Markel es un ronin, es decir, un samurái sin señor. Por supuesto no se trata de un caballero japonés del siglo XVIII, ni lleva el pelo recogido en esa coleta ahora tan de moda, ni porta las dos espadas de rigor (aunque empuña el paraguas de una forma un tanto peculiar en esta tarde primaveral por lluviosa ).
No, Markel es un ejecutivo cincuentón que ya ha olvidado casi todo lo que aprendió en la Comercial de Deusto y que se ha bregado en varias y sucesivas empresas (casi en el sentido de Baltasar Gracián) hasta que decidió ser autónomo. Hombre de trato muy directo y con una gran capacidad para trabajar en grupo, se lamenta, mientras caminamos a buen ritmo por el Paseo de la Senda, de que “ya no hay buenos señores” (yo le añadiría “ buenas señoras” pero no sé si lo arreglaré o lo dejaré peor).
Pues, en efecto, continúa, el mundo privado, pero también el institucional, está cada vez más colonizado por tecnócratas que no diferencian la Gestión de lo que hay de la Dirección hacia la que se puede ir. Gentes, insiste, planas, sin la menor nota de entusiasmo, magníficas réplicas del original cubito de hielo de labio leporino y bigote rancio (aquí cita al Vázquez Montalbán de La Aznaridad) que piensan que por ponerlo todo en inglés son más elocuentes y más efectivos.
Hacemos un alto en el camino para entrar en el Museo de Bellas Artes de Alava ( no sé por qué pensaba que iríamos directamente al Museo de Armería que está enfrente). Markel me dice que no me puedo ir sin ver la obra de Gustavo de Maeztu. Descubro ahora una nueva dimensión de mi colega mientras le veo contemplando embelesado la obra de este pintor vitoriano que acabó recalando en Estella; pero, al fin y al cabo, ¿no eran los samuráis quienes se reunían al modo de los bertsolaris para, entre copa y copa de sake, componer aquellos tankas encadenados ( de los que luego surgieron los haiku) que se llamaban renga?
Cuando nos despedimos- él quiere llegar hasta las campas de Armentia- me da un fuerte apretón de manos y , poco después, le veo perderse entre la lluvia . Recuerdo por un momento la última escena de Los siete samuráis de Akira Kurosawa y siento un escalofrío.Creo que voy a tomar un té muy caliente en La Florida.