«Somos unos monos locos que a veces estamos un poco menos locos» me dice con contundencia, pero sonriendo, Koldo tras echar un trago de su marianito en la terraza del Periflú.
La calle Ledesma está a tope. Siempre lo ha estado, pero desde que entró en vigor la normativa anti-tabaco, las terrazas han reanimado los bares para disfrute de los clientes y desasosiego ( supongo) de los vecinos.
Koldo es un viejo amigo que dejó su casa familiar a los diecisete años ( por entonces la mayoría de edad estaba en los veintiuno) ante la perspectiva de un futuro penoso en la empresa familiar y a base de becas y horarios muy intensivos, estudió medicina y se especializó en psiquiatría. Tras un duro periodo de MIR, consiguió una plaza en el servicio de primeros episodios psicóticos y lo que me suele contar provoca en mí, alternativamente, que se me pongan los pelos de punta o una risa incontenible.
Lo de estudiar psiquiatría yo siempre lo he entendido en la medida en que él mismo quería ser su primer paciente pues su infancia estuvo atravesada por un padre autoritario que , a la primera de cambio, se quitaba el cinturón, y una madre depresiva, dopada desde la treintena, que sobrevivía como un fantasma en el cuarto de estar. Pero supongo que muchas vocaciones de las denominadas profesiones más o menos liberales surgen de conflictos previos y de los deseos consecuentes de conjurarlos.
» En este bar todavía saben hacer un vermouth como dios manda» dice Koldo sin que yo sepa muy bien si debo poner lo del dios con mayúscula o minúscula ( y la cosa no es para menos, pues una equivocación al respecto en algunos lugares de este nuestro universo mundo te puede hacer volar por los aires como en la escena final de El discreto encanto de la burguesía , de Luis Buñuel).Y yo asiento porque es verdad y me levanto para pedir un plato de aceitunas ( preparadas, of course).