Siete motivos para matar

A ETB le ha dado un ataque de moral redentora invocando el pecado. No tiene sentido que a una sociedad vigorosamente laica le sirvan una serie documental titulada Los siete pecados capitales, ideada como método para escrutar a nuestros criminales. Aparte quedan los de naturaleza política, de ETA y el Estado. Nada es original en el producto, salvo la presencia como narrador de Mikel Santiago, autor de éxito de novela negra. El vínculo pecado-crimen lo había planteado antes Vázquez Taín, juez del caso Asunta, en su libro Matar no es fácil, contradiciendo un relato de Agatha Christie. Inevitablemente evocan a Seven, vieja película de asesinatos inducidos por gula, avaricia, pereza, lujuria, soberbia, envidia y, al final, por ira. La versión vasca es igual, con idéntico forzamiento, pero dentro del género de true crimen.

En Euskadi hemos tenido tres asesinos en serie: un sacamantecas en el siglo pasado y dos en época reciente, de lo que se deduce nuestra baja tasa de psicópatas. Ya digo, descontando a terroristas. Mikel Santiago y su equipo de forenses, ertzainas y psiquiatras ponen el foco sobre Koldo Larrañaga, condenado por dos asesinatos en Vitoria-Gasteiz y presunto autor de otros tantos no probados. A este desgraciado le retratan como asesino por pereza, solo porque dejó huellas palmarias de su culpabilidad. Hay que ser muy rebuscados para asimilar, por tan poca cosa, a un homicida con la vagancia.

Pero se trata de aprovechar el prestigio de Mikel Santiago para construir esta pieza artificial. Sin el novelista sería insostenible. ¿Y a qué viene esa afectación obligada a los expertos para que hablen y se muevan como actores? Mikel se siente incómodo ante la cámara, pero su disciplina le salva. ¿Qué pecado asignarían a Carmen Merino, presunta decapitadora de un vizcaíno en Castro-Urdiales, mi crimen favorito? 

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

La Italia que viene

Telecinco silenció en la pasada campaña italiana las palabras de su dueño, Silvio Berlusconi, que justificaban la guerra de Putin contra Ucrania. Y como en los anuncios de Vodafone, le dijeron al rey del bunga-bunga: “Non ti preoccupare”. Muchos creen que en España ocurrirá lo que Italia y acarician el sueño de un gobierno en comandita entre derecha y ultraderecha. Y ha estallado una batalla televisiva brutal de cara a las elecciones que sacudirán 2023. Mientras al PP solo le importan Atresmedia y Mediaset, en cuyas pantallas se informan diariamente unos 10 millones de ciudadanos, los neofascistas de Vox, a imitación de Le Pen y Meloni, se afanan en la delirante aventura de pulir la imagen de Abascal.

Estas son las posiciones. A un lado, Sánchez lo apuesta todo a TVE y busca sumar al apoyo seguro de La Sexta la caridad de Antena 3. Y al otro, Feijóo pone sus esperanzas en la tele de mayor audiencia y que Vallés y Griso sean más devotos del PP. En Telecinco, hundida en una crisis de identidad, la derecha confía poco, acaso ganar el fervor de Ana Rosa a su regreso. Lo demás es territorio comanche.

Hay tres canales ultra. La episcopal Trece TV va a misa mayor con los populares. El Toro TV, antes Intereconomía, canta su amor por Abascal con un coro de falangistas, integristas y franquistas. Y desde hace un año está 7CNN, nítidamente Vox, pero sin las canas y la obesidad doctrinal de sus mayores. Ahí recalará pronto Toni Cantó con un late show. Se acusa al valenciano de chaquetero; pero solo es un mal actor que ha interpretado papeles distintos en cuatro compañías políticas. Su función ahora consistirá en sacudir a rojos y separatistas, enemigos de su España, y alentar su siniestra reconquista. “Inizia a preoccuparti”. 

Gilead, Afganistán, Italia…

¿Cuándo y por qué una serie se convierte en obra de culto? Cuando, más allá del fondo del relato, provee de iconos y mensajes al imaginario colectivo y porque interviene eficazmente en la batalla cultural. El Cuento de la Criada se ha ganado la categoría de serie de culto, nivel que Margaret Atwood no consiguió con su novela en 1985. Más de treinta años después, la versión televisiva coincidió con el #MeToo y la eclosión de un feminismo renovado, de abajo arriba, por el que las mujeres exigen una igualdad de derechos real y no teórica ni retórica. Tuvo el acierto de configurar una estética singular, de uniformes y tinieblas, para reforzar la imagen de la esclavitud femenina en el país imaginario (o no tanto) de Gilead, la dictadura teocrática que relega a las mujeres a esclavas sexuales y úteros al servicio de familias infértiles donde se producen brutales violaciones, mientras otras señoras (las Tías) ejercen de crueles carceleras para que el sistema funcione.

En Gilead, como en nuestra época, hay mujeres fieles a la tiranía machista, como esposas sumisas y guardianas católicas de la desigualdad. Las Macarena Olona, Rocío Monasterio y votantes de Vox simbolizan la embestida de unas mujeres contra las demás. ¿Hay alguna diferencia entre Afganistán y Gilead, entre Gilead y la ultraderecha? ¿No es similar la pasividad de Canadá con Gilead que la de las democracias occidentales con la nación de los talibanes?

La quinta temporada de El Cuento de la Criada sigue su inercia de odio y violencia. La heroica June, tras matar a su agresor sexual, el comandante Waterford, marcha al rescate de su hija, en manos de la viuda, la hierática Serena, que buscará venganza en la niña. Sí, la maternidad es un valor esencial en esta historia, opuesto al feminismo extremista. Mal en Gilead, mal en Afganistán. ¿Y ahora en Italia?

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

La bruja era el rey

Interés forzado: así se llama la sobreabundancia informativa de un asunto poco relevante para la mayoría, pero eficaz para ciertos poderes en la creación de la opinión. La desmesura mediática con la muerte de la reina Isabel II es muestra de la distancia que hay entre la realidad y la verdad. La realidad es lo que existe y la verdad, su autenticidad. Los hechos británicos de estos días le importan más bien poco a la gente; pero la tele ha decidido saturar la información de fascinación y solemnidad para vasallos. Y hasta la telebasura, en las tardes de siesta, ha cambiado su habitual escaleta para hablar de la reina fallecida y expandir el estercolero con propaganda monárquica.

Entiendo que el Reino Unido conserve sus costumbres aún en su actual crisis; pero las tradiciones solo tienen años, nada más, y como todo en la vida pierden sentido con el tiempo. Gran parte del país ha colapsado en su histeria colectiva y pretende contagiarnos sus mitos y complejos que quizás interesen a Hollywood, pero repugnan al alma democrática. El mundo tiene hoy otras prioridades que los Windsor.

Y mientras las cadenas invitan unánimemente a la necrofagia, HBO Max nos sirve la serie documental Salvar al rey con tres densos capítulos y una porción de la verdad de Juan Carlos I como comisionista, evasor fiscal y blanqueador. El relato es brillante, la mejor producción vista hasta ahora, con noticias de otra amante, algunos audios con Bárbara Rey y la delictiva labor del CNI como alcahuete y encubridor. Uno de sus ex agentes señala al Borbón como “el motor del golpe” del 23-F. Nada se cuenta de cuánto saqueó el patriota, dónde oculta lo robado y sus complots bancarios. Todos se culpabilizan por haberle consentido, salvo el socialista José Bono al decir, bobamente: “El rey no es divino, es humano”. En resumen, inviolabilidad es corrupción. Cabe imaginar a Madrid honrando a lo grande al emérito en su defunción como hizo con Franco.

La TV se premia a sí misma

El espectáculo de los premios lleva trampa: es frívola estrategia de autobsequio. Los Premios Príncipe (ahora Princesa) de Asturias se pensaron para mayor gloria del heredero (ahora heredera) de la Corona española, burda propaganda monárquica. Solo se requiere un montón de dinero y el ego de unas cuantas personalidades de aquí y de allá para organizar un festejo de pompa y circunstancia en el que todo el sistema se confabula en su farsa. Igual ocurre con las empresas que incluyen sus galardones de cultura o ciencia en su marketing de reputación. El FesTVal de Vitoria-Gasteiz es más honrado, concebido como feria de muestras del sector a la que acuden cadenas y productoras con sus nuevos formatos y series. No tiene el glamour de los certámenes de cine, pero por su alfombra naranja desfilan famosos que se hacen selfies con alumnas de institutos. De la gran pantalla a la pequeña hay más que una diferencia de tamaño.

El error del FesTVal es su obsequioso palmarés. Le dan un trofeo a todo el que se mueve. Este año han galardonado a Xabier Sardá, autor de la telebasura cañí Crónicas Marcianas (1997 a 2005), tragedia antisocial que aún se mantiene bajo otros perfiles. La distinción lleva el nombre del malogrado Joan Ramón Mainat, que fue productor de aquel engendro. Ya te digo, autopremios. Y no ha llegado a tiempo para el reconocimiento a la bilbaína Ana Blanco, la noticiera resistente a incontables vaivenes políticos y a las ambiciones de una tal Letizia, quien prefirió ser reina de España que soberana del telediario estatal.

Muy bien dado el premio a Iñaki Gabilondo por sobrados méritos y su cordura intelectual en medio de las miserias hispanas. Le echamos de menos entre tanto Ferreras y Quintana, gente de trinchera. Por no hacer reproches a la tele, el FesTVal opta por repartir premios, demasiados premios.