
Se ha dicho, con razón, que no hay como una crisis para ver la calidad de las personas, los líderes y las naciones. Y esta crisis, que es muy diferente a lo que hasta ahora habíamos conocido, nos pone delante de los ojos, por un lado, las conductas miserables y, por otro, el heroísmo y generosidad de mucha gente.
Me he fijado hoy en los miserables, que no son los menesterosos de Víctor Hugo, rebeldes con causa, sino los que siembran de los peores presagios y críticas infundadas o exageradas lo que en cada lugar, con mejor o peor fortuna, se intenta para frenar y vencer la pandemia del coronavirus.
Tenemos a los apocalípticos religiosos, casi siempre pertenecientes a los sectores más ultras de las diferentes religiones. Y como en la época medieval de la peste, salen (ahora la calle son las redes sociales) a proclamar el mensaje de que lo que está ocurriendo es lo que Dios nos ha enviado por ser pecadores e impíos. “¡Arrepentíos!”, “¡Dios os castiga!”, “¡Es el nuevo diluvio!”, vienen a decirnos estos días. No he visto yo al Papa Francisco denunciando estas sandeces de loco profeta. Y debería hacerlo para sosegar a los crédulos.
Me pregunto qué idea de Dios tienen estos profetas del nuevo apocalipsis. ¿Un Dios que castiga sin miramientos con una pandemia? ¿Un Dios exterminador? ¡Qué fe más miserable la que se funda en un Dios de muerte y no de vida! Lo malo es que millones de personas creen que esto, efectivamente, es un castigo divino. En Intereconomía TV -ultra en lo político y lo religioso- cunden estos mensajes.
Y están los apocalípticos de la economía. Los que, haciendo evaluaciones con datos sin contraste, proyectan un mundo de total empobrecimiento tras la crisis. Otro 1929, con millones de hambrientos y ruina absoluta. He escuchado a sesudos tertulianos y a líderes de organizaciones empresariales afirmar, como quien hace una quiniela, que la pandemia en España destruirá 3 millones de empleos. ¡Hala! ¿Y por qué no 15 millones? ¿Y de dónde sacan esas conclusiones? ¿Quizás del culo?
No se pueden hacer pronósticos tempranos que, sin criterios específicos para una crisis inédita, aporten más angustia a la sociedad de la que ya soporta. No digo que haya que ocultar la verdad y su crudeza; pero hay que administrarla bien. Conjeturar el apocalipsis económico es más grave y perjudicial que lo del profeta loco del “¡arrepentíos, pecadores!”
No sabemos cómo serán las cosas tras esta desgracia; pero es seguro que con el cuento del apocalipsis nos vamos al abismo. ¡Dadme líderes contenidos, los éticos, los fuertes!








