Diario de cuarentena. Día 46. Darwinistas versus románticos

Hay días que dan que pensar. Días de introspección en el que uno, solo ante sí mismo, se mira hacia dentro y se sitúa en la realidad que le ha tocado o elegido. En medio de la refriega política derivada de la pandemia, muy polarizada, como quieren los líderes inmaduros, trataba de situarme entre la oposición desabrida y los ministros de discursos viejos. ¿Qué soy yo, si no me identifico con unos ni con otros?

No soy darwiniano, desde luego. En absoluto. Los darwinistas sociales creen en la hegemonía de los más fuertes. El poder y la autoridad lo deben obtener los mejores, los más hábiles, los más cualificados, que han de dirigir las naciones. En este contexto, los mejores serían los más salvajes, los guerreros, los líderes carismáticos, pero carentes de ética y sentido de la justicia. Como en las manadas de mamíferos, como los cromañones.

La derecha es darwinista. Y sitúa al frente de la sociedad a los que, falsamente, crean mayor capacidad de progreso económico y lo garantizan con el código de valores que sea necesario, a veces por la fuerza y a veces por la persuasión y el adoctrinamiento. La desigualdad es intrínseca al ser humano, pues nacemos desiguales, dicen con cinismo sus partidarios. No, soy darwinista. ¿Y qué soy?

Si busco lo inalcanzable, el equilibrio entre el progreso económico y científico y la igualdad de las personas; si el supremacismo, el racismo y la religión son la descomposición de la naturaleza compasiva del ser humano, soy un utópico. Soy un romántico.

Creo que el romanticismo ha sido el proyecto humano más elevado en ideas, arte, música, literatura y pensamiento. Es la entrega a la causa de la libertad aún a costa de tu propia vida. Es el sacrificio por una causa compasiva. Es el reflejo de la utopía, la no rendición por lo imposible, lo inalcanzable, por la quimera sin sangre ni imposición. Un plan virtuoso.

Mucha gente cree que el romanticismo es puro sentimiento, el mundo de las emociones. Un mundo cursi y caduco. Incluso las feministas se refieren al amor romántico como una deformación. Hay que ser ignorantes. No, el romanticismo otorga poder a las emociones, pero al servicio de la libertad creativa y la ruptura con los cánones de una racionalidad limitadora. Llevado a lo sociopolítico, el romanticismo no se detiene frente lo impuesto por una aristocracia y burguesía abusivas. Las desarbola.

Por romántico, me hice nacionalista (vasco), porque la libertad del mundo empieza por concebirlo como un gran y maravilloso mosaico de culturas y pueblos. El nacionalismo es a la comunidad lo que la autoestima es a la persona. No creo que la libertad personal sea posible fuera del respeto a la identidad de las naciones.

En fin, me declaro romántico hasta lo más hondo de mi alma y os invito a compartir esta visión del mundo, más en este tiempo oscuro

Diario de cuarentena. Día 45. Evaluación de daños

Se ha comunicado que en el pasado trimestre en el Estado español se han perdido casi 300.000 empleos, mientras las regulaciones de empleo se elevan a 578.300. En Euskadi las cosas son algo mejores; pero los estragos se verán más adelante a causa de la pandemia. Junto a las cifras de muertos, es lo peor que podía ocurrir. 

Todo es demasiado abrumador como para resistirlo. Apenas llevamos mes y medio de crisis y no tenemos capacidad ni serenidad para evaluar los daños humanos, económicos y sociales de los que no se salva nadie. ¿Cuáles son tus pérdidas, cuáles son las mías? 

Estamos perdiendo la vida con nuestros entornos de relación. Estamos perdiendo la libertad de hacer las cosas más sencillas, entrar en un bar, ir al cine, acudir al fútbol, disfrutar de un concierto o ver la última exposición. La libertad incluso de pasear y contemplar el mar. Lo estamos perdiendo todo y, la verdad, no veo la necesidad. Alguien dice por ahí que las libertades básicas pueden restringirse por una causa mayor. ¡Mentira, porque esa razón mayor es falsa o fruto de la desesperación! Nunca hubo razón mayor que la libertad de la gente, ahora aniquilada. Estamos perdiendo el poder hablar y protestar por no pasar por incívicos. ¡Qué sumisa hace a la gente el miedo!

Entre los daños están la perdida de las fiestas. Son irrecuperables. No es que San Fermín, con sus tumultos y excesos, me importara demasiado, pero no se puede privar a la sociedad de sus ritos. Se suspenden las corridas de toros, eso me alegra. Todas las fiestas de julio (el Carmen, Santiago, Santa Ana) ya están anuladas. Y las de agosto, seguramente. Sánchez ha dicho esta tarde que la desescalada (ripiosa palabra) llevará ocho semanas, es decir, mayo y junio al completo. No ha dicho la verdad, porque la “nueva normalidad” (¿por qué no lo llama “nuevo orden” en términos de cambio de régimen?) es un disfraz de la condicionada realidad venidera.

Se están perdiendo mil historias. ¿Cuántos amores no serán posibles a causa de este vil encierro? He visto esta tarde la película americana “The Photograph”, aún no estrenada aquí, que trata de una preciosa historia de amor entre Mae, la hija de una famosa fotógrafa, y Michael, periodista que está escribiendo sobre su vida y experiencia en Nueva Orleans. Romántica sin moñas bajo una música excepcional. Esto es lo que se pierden, las historias de verdad y las de ficción.

La gente de Vitoria-Gasteiz se han perdido hoy la fiesta de San Prudencio y se perderán también la romería a Estibaliz el viernes. Y el 1 de mayo tampoco habrá marchas por el Día del Trabajo, cuando más falta harían ante la amenaza de un desempleo brutal. La lista de pérdidas es inacabable y en gran medida no podremos pagarlas. Y frente a este colapso, ¿qué tendremos? Muchos sueñan con un cambio. ¿De veras? Ya me conformo con que ese cambio no sea a peor: huele a más Estado.

Luto y tente tieso

Mientras toda una sociedad diversa trata de sobreponerse a una crisis inédita que amenaza su vida y hacienda, parte de su clase dirigente pone rumbo al pasado. La España negra ha vuelto. La derecha y la ultraderecha españolas agitan el dolor por los muertos y reclaman el luto como prioridad. Que el negro pinte la realidad y no de color esperanza. Haciendo suya esta lúgubre encomienda, la reina de las mañanas de la tele, Ana Rosa Quintana, luce a diario en su costado un lazo negro. ¡Que se sepa cuánto sufro, doliente y compasiva! Intereconomía TV, la más ultra de las cadenas y emisora de odio, sitúa en el frontal del plató de su tertulia El gato al agua una gran bandera rojigualda con crespón fúnebre. ¡Mal español es quien no se adhiera a nuestra tristeza de campanario! 

            En el último debate parlamentario, los dirigentes del PP y Vox reprocharon a Sánchez que llevara corbata roja. Casado, Abascal y el portavoz de Ciudadanos vestían traje oscuro y corbata negra. ¡Como debe ser hoy para un español de bien! Exigen bandera a media asta, descomunal monumento y un funeral de Estado. Eso sí, lo de ayudar a la solución de los problemas, sentarse a acordar un gran pacto de reconstrucción y sumarse solidariamente a las medidas sanitarias y económicas, de eso nada. Leña al mono. Luto y tente tieso.

            No he visto en duelo a los líderes del mundo; pero España ha de mostrarse negra y compungida. Porque las lágrimas, aunque sean de Lacoste, son útiles para la exageración y el dramatismo. Hace décadas, las familias vestían un mes de luto tras un fallecimiento y quitárselo antes de tiempo era irreverente y causa de murmuraciones. Hemos vuelto al franquismo de los gestos hipócritas, de réquiem y golpes de pecho. En esencia, el mismo tráfico político que con las víctimas del terrorismo. Igualito, igualito que el difunto de su abuelito.

Diario de cuarentena. Día 44. Esperando al mesías

El mundo espera al nuevo mesías, al salvador, la vacunaque nos libere del pecado contraído por un virus demoníaco y la plaga de una pandemia. Todos lo esperamos como nuestra única oportunidad. Y la gente se pregunta: ¿Cuándo vendrá? ¿Cuánto más tendremos que esperar? ¿Será este año cuando llegue y descienda del cielo de algún laboratorio para rescatarnos de la muerte? ¿O habrá que esperar a 2021? 

Los sumos sacerdotes de la ciencia no se atreven a pronosticar la llegada del mesías; pero aseguran que llegará. Nadie sabe dónde. Si llegará de China, que fueron los primeros pecadores; si de Estados Unidos, si de Alemania, si de Francia, si de Euskadi… Nadie tiene una respuesta. Ya lo decía la biblia: “No sabéis el día ni la hora”.

Una legión de científicos trabaja a destajo en centros de investigación, laboratorios farmacéuticos y universidades en busca del mesías que nos salve de la muerte. Es la búsqueda del tesoro. Porque aquel que encuentre la vacuna se hará inmensamente rico y pasará a la historia como el hombre o la mujer que nos salvó de la extinción. Ojalá sea una mujer. Y le den el Nobel de todo. Su nombre será recordado para siempre. Una mujer. ¡Qué gran avance para la causa feminista!

Tal y como se concibe hoy la investigación es difícil que ocurra que una única persona sea quien elabore la vacuna contra el coronavirus. Lo lógico es que sea labor de un equipo y que ese grupo lo compongan muchos miembros, de manera que todos, de lograrlo, serían los creadores del milagro de salvar a millones de personas de la muerte y al mundo de la parálisis y una crisis sin precedentes.

Hagamos números. Supongamos que el precio de una dosis de la vacuna milagrosa sea de 20 euros. Si se fabricasen diez mil millones la ganancia sería de doscientos mil millones de euros. No estaría mal para una multinacional farmacéutica como Abbot, Bayer, Pfizer o Merck. El mundo lucha por la vida, mientras unos cuantos luchan por el golpe del siglo.

¿Pero no debería ser gratis la patente? ¿No habría que comprar la patente, a escote, y que la vacuna sea gratis y a cargo de los sistemas sanitarios públicos? Es más, ¿no deberían esos mismos gobiernos confiscar la patente y que la vacuna sea gratuita para todo el mundo, ricos y pobres? Ya lo sé, es un pensamiento utópico. Sabemos el grado de entendimiento corrupto que hay entre los gobiernos y las farmacéuticas. Así que no habrá ningún Robin Hood que le quite el oro al rey para que la gente no se muera. Pero todo lo posible es imaginable.

El mesías fue la invención de la ignorancia. Se crea un problema para fabricar un remedio. Primero el miedo y luego el remedio. Y esto es lo que puede haber ocurrido. Malo es que cunda la idea de esta misma estrategia, porque así seguiremos (virus/vacuna) hasta el fin de los tiempos. Esta es la condena de la humanidad: errantes por el mundo esperado a un mesías.

Diario de cuarentena. Día 43. No es un domingo cualquiera

Hoy no ha sido tanto el día del martirio de Gernika, como el día de los niños. Se ha cambiado una realidad por un recuerdo. Quizás porque vivimos en el presente. Sin embargo, cómo olvidar que un día como hoy, en 1937, la aviación nazi al servicio del criminal Franco masacró la ciudad sagrada de los vascos, donde se alza el Árbol que representa desde hace siglos las libertades de Euskadi. Un pueblo sin presencia militar, pero de fuerte simbolismo que los genocidas eligieron para ensayar la primera experiencia bélica aérea sobre una población civil. Los asesinos de Hitler probaron en Gernika lo que sería su práctica devastadora en la guerra que provocarían dos años después y que acabaría con la vida de 50 millones de seres humanos. 

Pero sí, hoy ha sido el día de los niños: han podido salir al recreo de una hora que les desintoxicara del confinamiento al que, absurdamente, estamos todos sometidos. Y se han podido escuchar en la calle las risas infantiles y hemos visto rodar patinetes y bicicletas y rodar balones. Bendita imagen y bendita música. Este respiro para los niños tiene mucho de simbólico, pero es poco, o casi nada.

Y nos lo presentan como un regalo, cuando se trata de nuestra libertad irrevocable. Parece que iremos de regalo en regalo. El sábado se autorizará la salida a pasear y hacer deporte. ¿Y qué esperan, que demos saltos de alegría?

No tiene sentido el castigo sobre la población. Que es doble: por un lado, la restricción de nuestra libertad de movimiento y actividad; y de otro, tratarnos como idiotas. La gente ya sabe, por su propia seguridad, lo que tiene que hacer en cuanto a su protección, de manera que, una vez sabidas las medidas, las tiendas pueden abrir, la actividad industrial se puede reanudar, así como la oferta de ocio y los desplazamientos por carretera. Solo los grandes espectáculos de masas no serían aconsejables, pero sí los cines y los museos.

Mucha gente no acepta, por absurda, la validez del encierro. He leído en prensa que los distintos cuerpos de policía han puesto desde el principio del estado de alerta unas 740.000 denuncias por saltarse el confinamiento. Y lo han hecho aplicando la tristemente célebre Ley Mordaza, obra de Rajoy y su ministro Fernández Díaz, de infausta memoria. Ya vemos, un Gobierno de izquierdas haciendo suya y aplicando con fiereza una ley abusiva, que prometieron derogar. ¿Cabe mayor incoherencia?

Me identifico con el espíritu rebelde de esos miles de ciudadanos y solicito que todas las sanciones sean amnistiadas por la dudosa legalidad en que se amparan. El problema es que no confían en la responsabilidad de los ciudadanos. Hay un exceso de tutela y mucho miedo.     

La libertad a trozos no es la solución. Hoy los niños, el sábado de paseo o deporte y a mitad de mes apertura de comercios. ¡Abran ya las barreras! Hay una sociedad responsable que sabe lo que hay que debe hacer. Y lo que puede.