Tumbados en Cala Sa Mesquida, con buen sol y mejor temperatura, Magda me comenta que está preocupada porque su hijo, que tiene trece años, prefiere leer a Robert Stevenson en vez de jugar al fútbol como hace la mayoría de los niños. Piensa que no es normal…
Me doy la vuelta en la toalla y repaso no tanto los hijos como los padres y madres de mis más próximos- por pudor no hablaré de mí: un padre estuvo en las cárceles franquistas unos veinte años; otro cayó bajo las balas de ETA; otro más allá atropelló a una de sus hijas al echar marcha atrás y la mató; aquella madre se murió muy joven; otra se suicidó tirándose desde un balcón…Y los hijos e hijas- mis amigos- han logrado sobrevivir con cierta lucidez, no sé si normalidad.
Supongo que hay muchas formas de vida y todas suelen ser acondicionamientos a circunstancias diversas y variables.
Para muestra un botón: basta leer las cien primeras páginas de Los Virreyes de Federico De Roberto- que estoy repasando para preparar el próximo viaje a Sicilia- para darse cuenta de la normalidad de aquella época ( mitad del siglo XIX): matrimonios concertados desde la infancia, todos los segundones ( y segundonas) a los conventos, derecho de pernada más o menos reconocido, momificaciones rituales…
Abro los ojos y me levanto. Me quito la camiseta- tengo una piel algo nórdica- y me lanzo hacia la orilla: necesito un buen chapuzón.