Para huir un poco del olor a toro, llevamos un par de días en Barcelona. Acabamos de comer un «bacallà amb samfaina» en Els Quatre Gats que estaba para chuparse los dedos, y me he venido a la Plaça del Pi a tomar un café, mientras las chicas (madre e hija, ¡cómo se puede querer a dos mujeres a la vez!) se han ido a descansar un rato al hotel.
Por aquello de hacer patria, he pedido un Mascaró, brandy indígena y exquisito donde los haya que me descubrió años ha Xabier Pardo en la Gipuzkoa profunda. Al poco ha aparecido el Jordi con cara de siesta. Está más redondito (yo también, para qué negarlo) y donde antes flotaban unos pelillos a modo de profesor Franz de Holanda, ahora luce una calva brillante y dorada.
Se ha pedido un café solo doble y me ha dicho, a modo de presentación, que ya no vive en la calle del Bonsuccés sino en un chalecito de Gracia. Yo me he extrañado –y se me ha debido de notar– porque pensaba que continuaba siendo un valedor de la revitalización del Raval. Pero por toda respuesta ha hecho un aspaviento con la mano.
Continúa, eso sí, siendo fiel a Esquerra Republicana y a su novia eterna y montonera, aunque ahora, me matiza, en un tono más moderado. Me promete un pasaporte diplomático si la cosa llega a mayores y le contesto que por ahora me basta con una visita a la piscina que tiene su padre en Montjuic, que hace mucha calor.
Jordi me habla luego de Josep Pla y dice que tenemos que ir a la librería Documenta o a Laie porque me quiere regalar El quadern gris antes de que me marche. Pero yo le recuerdo que soy planista avant-la-lêttre, y casi ya post-planista tras haber leído y releído al ampurdanés con boina vasca en los deliciosos tomos rojos de su obra completa editada por Destino. La verdad es que ya quisieran muchos pueblos de la piel de toro tener o haber tenido su Pla particular más allá de que fuera un anarquista de derechas.
Pero vuelven las chicas, y tras las presentaciones y los besos de rigor, abandonamos esta plaza que parece un pequeño Montmarte, sin poder evitar que se me vaya la mirada hacia el magnífico y espectacular rosetón de la Basílica de Santa María del Pi. A esta iglesia venía yo de pequeño a oír misa con mi tío Julio Manegat cuando todavía quería ser escritor y acababa de conocer a Ana María Moix en La Formiga d’Or.
Curioso, el libro de Luis Antonio de Villena dedicado a Baroja, dentro de la serie ‘Baroja y Yo’, de ipso ediciones, lo titula ‘Un anarquistas de derechas’.
Saludos
Las semejanzas entre Pla y Baroja son en este aspecto , desde mi punto de vista, manifiestas. Gracias por el comentario.