Nuestro país podría llamarse Anomalía en vez de Euskadi, Euskalherria o País Vasco. Porque aquí hay demasiadas anomalías, más de las que nos corresponden en el reparto proporcional de las contradicciones del mundo: se acusa de impositiva a la lengua minoritaria, paz es la palabra recurrente de quienes participaron de la violencia,e l líder de la fuerza que obtuvo más diputados en las últimas elecciones está en prisión, un Estatuto maltrecho rige la política institucional, la radicalidad política se solapa con un alto nivel de calidad de vida… y una alianza antinacionalista gobierna una sociedad netamente abertzale. Acostumbrados a la incongruencia y hasta satisfechos con nuestra elevada tasa de paradojas, asumimos como fatalidades sucesos y situaciones contra los que deberíamos rebelarnos para transformarlos en esperanzas.
El Gobierno de López es la cumbre de la anomalía vasca: accedió al poder en estado de excepción política, con la izquierda abertzale ilegalizada y en medio de una monstruosa campaña de criminalización del PNV, y hoy, repudiado por la democracia y la demoscopia, apenas lo respalda una mínima parte del electorado. Para seguir la tradición del absurdo, el lehendakari ha optado por mantener la ficción de su proyecto y enrocarse en su objetivo de acabar la legislatura, no tanto por lo que aún pueda ofrecer a la ciudadanía en estos tiempos de crisis total, sino para defender el último reducto socialista. No hay más razón en él que el patetismo del resistente. López vendería su alma al diablo por seguir sentado en el sillón y ganar tiempo para demostrar unas capacidades invisibles en tres años.
O adelanto electoral…
Estamos en esta anómala Euskadi en un escenario semejante al que Zapatero tenía en mayo de 2010, cuando su proyecto quedó liquidado con la implantación de los dramáticos recortes sociales exigidos por la UE, con la diferencia de que en medio de su desprestigio el presidente español poseía la legitimidad de las urnas y López no, con parecido descrédito. Y aunque se resistió, también para ganar un tiempo de recuperación, finalmente tuvo que adelantar las elecciones. El lehendakari, que preside un gobierno amortizado, tendrá que enfrentarse a la misma realidad que desarticuló a Zapatero y no podrá eludir el anticipo electoral, porque cuanto más retrase la llamada a las urnas más evidentes se harán los perjuicios para Euskadi, tanto en lo político como en la salida de la crisis. El frentismo es un inhibidor radical de toda solución.
¿Cuánto tiempo hurtará este lehendakari a la restauración de la legitimidad institucional y el pluralismo en Euskadi? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar López por aferrarse a un cargo del que no es digno y prorrogar una estrategia impugnada por la ciudadanía? ¿Cuánto más nos va a costar su irresponsable codicia? Quizás sea pertinente preguntarse también si nuestra clase dirigente -partidos, organizaciones sociales, empresariado y otros poderes- está influyendo lo suficiente para resolver la endemoniada ecuación política actual y disolver la alianza PSE+PP que la provoca. Tengo la impresión de que todos, de una manera u otra, asumen que López se ha atornillado a la silla y que todo esfuerzo para desencajarlo del asiento será inútil, por lo que no hay más remedio que esperar su predestinada descomposición. Es un fatalismo impropio de líderes proactivos, a quienes atribuimos la capacidad de imaginar y promover soluciones transformadoras.
Si hay un diagnóstico común sobre la anomalía del Gobierno López, ¿por qué no actuar con mayor beligerancia para que sean los vascos quienes la resuelvan con su voto? ¿Por qué no forzar al máximo las contradicciones del régimen antinacionalista para que su prolongación resulte más insoportable? No entiendo que por esperar a que se reduzcan las expectativas electorales de la izquierda abertzale nos resignemos a la dolorosa continuidad de una legislatura caducada. (Que alguien me explique cómo demonios pueden menguar los votos a Amaiur con Otegi injustamente encarcelado). Los partidos han realizado sus cálculos y, por diferentes razones de oportunidad, han llegado a la conclusión de que entre todos los males posibles el más leve es que López aguante al límite. Es un frustrante corolario, porque la extensión de sus destrozos hasta marzo de 2013 será mucho peor, por sus irreparables efectos, que un imperfecto resultado en las urnas. Cualquier futuro es mejor que nuestro esperpéntico presente.
…o un año más perdido
A lo que nos conducirá el empeño de López en no anticipar los comicios es a un indeseable estado de precampaña a lo largo de un año. Y ya sabemos lo perverso que para la calidad democrática resulta un prolongado tiempo preelectoral. Las instituciones enferman de ansiedad y la demagogia instala su nido en los mensajes. A estas alturas es una irresponsabilidad desoír el clamor del pueblo y que el interés general se vea sobrepasado por las miserias de la rapiña partidista. Llega un momento político, por insostenible y fingido, en que solo en las urnas está la salida. Así lo hizo Ardanza, en 1986, después de la escisión del PNV, al igual que Ibarretxe convocó comicios en 2001 tras el fiasco de Lizarra. López valora más su aventura que el dinamismo democrático.
Nos encaminamos a lo que puede ser un año perdido para la concordia, lo mismo que para las soluciones pactadas, el pluralismo, el prestigio institucional, los acuerdos transversales y la liquidación del frentismo. Y a la vez que se desperdician estas oportunidades, sucederá que las urgencias económicas y de empleo no contarán en este tiempo con la potencia y la unidad que requieren, porque un gobierno interino es incapaz de pensar más allá de su propia supervivencia y jamás se arriesgará a tomar las medidas adecuadas si son impopulares. Euskadi pagará un alto precio por la obstinación de López en mantenerse en su limbo irreal, como si aquí, con los acontecimientos históricos y los vuelcos electorales del pasado año, no hubiera ocurrido nada.
No soy neutral ideológicamente: nadie lo es en esencia; pero puedo percibir con criterio amplio que Euskadi necesita ya un repaso por las urnas para transitar de la anomalía del Gobierno López, de vocación frentista y vehementemente antiabertzale, a la racionalidad democrática de la que surjan los consensos básicos para que nuestro país abandone la excepcionalidad política y pacte su status, sus prioridades y un proyecto común para las próximas décadas. Deslegitimar el apremio electoral mediante la acusación de que solo responde a la ansiedad nacionalista por la recuperación del poder en Lakua es una evasiva de manual y un argumento a la defensiva. Recordemos cómo Zapatero se resistió numantinamente al anticipo electoral apelando a los efectos negativos que la disputa democrática conllevaría para las frágiles cuentas españolas, cuando era precisamente la economía la que aconsejaba su perentorio relevo político. López se mira hoy en el espejo de aquel Zapatero ensimismado.
Euskadi se parece a Metro Bilbao: lo que antes funcionaba con esmero, calidad operativa y satisfacción general, hoy es, tras la irrupción de los actuales gestores, un sinfín de conflictos, retrasos, averías constantes y un deterioro brutal del servicio del suburbano. Euskadi ha descarrilado. No queda más remedio, sin esperar el fin de este viaje temerario, que cambiar de conductor.