Pasapalabra se quedó muda

Ya lo saben: Pasapalabra se ha terminado porque una de las partes hacía trampas. Así lo ha sentenciado el Tribunal Supremo después de que Telecinco dejase de pagar los royalties del concurso, propiedad de la británica ITV, arguyendo que con los cambios introducidos el programa español era diferente del original inglés. Mire usted, si un inquilino hace mejoras en la vivienda debe seguir abonando el alquiler. Por mucho que el famoso rosco alfabético fuese una aportación singular, proveniente de la matriz italiana de Berlusconi, Pasapalabra es un plagio y eso les va a costar una millonada y otras pérdidas asociadas al fin del espacio. Además, el círculo alfabético es una patente de la productora holandesa MC&F. En la cadena de la telebasura hay antecedentes en el arte de piratear, como dejó acreditado Ana Rosa Quintana con su novela Sabor a hiel, rellena de textos de Danielle Steel y Ángeles Mastretta, a quienes Planeta tuvo que indemnizar.

            Por la misma vía, la económica, es previsible que Vasile llegue a un acuerdo con ITV, si es que Antena 3 no aprovecha para recuperar su emisión o TVE se le adelante. A todos les interesa. El desafío palabrero es socialmente transversal, aunque inane en lo cultural. Nos ha regalado momentos impagables, como cuando a la pregunta de “empieza con T, poéticamente lesbiana”, el concursante respondió, sin vacilar, tortillera: respuesta fallida, tríbada era la correcta. Sublime.

            La televisión aquí es muy unamuniana. “Que inventen ellos”, escribió don Miguel, enajenado. Sus principales productos son adaptaciones de ideas foráneas. Menos el españolísimo Sálvame, donde también juegan con las palabras, pero para mal. Por eso, el agujero en la parrilla ha sido cubierto por Sálvame Banana, secuencia frutícola de Sálvame Limón y Sálvame Naranja. Mejor haberlo titulado Sálvame Melón.

Y no olvide que cada vez que pulsa Telecinco está usted haciendo más rico a Berlusconi.

Un hervor para la derecha vasca

Hay una derecha vasca, sí, con este apellido, y es una realidad que a muchos les cuesta reconocer. Como hay un socialismo vasco, mucho más rotundo y comprometido con el ser y la libertad de Euskadi. La diferencia es que el socialismo tiene aquí una larga historia, mientras que las raíces y los referentes de la derecha,  si existen, están en el detritus de la dictadura. La derecha vasca es huérfana de padre y madre y de ahí devienen sus complejos: apenas nadie se jacta de pertenecer a esa familia política y no es por miedo, sino por el bochorno, más que merecido, de descender de aquellos que tiranizaron el país a sangre y fuego. Tener vergüenza es un mérito ético, pero no otorga carta democrática, una categoría que se gana acreditando la desintoxicación totalitaria, lo que vale tanto para la derecha rupestre, como para la izquierda de afanes violentos.

            Para contemplar lo que ha sido, es y puede ser la derecha vasca les propongo un viaje en el tiempo, del pasado al futuro. Tengo la ventaja de haberla conocido en profundidad por motivos profesionales y durante algunos años en ese ámbito especial -la comunicación electoral- donde se configura el discurso y en la que aparecen y verbalizan las certezas ideológicas de sus dirigentes, estrategas y votantes. Cuando estás cerca de la gente y la escuchas sin filtros caes en la cuenta de que lo que sienten (sus odios, sus negaciones, sus heridas) componen su práctica política mucho más que sus principios teóricos, a menudo cargados de retórica. La agresividad de la derecha vasca procede de esas emociones negativas.

Pasado

La derecha en la CAV tiene en este momento tres nombres, Partido Popular, Ciudadanos y Vox, mientras que en Navarra se añade UPN, probablemente la más ruda de sus versiones. Antes de que se escindiera en estas cuatro ramas se llamó Alianza Popular, fundado por un ministro de Franco y otros que como él habían sido siervos principales de la dictadura y beneficiarios de su fechorías económicas y sociales. En esa época la derecha era fascista sin matices y su ideario se inspiraba en las leyes fundamentales del régimen, la falange primoriverista y el tradicionalismo de Dios, patria y rey. Sus menguantes electores todavía confiesan en privado que el franquismo hizo muchas cosas buenas y que benefició a los vascos. 

Si hubiera buscado inspiración en el pretérito solo hubiera encontrado líderes autoritarios como Gil Robles, Cánovas del Castillo, Sagasta y otros tan conservadores que en nada desmerecían en rigidez a los del franquismo. Nunca hubo una derecha realmente democrática en Euskadi. Era contraria al progreso, antisocialista y, por supuesto, enemiga del nacionalismo vasco surgido a finales del siglo XIX. Esa derecha representaba en Euskalherria el atraso cultural, la desigualdad y los privilegios de casta. Esa carencia de orígenes define su soledad y la deja a la intemperie de intereses particulares, un clasismo disfrazado de campechanía que se manifiesta en las políticas económicas y fiscales más favorables para su gente. En el pasado de la derecha vasca pesa como una losa la ausencia de sensibilidad vasquista. Siempre consideró al euskera una lengua inútil, arcaica y aldeana y jamás la apoyaron cuando no la combatieron.

    Por faltar a la derecha local le ha faltado hasta grandeza. Habiendo sufrido una persecución terrorista brutal, con varios asesinados entre los suyos y una larga experiencia de amenazas y escoltas, no supo sublimar ese sacrificio y, en vez de transformarlo en una épica de libertad, hizo de su sangre y sufrimiento una utilidad electoral que todavía hoy, casi una década después del fin de ETA, mantiene en su desdichado discurso político. ¿Por qué cambió su dignidad de víctimas por el peor de los victimismos? Solo Mayor Oreja, el más nefasto de sus dirigentes, podría explicarlo.

Presente

            El drama de la derecha vasca es la existencia del PNV, al que tiene como acaparador de sus votos por un diferencial emocional. Su error es creer que sus posiciones ideológicas son idénticas y que solo les separa un sentimiento localista. No entiende que las políticas sociales de los jeltzales, su apuesta por la igualdad, el desarrollo tecnológico y el apoyo a la economía productiva, así como su acreditada eficacia gestora les distingue en la evaluación pública. Hay una distancia enorme en la cercanía social entre uno y otro. Difícilmente se puede ver a los conservadores fuera de sus despachos, mientras los nacionalistas están en la cotidianidad de Euskadi. La visibilidad pública del PNV es tan notoria como la invisibilidad del PP, Ciudadanos y Vox

            ¿Y cuál es la utopía de la derecha vasca en Euskadi? Ninguna, no cree en el país, sino en tres provincias españolas. El sueño del PNV es la independencia y vivir como una nación en Europa, diferenciada, equilibrada, abierta y avanzada. El PNV gestiona con éxito la autoestima de los vascos y lleva eficientemente sus recursos. ¿Y qué administra la derecha vasca hoy? A duras penas su supervivencia, tener un hueco, aunque sea por la influencia procedente del sur. Ni tuvo épica cuando podía obtenerla en su sacrificio, ni la alcanza ahora en la normalidad democrática.

            El problema actual de la derecha es que no ofrece seguridad ni contrapeso ideológico y se le percibe como factor de desequilibrio y amenaza para la cohesión. En cuanto centra su discurso se descentra en las urnas porque ese espacio de armonía ya está ocupado. Enredado en pactos con la ultraderecha y los antiforalistas de Rivera, su mensaje es de miedo y riesgo de liquidación del autogobierno. ¿Cómo puede existir la derecha vasca bajo el dramático tripartito que le concierne?

Futuro

El sueño de futuro de la derecha es formar parte del Gobierno vasco. A punto estuvieron de lograrlo en su alianza con los socialistas de Patxi López, en 2009, pero aquel acuerdo incluía no tomar poder en Lakua para hacer menos humillante y antiestético aquel asalto españolista a Lakua, deslegitimado por la ilegalización de la izquierda abertzale y su expulsión del censo electoral. El deseo de la derecha es cogobernar con el PNV y mostrar su competencia en la gestión, ser como los jeltzales. Ha mandado en el ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz y en la Diputación Foral de Álava, pero lo hizo contra los nacionalistas. De los efectos de aquella ira política, que todo lo enturbia y envilece, deviene su invierno electoral.    

En su reciente Convención, el PP remarcó su carácter foralista y la defensa del Concierto Económico, lo que es loable, pero carece de credibilidad por cuanto el espíritu del foralismo es parte del autogobierno al que socava con su negación del cumplimiento estatutario. Su enfática -y táctica- devoción por los derechos históricos llega muy tarde, porque esa responsabilidad ya está ocupada y garantizada. Por ahí no encontrará su identidad. Tendría que comenzar por mirarse hacia dentro y ver cuánto de franquismo queda entre sus costuras y, una vez eliminado ese pestilente residuo para dejárselo en exclusiva a Vox, fortalecer su compromiso con el avance del autogobierno y competir en políticas concretas que no le otorguen la etiqueta de valedor de las clases privilegiadas. Así quizás consiga que no haya vascos competentes que se acomplejen de representar a una derecha de deshonroso pasado e incierto futuro. Formar el puzle en el que encajen las piezas de Euskadi y España es acaso su reto, sin admitir la evidencia política de que Euskadi y España son una contradicción.

Puede que el drama existencial de la derecha vasca, desdiciendo las primeras palabras de este escrito, sea que no hay una derecha vasca y que lo que hay realmente es una derecha española, inerte. Santiago Abascal también es vasco, muy, muy de derechas.

El dulce sabor de la amargura

Sorpresa del año. Los Oscar de la televisión, los premios Emmy, han catapultado a la fama a Fleabag como mejor comedia, además de proclamar como mejor actriz a Phoebe Waller-Bridge, a su vez creadora de la serie. Con sus cuatro galardones ha ensombrecido a Juego de Tronos. Es uno de los primeros triunfos de Amazon Prime frente a -bendita competencia- HBO y Netflix. ¿Y qué tiene de particular este serial del que todos hablan y solo conocían en Gran Bretaña? Unos dicen que es una versión macarra de Bridget Jones, aquella pobre chica que encarnaba Renée Zellweger, romántica, gordita, con poco éxito entre los hombres y al borde de los cuarenta; pero a Fleabag le sobran amantes y no tiene problemas de obesidad, acaso necesita una rinoplastia. Le veo más cerca de Ignatius J. Reilly.

            Hace siglos que no reía a carcajadas y disfrutaba de una ficción tan condenadamente surrealista, con diálogos geniales y situaciones disparatadas. Fleabag, un nombre que nunca se cita, es intraducible. Puede significar bolsa de pulgas, saco de mierda, de mala muerte, piojosa…; pero es una deformación de Phoebe. Su personaje y su autora, fusionados en uno, aman la provocación como método artístico. Fleabag, que se dirige al espectador y le reporta lo que va a ocurrir, es una calamidad absoluta, superviviente, posfeminista, ladrona, grosera, adicta al apareamiento, se masturba contemplando a Obama, gestiona una cafetería diminuta, su socia se suicida por su culpa, su padre la envía al psicólogo y su hermana y cuñado le temen por su tendencia a ocasionar desastres. Hasta que se enamora de un cura católico malhablado. El acabose.

            En esta historia, de 30 minutos el capítulo, todos están locos de remate y la mayoría son alcohólicos. Y por eso, como en la vida misma, adosada a la risa se siente la tristeza: el dulce sabor de la amargura. 

Sexo por amor

La tele trata el sexo con parecidas ansiedades a como se viven en pareja. La cuestión es que, siendo imagen y sonido, se ha limitado al sexo oral, a hablar de sexo. Fue Ibáñez Serrador, pionero en tantas cosas, quien produjo para TVE, en los 90, Hablemos de sexo, espacio presentado por Elena Ochoa antes de convertirse en la señora de Foster, mítico arquitecto en Bilbao. Una década después llegó Lorena Berdún con ¿Me lo dices o me lo cuentas?, que también vimos en ETB. El problema es que la pedagogía sexual es inservible en el plano teórico y que, además de abrir los genitales, hay que deshollinar la mente y engrandecer el corazón.

Lo absurdo es que en esa misma época Canal+ y las cadenas locales surtían porno a mansalva. Fue devastador y así era imposible una oportunidad liberadora para el sexo. Este verano el canal público británico Channel 4 (alternativo de la BBC) lanzó Madres haciendo porno, un documental emitido por Movistar+ en tres partes, donde cinco mujeres que rondan los 50 y suman quince hijos adolescentes se comprometen a hacer una película erótica diferente. Para Jane, Sarah, Emma, Anita y Sarah Louise el impacto es brutal. Asistir al rodaje de porno en vivo hace vomitar a una de ellas; pero juntas siguen adelante hasta ofrecer a sus chicos y chicas una visión real y sugestiva del sexo, donde la mujer no sea un objeto del placer masculino. Una formidable aventura.

En esto llega Cuatro y el viernes pasado nos sirve Mónica y el sexo, de la mano de la cantante catalana Mónica Naranjo y que debería haberse titulado “sexo después del divorcio”. Se redujo a una hora de charla banal y risitas tontas ante una gran audiencia. Abordó muy de pasada la tragedia de miles de mujeres que no alcanzan la dulce fiesta del orgasmo y obvió la auténtica historia: que cuanto más amor mejor sexo, inseparables.

Una historia de España: los dos necios

Ya era bastante padecer durante cinco meses el espectáculo del frustrante desacuerdo de la izquierda española para gobernar unida, como para, además, soportar el goteo aburrido de los comentaristas de la tele. Según los tertulianos, la clave del fracaso es el relato, no un relato, no; más determinante todavía: el relato, la historia contada de quién es el culpable y quién el inocente, Sánchez o Iglesias. “Quién puso más, los dos se echan en cara / quién puso más, que incline la balanza / quién puso más calor, ternura, comprensión / quién puso más, quién puso más amor”, cantó tristemente Víctor Manuel para lamentarse de la dolorosa ruptura de unos amigos. De esta otra pareja no nace un solo verso, solo sátira e indignación.

Es asombroso el modo en que algunas palabras se transforman en virus y se propagan en los debates. ¿Y qué demonios es el relato, a juicio de la opinión televisada? Algo así como una verdad absoluta depositada en la conciencia colectiva, la fábula simple y emocional de una batalla que consagra la victoria de uno y la derrota de otro, un dogma de mercadillo de estilo Ana Rosa. Ya tuvimos por aquí, y aún colea, el relato lapidario que el Estado español y sus siervos mediáticos patrocinaban tras el fin de ETA sobre el conflicto en Euskadi y su derivada terrorista, una de cuyas falacias era establecer la responsabilidad de la gente (“miraban para otro lado”) para salvar la incapacidad de la clase dirigente en su solución y el uso carroñero de las víctimas.

Y con este sainete pimpinela de la izquierda nos vamos, salvo advenimiento de un milagro, a nuevas elecciones. ¿De verdad creen nuestros narcisistas líderes que alguien tiene interés en señalar al culpable? El relato, el puñetero relato, no es más que un cuento pueril titulado Los dos necios, secuela hispana de La conjura de los necios.