Cuando estaba preparando mi tesina sobre el fuerista navarro Arturo Campión, solía reunirme con mi director en el interior de un coche. Me explico: mi director era Goyo Monreal, a la sazón rector de la UPV, y los pocos momentos libres de que disponía – todavía no había teléfonos móviles- eran los que podía tener en los innumerables trayectos que hacía entre San Sebastián y Bilbao; así que yo me subía a su coche y entre viaje y viaje le iba contando mis cuitas.
Y es que los coches han servido y sirven para hacer muchas y diversas actividades , y más si no se dispone de lugares alternativos para las mismas. Ahora, sin embargo, gozan de cierto desprestigio frente a las omnipresentes bicicletas o a los peatones atléticos.En realidad, se podría decir que la verdadera oposición se establecería entre el automovilista y el peatón. Y ahí nos encontraríamos al Josep Pla que se recorrió a pie todo el Ampurdán o (por poner otro ejemplo muy diferente) al Peter Handke que hizo otro tanto por toda Austria.
No obstante, hoy hemos hecho un paseo en coche pues nos habría sido muy difícil llegar sin cuatro ruedas a Marzamemi y contemplar las aguas claras de su costa ( y dar cuenta de una deliciosa rodaja de atún rojo a la plancha ).
Nota bene ( que no puedo evitar) : aquella tesina sobre Arturo Campión fue la primera que se defendió en la Facultad de Filosofía y Letras de Vitoria (ya casi también Gasteiz) y contó con un tribunal de lujo: Koldo Mitxelena, Endrike Knorr y Julio Aróstegui – ya todos desaparecidos.