Son las siete de la tarde y estamos sentados en una terraza de la Plaça de la Constitució de Alaior bebiendo unas horchatas. Este pueblo es el que más me gusta de todos los de Menorca ( que me perdonen todos los demás) porque – probablemente debido a su lejanía equidistante de la costa- ha mantenido un casco antiguo con sus zapaterías, sus pastelerías , sus carnicerías y sus bares sin sucumbir a la exhibición impúdica de los souvenirs. Aquí cualquiera se puede sentir todavía viajero y no turista.
Aunque ya han comenzado las fiestas de San Lorenzo,este año nos perderemos el Jaleo, una fiesta de caballos enjaezados con jinetes sudorosos, vestidos de blanco y negro, que dan vueltas y revueltas en medio del gentío y que es una apología de la vida y la armonía frente a tantos espectáculos de sangre y de muerte: en esto también la sombra british es muy alargada, aún proyectada sobre un fondo mediterráneo ineludible.
Este pueblo, por otro lado, mantiene una actividad cultural permanente a lo largo de todo el año como he podido comprobar por las puntuales comunicaciones que recibo y que serían envidiables en otros lares. Y, por fin, aquí nació Ponç Pons ,un escritor que aprendió por sí mismo el catalán y tiene una obra poética envidiable que cito siempre que puedo.
Ya sé que todo esto suena un poco paradisíaco, pero , en ocasiones, es bueno recordar que los paraísos pueden estar muy cerca.
N.B. Con el permiso de la familia, me voy a pedir ahora una pomada (gin Xoriguer+ limonada) ya que no tengo que conducir.