Con el primer declive del verano, suelen aparecer en los medios de comunicación unos supuestos expertos ( el último que vi llevaba pajarita) que enuncian dos verdades apodícticas : la gente tiene ganas de volver a la normalidad ( o sea , al trabajo); y el número de separaciones y divorcios se dispara en setiembre como consecuencia de la intensidad de la convivencia estival.
Los estudios científicos al respecto ( que los hay) rebaten estas afirmaciones, pero, a pesar de ello, no dejan de operar como lo que el sociólogo Robert K. Merton denominó «profecías que se autocumplen » y que se basan en el siguiente principio: “Si los individuos definen las situaciones como reales, son reales sus consecuencias.”
Así muchos y muchas acaban por interpretar sus vacaciones en estos términos – como lo que les pasó a muchos italianos que según Josep Pla estaban tan campantes hasta que llegó Mussolini y les dijo que todo iba mal, y comenzaron a sentirse muy mal ( y acabaron, por cierto, sintiéndose peor).
De la primera afirmación, de lo tosca que es, poco se puede decir, ya que figuraba a la entrada de los campos de exterminio nazis : Arbeit macht frei (el trabajo libera. Todo lo más se podría preguntar con el viejo «cui prodest?».
En cuanto a la segunda, si salieran a la palestra otros expertos y dijeran que las vacaciones son una buena ocasión para retomar la vida familiar a fondo, para hablar y escuchar, para negociar y llegar a acuerdos, probablemente avanzaríamos y mucho en lo que luego se le pide a la escuela o a » la sociedad’ ( ese ente tan manido que vale tanto para un barrío como para un fregao.
Pues no deja de ser paradójico que los mismos que no ensayan el consenso en sus familias, luego lo exigan a los políticos, sin darse cuenta de que de sus hijos e hijas saldrá la clase política del futuro.