
Hay días que dan que pensar. Días de introspección en el que uno, solo ante sí mismo, se mira hacia dentro y se sitúa en la realidad que le ha tocado o elegido. En medio de la refriega política derivada de la pandemia, muy polarizada, como quieren los líderes inmaduros, trataba de situarme entre la oposición desabrida y los ministros de discursos viejos. ¿Qué soy yo, si no me identifico con unos ni con otros?
No soy darwiniano, desde luego. En absoluto. Los darwinistas sociales creen en la hegemonía de los más fuertes. El poder y la autoridad lo deben obtener los mejores, los más hábiles, los más cualificados, que han de dirigir las naciones. En este contexto, los mejores serían los más salvajes, los guerreros, los líderes carismáticos, pero carentes de ética y sentido de la justicia. Como en las manadas de mamíferos, como los cromañones.
La derecha es darwinista. Y sitúa al frente de la sociedad a los que, falsamente, crean mayor capacidad de progreso económico y lo garantizan con el código de valores que sea necesario, a veces por la fuerza y a veces por la persuasión y el adoctrinamiento. La desigualdad es intrínseca al ser humano, pues nacemos desiguales, dicen con cinismo sus partidarios. No, soy darwinista. ¿Y qué soy?
Si busco lo inalcanzable, el equilibrio entre el progreso económico y científico y la igualdad de las personas; si el supremacismo, el racismo y la religión son la descomposición de la naturaleza compasiva del ser humano, soy un utópico. Soy un romántico.
Creo que el romanticismo ha sido el proyecto humano más elevado en ideas, arte, música, literatura y pensamiento. Es la entrega a la causa de la libertad aún a costa de tu propia vida. Es el sacrificio por una causa compasiva. Es el reflejo de la utopía, la no rendición por lo imposible, lo inalcanzable, por la quimera sin sangre ni imposición. Un plan virtuoso.
Mucha gente cree que el romanticismo es puro sentimiento, el mundo de las emociones. Un mundo cursi y caduco. Incluso las feministas se refieren al amor romántico como una deformación. Hay que ser ignorantes. No, el romanticismo otorga poder a las emociones, pero al servicio de la libertad creativa y la ruptura con los cánones de una racionalidad limitadora. Llevado a lo sociopolítico, el romanticismo no se detiene frente lo impuesto por una aristocracia y burguesía abusivas. Las desarbola.
Por romántico, me hice nacionalista (vasco), porque la libertad del mundo empieza por concebirlo como un gran y maravilloso mosaico de culturas y pueblos. El nacionalismo es a la comunidad lo que la autoestima es a la persona. No creo que la libertad personal sea posible fuera del respeto a la identidad de las naciones.
En fin, me declaro romántico hasta lo más hondo de mi alma y os invito a compartir esta visión del mundo, más en este tiempo oscuro










