Voy en el metro camino de Plentzia, de visita familiar. Es sábado y mediodía. Por la ventana entra una luz radiante que contrasta con la bulla que se oye dentro del vagón.
Al tradicional tono de voz alto tan hispano ( los vasco-iberistas deberían también investigar esta cuestión), se suma ahora el cruze estereofónico de las conversaciones de los teléfonos móviles. Parece ser que de tan pequeños que se han hecho y en no teniendo ya cable umbilical alguno, a muchas gentes les sale una duda desde su arqueocerebro:la duda de si acaso no serán bien oídos ( escuchados sería mucho decir). Y por ello hablan a gritos, y como los demás también gritan, entonces gritan más.
Así me he podido enterar de lo siguiente: de dos operaciones de próstata (una ha salido bien , la otra, no); de la nota de corte para acceder a los estudios de: Medicina, Ingeniería Industrial, Educación Infantil y Trabajo Social; de un desastre amoroso ( en este caso , al alternarse los gritos con los sollozos no me he aclarado mucho); de las ventajas de los aceites esenciales; de lo bueno que está un actor que, probablemente debido a mi edad, no conozco; de que hay una campaña mediática contra los sanfermines…y todo esto en menos de una hora.
Anda el personal muy preocupado por las grabaciones aleatorias e indiscretas de las cámaras de seguridad o por la información que se transmite por las redes sociales…O porque Google acumule tantos datos y luego los venda o los entregue sub iudice...Pero yo creo que con un par de viajes en metro al día, bien planificados y con objetivos muy claros, un «secreta» de los de antes ya tendría ganado su sueldo.