El personal de seguridad privado -escoltas, seguratas, vigilantes, llámelos usted como quiera- son seres humanos honestos y, en parecida proporción a los demás ciudadanos, con o sin trabajo, desean que ETA desaparezca y la amenaza terrorista en Euskadi se extinga para siempre. Pero, contradictoriamente, el fin de la organización criminal equivale a la pérdida de trabajo para miles de ellos, que se irán al paro o serán reconvertidos en otros puestos. Muchos volverán a España, de donde vinieron a la llamada de un trabajo oportunista, y otros, no sé cuántos, se quedarán aquí, porque son vascos. Sabíamos que ETA ha sido y es todavía un chollo para no poca gente que se ha enriquecido con la existencia del terrorismo. Estas cosas ocurren: la industria y la economía vascas se beneficiaron extremadamente de los pedidos siderúrgicos y otros aprovisionamientos demandados por las naciones contendientes en la Primera Guerra mundial. No hay conflicto ético, aunque es discutible, a causa del aprovechamiento de las necesidades ajenas, de la misma manera que no son culpables los enterradores de que la gente se muera y los médicos por vivir de las enfermedades y achaques humanos.
Lo que es reprobable es esa resistencia a no querer desaparecer a medida que se esfuma la violencia, a no aceptar que lo anormal era la amenaza y lo normal es el que todos puedan andar en paz. La patronal de la seguridad, que tiene contratados a miles de escoltas, se aferra a la continuidad formal de ETA para pedir a los poderes públicos que no retiren la vigilancia porque “todavía hay una situación de amenaza”. Y a este estado extraño de ser o no ser del terrorismo, de latente peligro leve, apelan las empresas del sector para mantener el negocio y prolongarlo hasta el final de ETA, es decir, unos años más, aunque no haya constancia de peligro real. En tiempos de crisis, la fáctica inexistencia de ETA debería ser una razón añadida para el ahorro de los cientos de millones que nos cuestan a los ciudadanos vascos (también al Estado) la protección de los hasta ahora amenazados.
El conjunto del oneroso gasto de seguridad en Euskadi tiene los siguientes componentes:
1. Protección mediante uno o dos escoltas de miles de electos y cargos diversos: concejales, parlamentarios, alcaldes, jueces, fiscales, periodistas, cargos públicos, consulados, empresas de construcción… bajo la presunta amenaza de ETA.
2. Disposición de vehículo pagado, todo incluido, de una gran parte de los cargos públicos antes mencionados.
3. Pago de dietas con cargo a las arcas públicas, que se suman a las que perciben por su condición de cargos institucionales.
4. Pago de pluses de seguridad a una parte importante de los altos funcionarios del Estado por su estancia en Euskadi.
5. Pago y sostenimiento de miles de guardias civiles y efectivos de la Policía Nacional cuya presencia ya no sería necesaria.
6. Pago de enormes cantidades en pólizas de seguros para prevenir el costo de destrozos y el riesgo subjetivo de los cargos públicos y funcionarios.
7. Pago y mantenimiento del personal del CNI, antiguo CESID, radicados en Euskadi para las labores de información, es un decir, inteligencia.
8. Pago de nóminas y favores informativos a profesionales de algunos medios de comunicación que participan de la estrategia antiterrorista del Estado.
Todo este inmenso presupuesto y más, que constituye el negocio derivado de la existencia de ETA, está a punto de volatilizarse. Pero hay quien está haciendo lo posible y lo imposible para que se mantenga durante más tiempo y, en el peor de los casos, tratando de dinamitar -desde la política partidista, desde algunos medios y desde los cuarteles- un proceso que es imparable hacia el fin de ETA, de la misma forma que las corporaciones de la industria militar crean y sostienen los conflictos en muchos lugares del mundo para que haya artilugios sofisticados con los que unos se matarán y otros seguirán ganado millones.
El escolta, ciertamente, es el último y más débil eslabón de la cadena del negocio del terrorismo en Euskadi. Es el más visible. Pero su trabajo era eventual, una excepción que ha perdido sus condiciones para continuar. Así que, amigo mío, vete buscando otro empleo que el actual ya no tiene sentido. Has cumplido. Has ganado un buen dinero yendo de paseo y casi siempre sin hacer gran cosa. Has hecho un trabajo fácil. Pero reconoce que tu imagen ha sido útil políticamente para el PP sobre todo y para los socialistas. Tu imagen alimentaba su victimismo, al mismo tiempo que les proporcionaba un chollo económico, un extra para compensar una amenaza más subjetiva que real. Tus tribulaciones profesionales son ahora orientar tu futuro, como cientos de miles de desempleados. Vete haciéndote a la idea de que el chollo de ETA se ha acabado.
Perderás tu empleo, pero ganarás en autoestima y en dignidad. Lo tuyo no era un trabajo, era una hipocresía, no tuya, sino de la política malvada.
Hay vida después de ETA. Mucha vida.




