro Sánchez y José Antonio Pérez Tapias hay diferencias de carácter ante las cámaras: un pico de oro, un torpe y un triste. Un simpático, un circunspecto y un fúnebre. Una sonrisa abierta, una mueca indecisa y una barba vieja. Un aspirante sin pasado, un presunto ganador y un tercero en discordia. Un mediocre, un ingenuo y un tardío. Ninguno se había entrenado mejor para esta batalla que el madrileño guapo, fogueado en las tertulias contra la derecha. Ahora obtiene sus beneficios, con los mensajes preparados, la comunicación aprendida y la seguridad pública apuntalada. Como Pablo Iglesias, el candidato Sánchez es producto de la tele.
No quisiera ser cenizo, pero veo a Sánchez como el nuevo Zapatero, un vencedor inesperado, dominador de la persuasión, pero insignificante como líder. Una promesa con final de pesadilla. Si los socialistas quieren repetir la historia solo tienen que votar al castellano. Como Zapatero, es tan guapo como anodino. Los dos eran desconocidos y oportunistas, victoriosos casuales. Ambos son ambiciosos y no acreditaban preparación y experiencia. Tienen en común el descaro de los charlatanes y la nula humildad. Los dos subieron en el ascensor mediático y no por méritos propios. Y como ZP, el inerte programa renovador de Sánchez llega cuando el partido está tan hundido que los militantes se adhieren al consuelo de la autoestima, de lo hermoso pero vacío. Es la reemisión de Zapatero.
Obviamente, Madina odia el pulpito de la tele, y eso es bueno; pero así no se ganan elecciones. No basta con acreditar silenciosamente una historia heroica. Me admira su candidez y que la mayoría de los dirigentes del PSE no le quieran. Buena señal.
La semana pasada el Gobierno central, a través de la SEPI, inyectó 130 millones de euros en TVE para evitar la quiebra de la televisión estatal, cuyas cuentas llevan arrastrándose desde hace cuatro años. ¿De dónde vienen los males de la televisión pública estatal? Al margen de su pésima gestión y de su plantilla desmesurada y baja eficiencia, los problemas empiezan en 2010, cuando al presidente Zapatero se le ocurrió la catastrófica idea de eliminar la publicidad de TVE, con la Ley General Audiovisual. De esta ley y la supresión de la publicidad se originan los siguientes quebrantos:
– Se regala la facturación publicitaria de TVE, cifrada entonces en 500 millones de euros, a las cadenas privadas con el único propósito de ganar el apoyo informativo de los grupos mediáticos privados.
– Provoca la pérdida del liderazgo de TVE, que cae del primero al tercer puesto en audiencias.
– Desde entonces, el coste de la radiotelevisión pública recae enteramente sobre los ciudadanos, que al final pagan la factura.
– Y lo que es peor, desequilibra el sector estratégico de la comunicación, al poner más poder y relevancia en las cadenas públicas y minimizar la capacidad de la televisión pública: un drama para la democracia.
Como consecuencia de todo esto, las cuentas de TVE son cada vez peores y para lo cual hay que inyectar esos 130 millones que salen de los bolsillos de los ciudadanos. Y así será hasta que, debidamente aireados los problemas de gestión de TVE, provocará a su vez una venta parcial de la radiotelevisión pública a favor de las empresas privadas. Es un proceso calculado: primero te corto la financiación eliminando los ingresos por publicidad y después te privatizo por tener pérdidas. Todo al servicio de UTECA, la patronal de la televisión comercial, que aplaudió con las orejas la eliminación de los anuncios de TVE y ahora se lanzará a comprar por dos duros los despojos de la televisión estatal.
Insisto en lo esencial: la televisión pública debe ser el contrapeso de la televisión privada. Tiene que existir un equilibrio. Porque eso es la democracia: un equilibrio entre izquierda y derecha, entre empresa y trabajador, entre el interés y la solidaridad, entre la ambición y la justicia, entre el trabajo y la salud, entre el fuerte y el débil. En definitiva, entre lo público y lo privado. Los males empiezan cuando este equilibrio se rompe. Y hoy el sector estratégico de la comunicación lo dominan las cadenas privados.
Una advertencia final para despistados: si desaparece TVE, detrás de ella va ETB, por muy distintas que sean, porque para la mafia de la televisión privada el obstáculo son todas las cadenas públicas. Más allá de que TVE haya siempre muy manipuladora y más gestionada, el asunto es que un país equilibrado y democrático necesita una televisión pública potente y de calidad. Hoy ese equilibrio del sistema está en peligro. Por cierto, Ernesto Sáenz de Buruaga será nombrado en breve nuevo Director General de TVE.
2. El minuto de oro
El juez y la princesa villana, penúltimo capítulo
El único héroe que le queda a España después de la catástrofe de La Roja, el juez Castro, anunció el miércoles la definitiva imputación de la hermana del rey, Cristina de Borbón, por dos delitos fiscales y uno de blanqueo de capitales. Siendo esta noticia relevante, este procedimiento judicial se ha convertido en un espectáculo en el que el fiscal actúa de abogado defensor y expresa públicamente sus diferencias personales con el juez, descalificándole en su escrito de apelación contra la imputación. España tiene un grave problema con la justicia: nadie cree que sea igual para todos y, además, causa risa y llanto por igual.
3. La liga de la tele
Lunes: del éxito al fracaso
– La sorpresa del verano: Chiringuito de Pepe: Esta serie de los lunes en Telecinco está siendo una sorpresa, con un 27.4% y 4.118.000 espectadores. Se trata de una producción sin pretensiones, adecuada para la época, como sainete para televisión. El éxito en televisión, como en todo negocio, se trata de dar al público concreto el producto que le satisfaga. Y esta serie de humor lo consigue, así de simple.
– Fracaso de “El Pueblo más divertido”, en TVE: Obtuvo el 6.5% y 1.014.000 espectadores, muy lejos de los objetivos, que cuenta con Mariló Montero de presentadora y con el humorista Millán Salcedo. En vista de lo cual, y tras tres programas, la cadena estatal lo ha relegado a la medianoche de los martes, más que nada porque es un concurso y ya está terminado. Mariló es una mujer de éxito en las recepciones, pero un fracaso con las audiencias, tanto por la mañana como por la noche. Nadie lo consigue todo en la vida.
– Audiencias del mes de junio. El fútbol machaca a todas las cadenas, menos a Telecinco y Cuatro. Y en efecto, Telecinco gana las audiencias de junio con un 15,9%, frente al 13,1% de Antena 3, una diferencia tremenda. La Cuatro, con un 7,7%, recupera su posición frente a La Sexta, con un 7,4%. Por su parte, ETB2 pierde también 7 décimas, quedándose en un 8,6%, y ETB1 baja 4 décimas, situándose con un 1,9%. Malos tiempos para la lírica. Buenos tiempos para el fútbol.
4. Superanuncio
¿Cómo se construye un buen eslogan
En esta sección analizamos los mejores anuncios o los más curiosos. Hoy voy a poner de relieve un factor muy relevante en un anuncio: el eslogan.
El eslogan, también llamado claim, o lema, es una frase brevísima, con valores de ocurrencia, originalidad e impacto que resume en pocas palabras todo un discurso de ventajas y atractivos de un producto o una marca con pretensión de ser memorable. Es lo más difícil en publicidad.
Hacer un eslogan para una gran campaña puede llevar meses. Hay muchas teorías acerca de si debe tener menos de seis palabras o máximo cuatro. Yo tengo mi propia teoría, una teoría poética. En mi opinión, estructuralmente, un eslogan debe ser un heptasílabo, es decir un verso de siete sílabas con acento en la sexta. Por ejemplo: “¿Te gusta conducir?” o “La chispa de la vida”. Pero también es muy válido un endecasílabo, un verso de once sílabas, con acentos en la sexta y la décima sílaba. Pero hay muchas excepciones, eslóganes buenos de diferentes métricas. El anuncio de hoy tiene un eslogan de diez sílabas, once si no contásemos una sinalefa (unión fonética de dos sílabas en una): “Abusa de tu imaginación”. Es un maravilloso eslogan, muy sugestivo, de lo mejor que he visto últimamente. Por lo demás, este anuncio de Canal + es una preciosidad, que nos habla del mundo de los sueños.
5. Noticias de la tele
– ¿Se mutilan las películas en la tele? El miércoles Telecinco emitió la película “El fraude”, protagonizada por Richard Gere y Susan Sarandon. Al terminar, las redes sociales echaban chispas sobre un supuesto corte en el final de la peli. La cadena lo niega y los espectadores lo afirman. Sea o no cierto en este caso, no hay ninguna duda de que las cadenas, todas, mutilan las películas para que puedan encajar en un horario establecido. Esto es una barbaridad, pero es frecuente, sobre todo en las películas menos conocidas. Hay que denunciarlo: las películas merecen un respeto y los espectadores aún más.
– Otra polémica. ¿Fue El Cigala borracho al plató de El Hormiguero? La presencia del flamenco en el espacio de Pablo Motos suscitó mucha polémica porque el comportamiento, muy exagerado y desmedido, y a veces algo inconexo, del artista parecía indicar que estaba embriagado, con dos o tres copas de más. Personalmente, no lo creo. He visto el vídeo entero del programa y a mí me pareció que, fuera aparte de que se pasara de frenada, estuviera bajo control. Son percepciones de los espectadores.
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